Carnaval de Oruro: fiesta, cultura, identidad y transformación
El escritor Sergio Gareca destaca cómo las clases populares se apropiaron de esta tradición, contribuyendo a conceptos como pluriculturalidad que hoy son constitucionales.
El carnaval de Oruro es una de las festividades más emblemáticas de Bolivia, reconocida internacionalmente como Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad por la UNESCO en 2001. Esta celebración, que combina elementos religiosos, culturales y folclóricos, no solo es una expresión artística y espiritual, sino también un reflejo de la historia y las transformaciones sociales del país. A través de sus danzas, música y rituales, el carnaval encapsula la identidad de un pueblo que ha luchado por mantener viva su tradición en medio de los cambios políticos, económicos y culturales de las últimas décadas.
La importancia del carnaval de Oruro trasciende lo festivo; es un fenómeno cultural que ha servido como espacio de resistencia, empoderamiento y reivindicación para las clases populares. Desde sus orígenes en las minas, donde los trabajadores recibían una licencia para celebrar, hasta su consolidación como un evento masivo que atrae a cientos de miles de turistas cada año, esta gala ha sido testigo y protagonista de los cambios sociales en Bolivia. En un contexto globalizado, donde las tradiciones locales a menudo se ven amenazadas por la homogenización cultural, las jornadas en Oruro se erigen como un bastión de identidad y diversidad.
Un carnaval, una vida
Para profundizar en este tema, conversamos con Sergio Gareca, escritor, poeta y seguidor de esta tradición. Gareca, oriundo de Oruro y actualmente radicado en Santa Cruz, nos ofrece una mirada única sobre cómo han evolucionado las carnestolendas, cómo ha sido influenciado por los cambios sociales y políticos del país, y cómo las nuevas tecnologías están transformando su experiencia.
En esta entrevista exclusiva con Escape, de La Razón, el escritor también reflexiona sobre las diferencias entre lo que pasa en Oruro y otras manifestaciones en Bolivia, destacando la riqueza y diversidad cultural del país.
«En Oruro, el carnaval no es algo que ocurre en un fin de semana; es una fiesta que se vive durante cuatro meses», explica Gareca. «Es una intensidad que se refleja en cada aspecto de la vida, desde los ensayos de las diabladas hasta las procesiones religiosas. Es algo que está integrado en nuestra psicología social».
El carnaval como reflejo de los cambios sociales
Los festejos en la capital orureña no han sido ajenos a los cambios que han sacudido a Bolivia en las últimas décadas. Gareca señala que, tras la declaratoria de la UNESCO en 2001, la festividad experimentó un auge turístico sin precedentes. En ese momento “se llegó a una cifra, no sé si astronómica, tal vez irresponsable, pero la recuerdo con claridad. Decían que la cantidad de gente en Oruro subió cerca a las 800 mil personas en esos días de carnaval. Es decir, casi el triple de la población usual de la ciudad», recuerda. «Había carpas en las plazas, los hoteles estaban llenos, y la gente literalmente vivía en las calles. Era una fiesta increíble, pero también empezó a generar autocríticas y contracríticas».
Este boom turístico coincidió con un proceso de empoderamiento de las clases populares en Bolivia, un fenómeno que Gareca vincula directamente con la evolución del evento. «El carnaval de Oruro tiene sus raíces en las minas, donde los trabajadores recibían una licencia para divertirse en febrero», explica. «Con el tiempo, las clases populares empezaron a apropiarse de la festividad, mientras que el carnaval de los blancos, más parecido al carnaval europeo, quedó marginado».
Historia
Sin embargo, Gareca destaca que este proceso no fue lineal ni exento de tensiones. «En los años 60, hubo un discurso oficial que promovía el mestizaje como solución cultural para el país», señala. «Esto llevó a la incorporación de danzas como los tinkus y los caporales, que representaban otras regiones de Bolivia. Pero también generó un debate sobre quién colonizaba a quién».
Este debate cultural, que se desarrolló en las calles y no en los ámbitos académicos, tuvo consecuencias políticas profundas. «El resultado fue la pluriculturalidad, la multiculturalidad y el plurilingüismo, conceptos que hoy son oficiales en la Constitución boliviana», afirma Gareca. «El carnaval de Oruro es un reflejo de este proceso, donde las clases populares aspiran a la oficialidad, y los blancos y mestizos buscan identificarse con la cultura indígena».

La digitalización del carnaval
En los últimos años, el Carnaval de Oruro ha experimentado otro cambio significativo: la digitalización. Las redes sociales y los teléfonos móviles han transformado la forma en que la gente vive y comparte la festividad. «Ahora, gracias a los celulares, podemos mostrar al mundo lo que antes solo se vivía en Oruro», dice Gareca. «Los ensayos de la diablada, las procesiones, las danzas… todo se graba y se comparte en TikTok y otras plataformas».
Este fenómeno ha generado una nueva dinámica, donde la interacción y la presencia en redes sociales se han convertido en parte esencial de la experiencia. «La gente quiere mostrar que está ahí, que participa de la fiesta», explica Gareca. «Es algo enriquecedor, porque permite captar momentos muy especiales, como cuando los danzarines bailan alrededor de un anciano de 90 años para celebrarle la vida. Es algo vivencial, no solo un espectáculo».
Sin embargo, esta digitalización también ha generado tensiones entre quienes buscan preservar la tradición y quienes abrazan los cambios. «Hay sectores en Oruro que sienten nostalgia por el carnaval de 1945, que consideran el prototipo de la festividad», señala Gareca. «Pero la realidad es que se ha ido evolucionando y estos cambios dialécticos son parte de su esencia».
Oruro y Santa Cruz
Vivir en Santa Cruz ha permitido a Gareca contrastar la celebración de Oruro con otras festividades en Bolivia, como el carnaval cruceño. «En Oruro, el carnaval es una fiesta que ocupa gran parte de la vida de la gente», dice. «En Santa Cruz, en cambio, el foco está en el trabajo. La gente aquí es muy trabajadora, y estas fiestas son algo más puntual».
Gareca destaca que, mientras en Occidente se trata de una fiesta que integra a toda la comunidad, en Santa Cruz hay una mayor diversidad de identidades. «Mi barrio en Santa Cruz está lleno de migrantes del Chaco, del valle, del altiplano… cada uno con su propia identidad», explica. «Muchos de los jóvenes aquí no participan en los festejos del centro, sino que prefieren regresar a sus rituales antiguos, como el carnaval de Vallegrande».
Esta diversidad, sin embargo, no es un obstáculo, sino una riqueza. «Cada departamento en Bolivia tiene su propia identidad y su propia locura», dice Gareca. «Los orureños son psicóticos, los paceños son histéricos… cada ciudad tiene su particularidad psicológica. Y el carnaval es un espacio sagrado donde estas identidades se expresan».
La fragilidad y la belleza del carnaval
«Oruro es una pampa árida, donde predomina el amarillo», explica nuestro invitado. «El carnaval es como una flor que florece en esa pampa, una precosecha donde las flores están ahí, pero son frágiles. Nosotros somos así: expuestos, sin secretos, con una devoción que puede parecer patética, pero que es profundamente auténtica».
Esta fragilidad, sin embargo, es también lo que hace al carnaval tan especial. «En nuestras canciones, en nuestras danzas, respondemos a las preguntas fundamentales del ser humano: ¿quién soy? ¿a dónde voy?», dice Gareca. «El carnaval es una respuesta a la vida, un eterno retorno al socavón, al origen. Y eso es lo que lo hace inalcanzable para otros carnavales».
Sergio Gareca es escritor, poeta y estudioso del carnaval en Bolivia. Ha publicado varios libros y recibido numerosos premios por su obra literaria. Actualmente reside en Santa Cruz, donde continúa explorando las múltiples facetas de la cultura boliviana.
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