El trasfondo filosófico de Mickey 17 y la humanidad actual
La película de Bong Joon-ho critica el utilitarismo extremo, los neofascismos modernos y la alienación tecnológica.
La última obra del director Bong Joon-ho, Mickey 17, trasciende el entretenimiento para sumergirse en preguntas incómodas sobre la identidad, la ética tecnológica y las estructuras de poder. A través de su protagonista, un clon “prescindible” en una colonia espacial, la película entrelaza ciencia ficción distópica con una reflexión mordaz sobre los dilemas que enfrenta la humanidad en el siglo XXI.
El núcleo filosófico de Mickey 17 gira en torno a la pregunta clásica: ¿qué nos hace humanos? Mickey Barnes (Robert Pattinson) es un trabajador replicado mediante una impresora 3D cada vez que muere en misiones peligrosas en el planeta Niflheim. Aunque cada clon hereda los recuerdos de su versión anterior, las iteraciones desarrollan personalidades divergentes: Mickey 17 asume un rol sumiso, mientras que Mickey 18 adopta una rebeldía visceral.
Este planteamiento evoca el paradigma del Barco de Teseo: si reemplazamos cada parte de un objeto, ¿sigue siendo el mismo? La película traslada esta paradoja a la conciencia humana. Como señala la novela original de Edward Ashton, Mickey7, la flexibilidad del cuerpo físico ante la clonación desafía la noción de identidad única. En un mundo donde empresas como Neuralink exploran la integración cerebro-máquina, el film advierte sobre los riesgos de trivializar la individualidad ante avances tecnológicos sin regulación ética.
La ética de la inmortalidad en Mickey 17
La condición de “prescindible” de Mickey subvierte el valor tradicional de la vida. Al morir y renacer repetidamente, su existencia se reduce a un recurso intercambiable para beneficiar a la élite colonizadora. Esta dinámica refleja una crítica al utilitarismo extremo, donde la vida humana se valora solo por su productividad.
Sin embargo, la película también explora cómo la proximidad a la muerte define nuestra humanidad. En una escena memorable, Nasha (Naomi Ackie) acompaña a Mickey en sus últimos momentos dentro de una cámara de aislamiento, recordándole que incluso en la repetición, cada vida merece dignidad. Este contraste cuestiona la obsesión contemporánea por la longevidad y el transhumanismo: si la muerte pierde su significado, ¿qué nos impulsa a actuar con compasión?

Un espejo de los neofascismos modernos
El líder de la colonia, Kenneth Marshall (Mark Ruffalo), encarna un neofascismo espacial. Su plan para crear un “planeta purificado” mediante eugenesia y exterminio de formas de vida nativas (“creepers”) evoca discursos actuales sobre pureza racial y exclusión. La película dibuja un paralelismo con movimientos políticos que promueven narrativas de superioridad, utilizando a Mickey como instrumento desechable para mantener el statu quo.
La impresora de clones en Mickey 17 opera como metáfora de la alienación tecnológica. Aunque la colonia depende de esta máquina para prosperar, su uso refleja una desensibilización ante el sufrimiento ajeno. Timo (Steven Yeun), un compañero de tripulación, personifica esta indiferencia al abandonar a Mickey 17 en una grieta, asumiendo que los “creepers” lo devorarán.
Este tema resuena en debates actuales sobre inteligencia A y automatización. ¿Hasta qué punto normalizamos la explotación de seres humanos —o algoritmos— en nombre del progreso? La película apunta a que, sin un marco ético sólido, la tecnología puede perpetuar jerarquías destructivas.
Colectivismo versus individualismo
Los habitantes nativos de Niflheim, inicialmente vistos como amenazas, revelan una inteligencia colectiva que contrasta con el egoísmo humano. Al rescatar a Mickey 17, demuestran empatía incluso hacia quienes invaden su territorio. Este giro narrativo desafía la visión antropocéntrica de la superioridad humana. La idea subyacente es que la supervivencia a largo plazo depende de integrarnos —no de imponernos— a los ecosistemas.
Bong Joon-ho cierra la película con un atisbo de esperanza: la destrucción de la impresora de clones y la caída de Marshall simbolizan un reinicio hacia una sociedad más equitativa. Sin embargo, este optimismo es cauteloso. Al igual que en Parasite, la estructura de poder se derrumba, pero no hay garantías de que lo que surja sea mejor.
Mickey 17 es una advertencia. Nos recuerda que cada salto tecnológico debe ir acompañado de un debate sobre qué valores definen nuestra humanidad y cómo hilamos nuestro porvenir. Sin esto, un mañana distópico puede ser hechura humana y no un producto de alienígenas.
La película, en última instancia, no ofrece respuestas, sino que invita al espectador a cuestionar: ¿Estamos usando la tecnología para emancipar o para oprimir? ¿Valoramos la vida solo cuando es escasa? Y, sobre todo, ¿qué sacrificios éticos estamos dispuestos a aceptar en nombre del “progreso”?
La dirección de Bong Joon-ho
Bong Joon-ho, el aclamado autor cinematográfico coreano detrás de obras maestras como Parasite y Snowpiercer, sorprende nuevamente con la entrega de Mickey 17. Esta aventura espacial profundiza en su estilo característico de mezclar géneros y reflexiones sociales.
Bong Joon-ho es conocido por su capacidad para fusionar géneros y crear narrativas complejas que desafían las expectativas del público. En Mickey 17, este enfoque innovador se manifiesta en la forma en que aborda temas como la clonación, el colonialismo y la resistencia.
La puesta en escena de Mickey 17 es una de sus características más destacadas. El equipo de producción, liderado por Fiona Crombie, diseñó un entorno espacial que combina elementos futuristas con referencias reconocibles del mundo actual. La impresora humana, por ejemplo, se inspiró en aparatos médicos y máquinas de tejido, creando una sensación de familiaridad dentro de lo desconocido.
La nave espacial, con su arquitectura laberíntica y funcional, refleja la vida precaria de sus ocupantes. Crombie explicó que el diseño buscaba crear un contraste entre la rigidez de la tecnología y la irregularidad del entorno humano. Este enfoque visual no solo realza la narrativa, sino que también invita al espectador a reflexionar sobre cómo la tecnología puede moldear nuestras vidas, ya sea de maneras tanto liberadoras u opresivas.

Cinematografía de Mickey 17
La cinematografía de Mickey 17 gira en torno a transmitir el estado emocional de los personajes y el ambiente desolado del planeta Niflheim. Los paisajes helados y capturados con una paleta de colores fríos y sombríos, evocan una sensación de desesperanza y aislamiento. La llegada de la primavera en el planeta, simbolizada por la luz solar que atraviesa la niebla, sugiere un giro hacia la esperanza y la posibilidad de cambio.
Bong Joon-ho ha mencionado que su uso de la visualidad es intencionalmente universal, permitiendo que la audiencia de diferentes culturas se conecte con la narrativa sin necesidad de diálogos explícitos. En Mickey 17, esta universalidad se logra a través de la combinación de paisajes inhóspitos con momentos de ternura y conexión humana, como la relación entre Mickey y Nasha.
La película no solo es visualmente impresionante, sino que también contribuye significativamente al discurso estético del cine contemporáneo.
En suma, Mickey 17 se erige como un espejo inquietante de nuestra época, donde la filosofía se materializa en imágenes que trascienden el mero entretenimiento. Bong Joon-ho nos enfrenta a nuestros propios dilemas contemporáneos: el valor de la vida en una era de abundancia tecnológica, la tentación de los fascismos revestidos de progreso y la paradoja de sentirnos más solos cuanto más interconectados estamos.