El sueño roto de una Sudáfrica sin desigualdades ni violencia
Existe el temor de que con Mandela se hayan muerto años de lucha y anhelos
Más que el himno nacional con sus cinco idiomas o la bandera con sus seis colores, Nelson Mandela simboliza para los sudafricanos la unidad y el orgullo de un país que soñaba con una sociedad multirracial modelo, que hoy se ve lastrada por las dificultades económicas y sociales.
Como indicio de este desencanto, diarios locales estimaban durante la enfermedad de Madiba que los sudafricanos harían bien en rezar no sólo “por la recuperación de Mandela”, que ayer murió a los 95 años de edad, sino por la suerte del país entero.
“Mientras rezamos por la recuperación de Mandela, debemos también rezar por nosotros mismos, una nación que, moralmente, perdió su brújula”, escribía el diario Soweto en su editorial, subrayando que el héroe de la lucha antiapartheid no había sacrificado 27 años de su vida en la cárcel para que “Sudáfrica se caracterice por la corrupción, el racismo, la criminalidad y la violencia”.
Sudáfrica, gobernada desde hace casi 20 años por el partido de Mandela, el Congreso Nacional Africano (ANC), ha suprimido las barreras raciales y logrado hacer emerger una clase media y acomodada urbana multirracial, con capacidad para pagar a sus hijos escuelas de calidad.
Pero desde 2009, el crecimiento económico se ha estancado, las tensiones sociales se acumulan, a menudo acompañadas por violencias que desbordan a los sindicatos tradicionales, entre otros en el sector minero, escenario a finales de 2012 de una oleada de huelgas salvajes que dejó unos 60 muertos y aceleró la depreciación de la moneda.
“Parte de nuestro sentimiento de pánico se debe a esta cuestión: ¿qué es lo que muere con Mandela? Aunque sentimos que lo que simboliza está muerto desde hace tiempo…. ¿cómo es posible que viva aún?”, filosofaba otro editorialista del Times.
Sudáfrica es el país más rico del continente africano, pero cuenta con más de un cuarto de habitantes demasiado pobres para comer a su gusto (en torno al 26%) y más de la mitad vive bajo el umbral de pobreza (52%). El 62% de las familias negras y el 33% de las mestizas son pobres.
El desempleo es crónico, entre otros en las provincias rurales como Cabo oriental, la región natal del expresidente de Sudáfrica donde una mayoría de habitantes depende cada mes de un puñado de cientos de rand procedentes de ayudas destinadas a los mayores o para los niños.
Muchos de esos problemas son la herencia de la política de exclusión económica llevada a cabo por la minoría blanca bajo la tutela británica, y bajo el apartheid a partir de 1948. “Pero no todos”, subrayaba el diario económico Business Day.
La enseñanza pública —que Mandela consideraba la clave del desarrollo de su pueblo— es un fracaso manifiesto de la gestión de ANC a pesar de un importante presupuesto estatal. Mandela “lloraría si supiera lo que ocurre en las escuelas”, aseguraba el año pasado el arzobispo Desmond Tutu, otro héroe de la lucha antiapartheid, quien no piensa volver a votar por el Congreso Nacional Africano.
Al igual que Tutu, cada vez más observadores, incluidos antiguos compañeros de lucha, ya no dudan en criticar al partido de Mandela para denunciar su estado de abandono e incluso poner en duda si sus sucesores son verdaderos demócratas.
De la muerte no se habla
“¿Una ofrenda floral? Eso aquí no se hace”, aseguró Penuel Mjongile, un pastor de Qunu, el pueblo de infancia de Nelson Mandela, donde la hipótesis de su muerte estaba en mente de todos pero en boca de nadie. En esta localidad rural, a casi 900 km del corazón económico de Sudáfrica, nadie levantó un altar en honor del padre de la nación durante su agonía.
El cine se rindió ante el ejemplo de Madiba
Jorge Soruco
Luchador por la libertad, ideólogo de una política que reconcilió un país segmentado, ídolo de millones de personas en todo el planeta. No es de extrañar que la industria del cine, tanto de Hollywood como de otros países, vieran en Nelson Mandela un protagonista ideal para sus producciones.
Algunas se enfocaron en épocas específicas de su vida y de su lucha contra el apartheid como Invictus (2009), Adiós Bafana (2007) y Mandela y De Klerk (1997). Otras, como la que se estrenó este año, Mandela: long walk to freedom (Mandela: el largo camino hacia la libertad), retratan la vida del merecedor del Premio Nobel de la Paz en 1993. Quizá las más conocidas son las tres primeras. Invictus fue dirigida por Clint Eastwood y narra las peripecias del recientemente nombrado presidente Mandela en su búsqueda de eliminar el rencor existente entre blancos y negros en Sudáfrica.
Al enfrentar ese reto, Madiba —magistralmente interpretado por Morgan Freeman— encuentra un impensado aliado en Francois Pienaar, capitán de la selección sudafricana de rugby, un deporte preferido por los pobladores de ascendencia europea del país. Mandela utiliza la final del mundial de ese deporte en 1995 para despertar el fervor patriótico y cerrar brechas y, así, comenzar el proceso de perdón e integración.
Menos optimista, pero muy humana, es Adiós Bafana —otro de los nombres con los que se le conocía—, dirigida por Bille August. La cinta está protagonizada por Joseph Fiennes, quien encarna a James Gregory, un sudafricano racista que busca “enmendar” el “error” de haber sido amigo de un nativo africano en su niñez trabajando como guardia de una prisión. Sin embargo, sus creencias y dogmas, a favor del apartheid, son sacudidas y destruidas por su principal prisionero, el hombre al que vigiló durante 20 años: Nelson Mandela (Dennis Haysbert).
Liberar al oprimido y también al opresor
AFP
a“Sabía perfectamente que el opresor tiene que ser liberado, igual que el oprimido. Un hombre que priva a otro hombre de su libertad es prisionero de su odio, está encerrado detrás de los barrotes de sus prejuicios”, explicó Nelson Mandela durante sus años de prisión.
Tras 27 años encerrado, fue liberado en 1990 y empezó a negociar con un régimen exhausto la organización de elecciones universales y democráticas. Tras su elección triunfal como presidente en 1994, fue un predicador incansable de la reconciliación de las razas.
Su actividad política y sus años en prisión nunca le permitieron tener una vida familiar “normal”. Pero Nelson Mandela siempre buscó la compañía de las mujeres, como demuestran sus numerosos idilios y sus tres bodas.
Con Evelyn, su primera pareja, tuvo dos niñas y dos niños, y otras dos hijas con Winnie. Actualmente tiene en total 17 nietos y 12 bisnietos. Tras divorciarse de Winnie, se casó por tercera vez en 1998, a los 80 años, con Graça Machel.
La última aparición pública del líder de la lucha contra el apartheid fue ante la humanidad entera, cuando saludó a la multitud el día de la final del Mundial de Fútbol en 2010 en Sudáfrica, con millones de espectadores siguiéndole en directo por televisión.
Por su incansable tarea para unificar al país y ante el desborde del poder, un publicista de éxito Muzi Kuzwayo propuso: Es tiempo de renombrar a nuestro país. Un nombre que unirá a la mayoría de nosotros, la Mandelia no dejará —dijo— dudas respecto al gran líder.