Chile: echándose tierra a los ojos
El mundo académico chileno ha tenido y tiene intelectuales sobresalientes y de mucho peso. Uno de ellos, elegido como el intelectual más influyente de Chile, en un artículo escrito en 1987.
El mundo académico chileno ha tenido y tiene intelectuales sobresalientes y de mucho peso. Uno de ellos, elegido como el intelectual más influyente de Chile, en un artículo escrito en 1987, expresaba: “No nos echemos tierra a los ojos; no incurramos en la simpleza, la ilusión de creer que Bolivia, a la larga, se olvidará del litoral perdido. El país del altiplano continuará clamando por el mar. No es capricho suyo, es una cuestión de identidad, de patria, inolvidable, insoslayable, inmodificable”.
Tuvo que ser un chileno el que reflexione a sus compatriotas con una verdad incontrastable sobre nuestra demanda marítima y lo dijo de manera contundente, acertada y valida hasta el día de hoy.
No obstante, en esa nuestra búsqueda del complemento a nuestra identidad, como es la recuperación de un acceso soberano al mar, se pueden mezclar hechos reales con percepciones subjetivas llegándose a conclusiones erradas sobre hechos y personas.
Nuestra continua lucha por retornar al Pacífico ha tenido luces y sombras. En los desfiles y en los discursos salen a relucir los momentos radiantes, pero pareciera que aquellos errores cometidos, no solo que son olvidados sino que no nos han servido para rectificar rumbos.Rehusamos aprender lecciones del pasado.
He tratado, objetivamente, de reflejar en varios de mis escritos lo que, en una mirada retrospectiva, fueron los errores y he intentado plantear rectificaciones que los superen.
¿Cuál hubiera sido el rumbo de nuestro país —por ejemplo— si, precautelando nuestros intereses, el 28 de mayo de 1879, hubiéramos aceptado la proposición chilena de repudiar el tratado de alianza defensiva entre Perú y Bolivia? Recordemos que el Perú no tuvo ningún escrúpulo en firmar el Protocolo de 1929 con el agresor y, así, imponer el enclaustramiento geográfico de su aliado.
El hemisferio, de manera unánime —alguna vez con un Chile reflexivo y con visión de futuro— ha concedido a Bolivia un apoyo político para encontrar una solución equitativa por la que podamos obtener un acceso soberano y útil al océano Pacífico.
Bolivia ha presentado la memoria que sustenta su demanda ante la Corte de La Haya en busca de que falle y declare que Chile tiene la obligación de negociar, de buena fe, con Bolivia un acuerdo pronto y efectivo que le otorgue una salida plenamente soberana al océano Pacífico.
La fundamentación boliviana es clara y convincente: Mas allá de la jurisprudencia existente en la CIJ, es innegable que Chile estuvo de acuerdo en conversar sobre el tema marítimo y encontrar soluciones efectivas en diversas oportunidades y, en algunas de ellas, ofreció formalmente un acceso con soberanía al océano Pacífico al norte de Arica.
En palabras sencillas, lo que Bolivia está solicitando, nada más y nada menos, es que Chile honre su palabra empeñada. Dicho de otro modo, hoy Bolivia busca el apoyo jurídico internacional para hacer valer sus derechos para que un Chile razonador y razonable se siente en la mesa de negociación y aporte no solo a la paz de la región sino que, con ese mismo espíritu con el que se negoció en Charaña, se pueda buscar y encontrar un solución a un problema que no es solamente de Bolivia sino que es, aunque la miopía patriotera chilena lo niegue, un problema de Chile también.
Mientras Bolivia esté enclaustrada, Chile no podrá asumir un pretendido rol de liderazgo en América Latina. Los verdaderos líderes no viven en el pasado y respetan la palabra empeñada. Los líderes lo son porque construyen el futuro sobre la base de la complementación, la justicia, la equidad y, como decía el embajador chileno Carlos Parker, Chile “debe ser capaz de salir manteniendo incólume su prestigio como un país que honra la palabra empeñada, que no se desdice de lo comprometido, ni se acomoda en su recta conducta frente a circunstancias adversas. Nada de lo que hagamos puede constituirse, de ningún modo, en factor de detrimento de nuestro prestigio y credibilidad como país”.
La señora Michelle Bachelet tiene ante sí una gran responsabilidad para con su país y ante el mundo: o vivir en el pasado haciendo perdurar una injusticia evidente, o trascender como una estadista que, con visión de futuro, recupera el sentido del honor chileno, cumple con la palabra empeñada y hace un aporte efectivo a la paz de la región.
Es preciso no olvidar, sin embargo, lo que vendrá después del resultado de la presente demanda… ganemos o perdamos tenemos que continuar y, para ello, debemos prepararnos desde ahora. Eso sí, debemos tener presente un necesario equilibrio de intereses pues, como diría el excanciller José Fellmann Velarde, es imprescindible medir, con la mayor exactitud, la relación entre lo que va a pedirse y lo que puede lograrse con la magnitud de los elementos de presión de que se dispone. Pedir más o menos de lo que puede obtenerse es tan imposible como lograr más de lo que puede obtenerse y tan perjudicial como obtener menos.
Bolivia está unida en torno a la demanda porque, a diferencia de Chile, nuestra palabra —la palabra de todos los bolivianos— está empeñada, pues al igual que Salvador Allende, tenemos claro lo que nos toca hacer, hoy y siempre.
Chile, por su propio bien, no puede ni debe seguir echándose tierra a los ojos. Independientemente de La Haya, Bolivia no cejará nunca en su objetivo de retornar al Pacífico, porque se trata de “una cuestión de identidad, de patria, inolvidable, insoslayable, inmodificable”.
Fernando Salazar Paredes es diplomático y fue embajador de Bolivia ante la OEA