García Pizarro renunció el 26 de mayo
Cronología de la gesta de 1809
Ramón García Pizarro renunció a su cargo de Presidente de la Real Audiencia a las tres de la mañana del 26 de mayo de 1809. Los oidores de La Plata solicitaron su renuncia en forma escrita y surtió efecto al tercer pedido. El momento revolucionario del jueves 25 de mayo de 1809 fue intenso, tal como refieren las crónicas.
Aproximadamente a las diez de la mañana, Ramón García Pizarro convocó al tesorero de las Cajas Reales, Agustín Mendieta, y le pidió le llevase una fuerte cantidad de onzas de oro que guardaba en aquellas, porque, había dicho lleno de consternación y aún llorando: “Amigo me quiere prender el Tribunal, porque dicen que soy traidor y me ha de hacer usted el favor de recoger las onzas que tengo en la Caja”.
A las 11.00, tras haber despachado la correspondencia —era día de entrega de correo— y haber comprobado que se había reforzado la guardia presidencial, marchó a casa del doctor Castro.
Un poco después de las 12.00 solicitó la presencia del sargento Valverde a quien le ordenó que enviase a su hijo Agapito a Potosí con un oficio reservado para el intendente Sanz, encargándole que hiciese todo lo posible para llegar a aquella ciudad “la noche misma, aunque sea a la una o dos de la mañana”.
El oficio daba cuenta de la reunión celebrada la víspera en casa del oidor decano a la que habían asistido también los capitulares facciosos y de las rondas nocturnas que habían vigilado las calles de la ciudad. Le refería, ante “unas pruebas claras de un atentado contra el Gobierno Superior y el mío y por consiguiente tumulto, con todas las demás resultas desgraciadas que se dejan entender” (sic), le remitiera dos compañías con sus oficiales, y le hacía responsable de lo que pudiese ocurrir por su negligencia. Terminaba instándole a la acción porque, según decía, “los momentos son preciosos para evitar mil males”.
Alrededor de la una de la tarde, el fiscal de la Audiencia de La Plata, apoyado en una interpretación jurídica, solicitó al Tribunal que advirtiera al Presidente que “deje el mando político y militar a cargo del Tribunal, como sucedería en el caso de efectiva vacante… y que deberá retirarse de esta ciudad durante el tiempo indicado —hasta la resolución del Superior Gobierno—, al pueblo que le acomode”. Cerca de las dos de la tarde, Ramón García Pizarro se enteró de esa decisión.
A las tres de la tarde, la autoridad de la Audiencia convocó a los abogados Esteban Gascón y José Eugenio Portillo “para que sin réplica ni demora se presentasen ambos en su casa”. Quería su asesoramiento. El Presidente les informó que “tenía aviso positivo de que los oidores, la noche anterior, habían decidido su deposición” y que en la noche del jueves 25 de mayo se reunirían para firmar el documento respectivo.
Alrededor de las cuatro de la tarde, la autoridad expidió mandamientos de aprehensión. Los comisionados eran el alguacil mayor de la Audiencia, Manuel Antonio Tardío para aprehender al oidor Vásquez Ballesteros; el capitán Ramón García Pérez se encargaría del oidor Ussoz y Moxi; el subteniente Juan José Vianqui del fiscal López Andreu; otro oficial del regidor Manuel Zudáñez; el teniente Pedro Real de Asúa del abogado Jaime Zudáñez, y el sargento Francisco Valverde del regidor Domingo de Aníbarro.
Cerca de las seis de la tarde, los seis comisionados salieron silenciosamente por la puerta falsa de la residencia presidencial, cada uno armado con pistola y acompañado de cuatro guardias que portaban espadas.
Como la población vivía tensa y expectante en esos días en que se esperaba un desenlace en la crisis existente en las relaciones de las autoridades, la salida de los pelotones de arresto fue detectada por algunos transeúntes. La noticia se esparció como llama en reguero de pólvora. Todos quienes creían estar en la lista de los enemigos del presidente se pusieron a buen recaudo.
Aproximadamente antes de las siete de la noche, el teniente Real de Asúa fue el único que halló a su presa. Sorprendió a Jaime Zudáñez en su vivienda. Fue llevado por las calles tomando de cada brazo por un soldado, con otros dos por delante con las espadas desenvainadas y el oficial cerrando el grupo con su pistola apuntada a la espalda del prisionero. La hermana de Zudáñez iba más atrás gritando: “¡Paisanos, defiendan a mi hermano. Lo llevan a la cárcel por leal y buen vasallo!”. Se le adjuntaron gentes que clamaron” “¡Traición, traición, favor al Rey y a la Patria!”. El mismo abogado caminaba pidiendo socorro a voz en cuello.
Minutos antes de las siete de la noche las campanas tocaron a rebato, Juan Manuel Lemoine, José Sivilat, Mariano Michel y otros subieron a las torres de las iglesias de La Plata. Los tañidos de las campanas de bronce resonaron en la tranquila ciudad convocando a la ciudadanía a concurrir pidiendo la liberación de Jaime Zudáñez y luego la deposición del presidente de la Audiencia, Ramón García Pizarro.
El Quitacapas Francisco Ríos estaba en pleno juego de azar y bebiendo chicha en la calle de San Francisco, entró la dueña exclamando: “¡Hay un gran alboroto en la plaza!”. El Quitacapas tuvo una valerosa actitud esa noche.
Cerca de las siete de la noche, Juan Antonio de Arenales, subdelegado del partido de Yamparáez “después de haber estado en su alojamiento todo el día, salió poco antes. Encontró en las calles “gentes despavoridas gritando: ¡Viva el Rey que prendan a los señores oidores, a los regidores, a los Zudáñez!”.
El pueblo clamaba por la libertad de Jaime Zudáñez. El arzobispo, cuando fue buscado, salió acompañado de Arenales y el oidor Conde de San Xavier. En el domicilio presidencial, se convenció al teniente general García Pizarro de la urgente necesidad de soltar a Zudáñez para evitar hechos graves contra él mismo y todos los españoles.
Pasadas las ocho de la noche liberaron a Jaime Zudáñez. Salió a la calle acompañado del arzobispo y el Conde de San Xavier por la puerta falsa, pues la pedrea sobre el frontis principal continuaba.
Fue levantado en hombros y llevado en triunfo en medio de grandes aclamaciones. Se convirtió en el héroe.
Alrededor de las nueve de la noche, el arzobispo, desde un balcón, pidió que le permitiesen salir de la ciudad. Intentó ocultarse en el convento de San Francisco y al no poder salió a las lomas hasta la madrugada.
A las tres de la mañana, del 26 de mayo de 1809, al tercer pedido de renuncia Ramón García Pizarro cedió su cargo de Presidente de la Audiencia de La Plata. A las cuatro y media, los oidores asumieron el mando político y militar de la Audiencia.
¿Quiénes participaron?
La población de La Plata contaba el 25 de mayo de 1809 con 18.000 habitantes. Se habla de multitud, montón de gente, inmenso gentío, miles de almas, etc. El informe oficial de la Audiencia que da al rey, de que se verificó “la reunión del pueblo en número considerable”, mientras que el que le pasa el subdelegado de Yamparáez, usa vaguedades tales como “crecidísima multitud, crecida comitiva, número de multitud, muchedumbre de gentes, etc”.
Sin duda, los actuantes de esa noche debieron llegar al número máximo que dan dos testigos: 2.000, uno de ellos el propio presidente García Pizarro, lo cual, si así hubiera sido supondría una auténtica multitud.
Sobre quienes participaron, Romano, Arenales y otros señalaron que participó el “pueblo”. Ahora bien, el concepto de pueblo es muy amplio para que pueda ser tomado en toda su extensión. En cuanto a la edad se habla, por ejemplo, de “practicantes, colegiales y muchachos de pueblo” que iban por las calles convocando a la gente a la conmoción, pero como dijo un testigo: “se agolparon gentes de ambos sexos, de todas edades y estados”.