Agustín Quespi, Ignacio Rodríguez y Asencio Patapata: capitanes de k’ajchas, trapiches y tumultos en Potosí en 1751 y 1756
Esta historia de Arzáns de Orsúa y Vela del siglo XVIII podía haber sido considerada como un relato totalmente ficcional. La investigación que estoy realizando revela que esta situación no solo era conocida en Potosí durante los años 1735, sino que anuncia también lo que sucedería décadas después.
Imagen: Aracari.com
Bolivia, 197 años de independencia
Su nombre… es Agustín Quespi, su patria esta Villa… Críolo un vizcaíno que también era valiente… Es feligrés de la parroquia de San Martín. Le tenían miedo en el cerro y el más bravo español le huía… Andaba con un par de pistolas, con sus herramientas y sus compañeros, y como no tenía mina propia, entraba en las desiertas y sacaba el metal necesario… Ni… 50 hombres lograban prenderlo, tenía mucho valor y fuerza y por todo ello se decía que tenía un pacto con el demonio. Agustín era también temido por los indios. Una vez distribuyó latigazos rompiendo cabezas y quebrantando huesos. Se enfrentaba también a soldados o a franceses. Aunque muchos dueños y azogueros “deseaban beberle la sangre”, otros tenían amistad con él. Además, en favor del rey y la república entregaba quintos (impuestos) a su majestad y era liberal para el culto divino. Su riqueza y estima de parte de muchos españoles y curas lo salvaron hasta que llegó su ruina: fue apresado y atado de pies y manos. Puesto en la cárcel fue acusado de homicida, de haber capitaneado bandidos ladrones, de haber herido, maltratado y azotado a españoles. Agustín Quespi era capitán de los k’ajchas.
Esta historia de Arzáns de Orsúa y Vela del siglo XVIII podía haber sido considerada como un relato totalmente ficcional. La investigación que estoy realizando revela que esta situación no solo era conocida en Potosí durante los años 1735, sino que anuncia también lo que sucedería décadas después. Los k’ajchas fueron descritos por los azogueros y autoridades como ladrones que sacaban minerales los fines de semana y los procesaban en los molinos más rudimentarios conocidos como trapiches.
En los carnavales de 1751, las principales autoridades de Potosí acusaron a los k’ajchas de motín, tumulto y sublevación. Se decía que preparaban “alzamiento” para el domingo de Carnestolendas y se refirieron a que “conspiraron gran multitud de indios mestizos, y otros mistos cacchas (mixtos k’ajchas) en la calle de San Francisco armados, y prevenidos de fuerzas de piedras y hondas con la mira de asaltar, y avanzar a la Villa…”
Al día siguiente, otro personaje afirmó que: “… decían los dichos Cacchas (k’ajchas) ‘Viva el Rey, y muera el mal Gobierno, y que matando al Corregidor y Alcaldes se alzarían con la Villa”
‘CONSPIRACIÓN’. Diversas personas declararon que en la noche del 3 de febrero hubo una “conspiración” de multitud de indios, mestizos y otros mixtos k’ajchas. Fue cuando “ingresó” a la ciudad una “manga de indios con sus hondas y piedras”, razón por la que se mandó tocar la campana de cabildo convocando a los vecinos que acudan con armas en contra de ellos. Se apresó a varias personas, entre ellas a tres personas que fueron acusadas criminalmente de “alboroto y tumulto”. Se trataba de los mestizos Ignacio Rodríguez, el trapichero Nicolás Zárate y el indígena k’ajcha Marcelo Hanco. Ignacio Rodríguez declaró ser de La Plata, carpintero, harpero y trabajaba con trapicheros y k’ajchas. Como muchos de los involucrados, tenía un apodo, el del Molondro ( flojo, perezoso, holgazán/aunque podría ser también malandro utilizado para un “antisocial”). Declaró haber llevado velas a la cruz de los k’ajchas y que lo “mingaron” para que tocara harpa. Pero se lo acusó también de estar involucrado en una masiva reunión acullicando con más de 200 personas que eran los que planificaban “alzarse”.
Un año después, el alcalde Urquizo testificó una y otra vez que fue él quien logró tomar preso a Asencio Patapata, un trapichero que vivía cerca de Vilasirca, del que se dice que tenía el nombre de Asencio Oretia (o Uretia). Contó que fue a su morada, muy temprano en la mañana, entre las 07.00 y 08.00, con varias autoridades y diversas personas, por lo que lograron amarrarlo de los brazos, siendo colocado luego en las ancas de una mula y estuvo a punto de escapar. El corregidor de la Villa Imperial de Potosí, don Ventura de Santelices, que había sido acusado por algunos azogueros de apoyar a los k’ajchas y trapicheros, fue sin embargo el que dictaminó la muerte de Patapata el día 17 de marzo de 1752. Su sentencia decía: “que sea sacado de la cárcel donde está preso en bestia de albarda con una soga …al pescuezo atado pies y manos, y con voz de pregonero que manifieste sus delitos de perturbador de la paz pública, de homicida y de gravemente sospechoso… y sea así llevado por el paraje público acostumbrado a la horca… y de allí sea colgado por el pescuezo y ahorcado hasta que muera naturalmente, y de allí no le quite persona alguna sin mi licencia”.
Las diferentes fuentes revelan también, una y otra vez, el miedo que suscitaba la “multitud” de los k’ajchas, trapicheros y su poderío esta vez en 1756. Diversos testimonios explicaron que los k’ajchas llegaban a 200, otros a 1.000 con hondas y liwis, una honda para la caza muy característica entre los Urus. Se decía que los k’ajchas se armaban con bocas de fuego y tenían escudos hechos de pellejos utilizando las propias puertas para los huasis o casas que había en las bocaminas. Se decía que así podían “entrar matando”, “amarrando a cuantas personas encontraban”, azotando y haciendo burlas. Cuando las autoridades intentaron prender y apresar a uno de sus cabecillas, el Toque, tuvieron que lidiar con él más de media hora con entre seis y ocho hombres para llevarlo a la cárcel pública. Este k’ajcha opuso resistencia y clamaba por ayuda. El testimonio revela que los k’ajchas no solo siguieron a las autoridades durante todo el trayecto en el que llevaban a su amigo preso, sino que iban amedrentando y apedreando a las autoridades hasta llegar “a la Plaza del Regocijo”, donde muchísimos indios iban apareciendo desde las esquinas de la plaza.
APEDREADOS. Muchas autoridades, como la del 24, don Miguel Antonio de Careaga, regidor del Cabildo, proporcionó una larga lista de personajes apedreados: don Pedro de Iriuarren, alcalde mayor de Minas en el Curato de San Francisco, cuando fue a prender a un “cacha” (k’ajcha) y lo mismo le sucedió al superintendente de la villa que fue a visitar los trapiches junto con el alcalde ordinario don Josep Cornejo; el alcalde mayor de Minas Juan Vicente de Berroa, y el Conde de Casa Real de Moneda. La autoridad informó que se “insolentaron” los k’ajchas en la parroquia de San Pablo y a pedradas pretendieron quitar a tres o cuatro que traía presos y esto sucedía frecuentemente en los barrios de San Francisco el Chico, San Cristóbal, La Concepción, San Pablo, San Pedro, Copacabana y Santiago donde tienen “la guarida toda esta gente”.
En otras palabras, las máximas autoridades de la ciudad tenían que esconderse para evitar que los mataran, lo que indudablemente los ponía en una muy difícil situación porque no solo eran desafiados en su rango y cargo, sino porque su vida corría peligro. Esta situación devuelve un gran protagonismo a los diversos tipos de trabajadores involucrados en la explotación de plata del cerro y a su “cerco” a la ciudad de Potosí casi 30 años antes que las rebeliones del norte de Potosí y La Paz.
Rossana barraGán romano es Historiadora, trabajó en el instituto internacional de historia social (amsterdam) y es miembro de la coordinadora de historia (la paz).