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Abrazo imposible, el llanto de una boliviana en Italia ante una paciente con COVID-19

Hace pocos días, la boliviana Adriana Crespo (47), nacida en Aiquile (Cochabamba), lloró de impotencia apoyada en el volante de la ambulancia que ella conduce como voluntaria de la Cruz Roja en Bérgamo, Italia. Una paciente contagiada con el nuevo coronavirus quería un abrazo imposible.

«Me designaron ir a recoger a una paciente. La señora se sentía mal, pero tan mal que solo quería que le den un abrazo, que le dé fuerzas; pero nosotros, como asistentes sanitarios, no estamos autorizados a tocarlos, debemos guardar distancia (…)», cuenta.

«Ese día sentí un dolor terrible, no podía acercarme para abrazarla y decirle ‘tenga fuerza’. Ella falleció. Fue muy doloroso y en la ambulancia me puse a llorar».

La historia, compartida con EXTRA, desnuda el corazón altruista de esta boliviana, quien se fue hace 14 años de Bolivia a Italia junto con sus dos hijos, para darles un mejor futuro. «Soy madre soltera y debía pensar en ellos», recuerda.

En Italia, Crespo intentó estudiar y trabajar, pero fue difícil «por algunas situaciones de discriminación» que deben superar los inmigrantes. «Mi sueño era trabajar como chofer en Italia, pero no se dio la posibilidad; aún así me preparé y tengo todos los documentos para conducir flotas, trailers, o autos con carga, pero no se dio», dice.

Hace siete años, otra vez la inquietud caló hondo en ella al ver una convocatoria para voluntarios de la Cruz Roja. «Me animé, hice el curso, y la preparación fue exigente, porque la instrucción que nos dan se asemeja a la de una enfermera auxiliar. Ahora soy voluntaria, manejo una ambulancia; nos llaman ‘socorritor’, porque socorremos a las personas».

Su voluntariado lo hace en el centro de Bérgamo. Aunque puede ir por algunas horas a la semana, ella prefiere hacerlo en cualquier tiempo libre que tenga, aunque sea a diario. Como si se tratara de una estación de Bomberos, al llegar debe estar lista ante cualquier alarma y destino en en centro de la ciudad.

«Por ahora me da mucha tristeza lo que pasa, pero cuando empezó la pandemia las ambulancias no dejaban de sonar a cada instante», cuenta Adriana, quien se gana la vida limpiando casas.

«El voluntariado lo hago desde las seis de la tarde y me quedo hasta cumplir todas las emergencias. No podemos dejar a su suerte a los pacientes», indica.

Al ser consultada sobre si no temía un contagio de COVID-19, su respuesta es enfática: «No, no, porque si uno lo hace con cariño y cuidado eso no piensas, no piensas en el contagio, solo piensas en aliviar un poquito el sufrimiento que tienen los enfermos. Digo que quizá al transportarlos de su casa al hospital puedo salvarle la vida, eso está dentro de mí».

Pese a ese sentimiento solidario, la mujer aclara que hay reglas sanitarias de cumplimiento obligatorio en la Cruz Roja, por eso no pudo abrazar a la paciente que la hizo llorar.

«Si las reglas hubieran dependido de mí, tal vez la hubiera abrazado, es doloroso», suspira.

Adriana, por ahora, vive con uno de sus hijos, de 25 años; mientras el otro, de 29, decidió regresar a Bolivia y formar un hogar en Cochabamba. Pese a la distancia, su familia es unida y ella se encarga, a la distancia, de preservar las costumbres y tradiciones  que comparte con sus amigos extranjeros.

Otra de sus aficiones son la fotografía y el baile, siempre que puede participa de un grupo de morenada de compatriotas en Bérgamo.

La situación de la pandemia, por su experiencia diaria en Italia, la lleva a hacer un llamado urgente a los bolivianos: «Amigos, quédense en casa, infórmense; no es mentira, es cierto, es verdad, no queremos que los paisanos pasen por lo que estamos pasando (…). Tomen conciencia, les pido de todo corazón que estén en sus  casas, apoyen la cuarentena, no arriesguen su vida ni la de los demás».