Parece un pueblo normal, pero Gravelbourg, perdido en medio de las praderas canadienses (en la provincia Saskatchewan), tiene algo único: sus campos conforman la primera zona de producción de semilla de mostaza del mundo.

Esta comunidad francófona de 1.200 personas “es fundamental para la producción de la mostaza”, cuenta su alcalde, Real Forest. Canadá es de hecho el mayor productor del mundo (35% de las semillas, 50% de las exportaciones), y tres cuartas partes de las semillas de color marrón en el país crecen en Saskatchewan, especialmente en Gravelbourg.

Pero la mostaza recién se introdujo en la provincia en 1940, mientras la tradición de esta planta se remonta al siglo XIV a Dijon (Francia), corazón histórico de este cultivo.

Hoy, Gravelbourg apunta a ser la capital de la mostaza. “Vendemos el producto en bruto que se va a otra parte”, se lamenta Forest, a quien le gustaría que los inversionistas apoyaran los esfuerzos locales para desarrollar esta industria.

El propio Gobierno está enfocado en “aportar un valor añadido a los productos agrícolas locales”, especialmente de mostaza, según el ministro de Agricultura, Lyle Stewart.

Una familia lleva dos años comercializando “Gravelbourg mostaza gourmet”, línea artesanal de condimentos con cultivos locales. Val Michaud vendió su peluquería para lanzarse al negocio. El producto se distribuye sólo en el oeste de Canadá en sus variedades mostaza a la alemana, a la francesa, al ajo y a la pimienta. Pero falta mucho antes de que su nombre haga temblar a Dijon.