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Cómo obtener tomates en Acacio, Anzaldo y Sacabamba

Un tomate es un lujo en comunidades rurales de Acacio, Anzaldo, Sacabamba y otras en el norte de Potosí y el Valle Alto de Cochabamba. Con la papa, el maíz o trigo que les queda luego de una helada, granizada o sequía, los comunarios hacen trueque por verduras.

En el caso del tomate, sólo los que cosechan agua pueden cultivarlo.

“Cuando era como mi nietita, harta agua había en estas quebraditas, poco a poco ha disminuido”, recuerda el líder de la comunidad de Torno Khasa, Cecilio Yampara Felipe (57). El rostro se le ilumina cuando señala al aljibe, un tanque en el que cosecha agua de la lluvia que cae por el techo de su casa y la almacena para regar, por goteo, una pequeña huerta en medio de la árida montaña. Hace poco tiene agua potable, pero a veces “roba” de su cupo para regar cuando se acaba su otro líquido. “Pago un peso al mes, pero si gasto más, tengo que dar más”, asegura. Es agua que recorre 18 kilómetros desde otra comunidad que aceptó compartirla. Hay un directorio responsable de su mantenimiento; él fue parte del mismo.

“Es una pena vivir aquí”, afirma, pero al mirar al suelo verde de su huerto la sonrisa le vuelve. “Ahora tengo plantitas de duraznos, de manzanas, cebollas, habas, huacataya, perejil, ají… Aquí, mi esposa, Celia Flores Cruz, ya cocina más cosas. Me salva, pues ya no tenemos que ir a comprar cebollas”.

Don Cecilio es líder de la comunidad Torno Khasa, municipio de Acacio, de la provincia Bilbao Rioja, extremo norte de Potosí. Está en una montaña, a tres horas del río Caine, frontera con Anzaldo, municipio de Cochabamba. Lamenta que los jóvenes se van al Chapare o a Santa Cruz.

“Si no hay buena cosecha, están obligados”, lamenta mientras su esposa invita un plato de papa con maíz y un pedazo de charque, acompañado de llajua.

Un lacayote cocido en un horno de barro es el postre. Una comida de lujo para los visitantes, esta vez periodistas. Ese día, como todos los agricultores, se levantaron a las 04.30. Doña Celia Flores Cruz prepara sopa de trigo pelado con papa, charque y arroz, además de comida seca (papas, chuños, piri y charque), que lleva para ir a trabajar en los cultivos de esos mismos alimentos.

Este huerto diversificado y con agua para riego es parte del proyecto de fortalecimiento de la seguridad alimentaria con enfoque de sistema agroecológico que impulsa el Centro de Investigación y Promoción del Campesinado (Cipca) desde 1999 en estas zonas.

En estas montañas de tonos grises, la tierra está removida para la siembra de papa que espera las lluvias de diciembre. Cerca de los atajados (familiares o comunitarios) hay grandes hoyos cuadrados en cuyo interior se apisona la tierra y se cubre con materiales plásticos para que la lluvia no “escape”.

“Agua, agua, agua, ése es nuestro reclamo a todas la instituciones que vienen. No sé cómo nos podrían ayudar para tener más plantitas y erradicar la extrema pobreza”, expresa Don Cecilio.

El trigo y el maíz les sirve para obtener algo de ingresos. Si hay buena cosecha, venden el 50% y el resto es para el consumo familiar.

Pedro Quispe (27) se copió la idea hace tres años. “Y por qué yo no puedo poner; he intentado y lo he logrado”. Tiene durazno, manzana, lechuga, zanahoria, que regala al wawa huasi, una guardería local que queda al lado de su huerto.

“Agua kawsay kani” es vida en quechua, exclama doña Isabel Paraguayo Ordóñez. Junto a su esposo Celestino Saramani San Miguel, cerca de donde viven —que es también donde se conocieron y casaron— hallaron agua, que es transportada hasta un tanque que riega su huerto diversificado. Cultivan hasta claveles, pero no tomates. Invernaderos son necesarios en estas montañas donde el viento sopla fuerte.

Cruzando el Caine, en Anzaldo y Sacabamba hay pequeños invernaderos, gracias a los que ya no viajan hasta Cliza para comprar verduras. En el atajado de Margarita Quispe crían carpas, pescados que fríen y degustan. Tomates no tienen, pues necesitan agua y muchos cuidados para evitar al pulgón.

Pero, como Pedro, cultivan de vez en cuando una plantita. “Bien ha resultado, casi una arroba he sacado. Poco he vendido y a algunos les he dado porque no tienen”. Su mamá, doña Agustina Pérez, está feliz ya que antes no tenían agua, sólo tierra. “Nuestro sufrimiento se debe al agua, no a otra cosa”.