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El origen fabril está en la minería artesanal

La industria boliviana dio sus primeros pasos hacia la modernidad con los golpes de la Primera Guerra Mundial (1914-1918) y la crisis económica global de finales de los años 20 del siglo pasado, conocida como la Gran Depresión, de acuerdo con el investigador Alfredo Vicente Seoane.

Pero la semilla de la actividad fabril actual se remonta a la segunda mitad del siglo XIX, con la reactivación y reinserción de la plata a los mercados externos y con inversiones de empresarios nacionales y migrantes que modernizaron el panorama productivo de la minería argentífera, como aparatos para la extracción de mineral y ferrocarriles que conectaron esa oferta con los puertos.

Ambas innovaciones permitieron una fuerte expansión de la producción y los ingresos en el mercado nacional. Aparecieron empresas modernas en otros rubros que empezaron a utilizar maquinaria y formas de organización capitalista en la generación de electricidad y en la producción de bebidas, entre otras actividades que paulatinamente fueron cambiando la base artesanal que no estaba circunscrita a las regiones mineras.

Esta primera oleada modernizadora se reactivó años después con el desplazamiento de la plata, principalmente de Potosí, por el estaño; cuya masiva explotación convirtió al “metal del diablo” en el principal artículo de exportación y el mayor generador de ingresos del país.

La reorientación de la economía sacudió también la vida política del país, ya que implicó el cambio de la sede de gobierno de Sucre a La Paz y determinó que las inversiones y los emprendimientos principales que estaban localizados en el sur languidezcan, mientras otros se dinamizaban en el norte, con el eje La Paz-Oruro desarrollando una nueva capacidad productiva.

ETAPAS. Ya en el siglo XX, la transformación de materias primas en Bolivia recibió un nuevo impulso con la Gran Guerra, que generó en el mundo una escasez que —en el caso del país— alentó el crecimiento de diversos rubros manufactureros y propició la llegada de importantes inversiones y recursos humanos capacitados en labores industriales, los cuales fueron expulsados o huían desde Europa hacia América.

El punto máximo  en el proceso de inversiones, que crearon otro modelo de producción, se dio desde la segunda década del siglo XX hasta 1935, periodo en el que se instalaron molinos de harina, embotelladoras de refrescos y las fábricas Tejidos Forno, Tejidos de Punto, Said, Soligno, Cemento Viacha, Calzados García, Yarur, Calzados Zamora, Dillman y Taquiña; entre otras.

Esta expansión del sector hizo que 39 empresas constituyan en 1931 en La Paz la Cámara de Fomento Industrial (CFI), que en 1938 cambió su nombre a Cámara Nacional de Industrias (CNI). La institución, promotora de la actividad y defensora de los intereses de sus asociados, tuvo como fundadores a la Cervecería Boliviana Nacional (CBN), la Compañía Boliviana de Energía Eléctrica (Cobee), la Sociedad Boliviana de Cemento (Soboce), la Sociedad Industrial Molinera (SIMSA), la Sociedad Comercial Agropecuaria Tusequis (Dillman), Casimires Sucs, Calzados y Curtiduría Recacochea, Litografía e Imprentas Unidas, el periódico El Diario y otras empresas de alcoholes, fideos y galletas, cerámica, gaseosas, muebles, maestranzas y frigoríficos.

A este grupo se sumaron en esa misma década la Compañía Industrial de Tabacos, Laboratorios Vita y la Fábrica de Jabones Patria y, luego de la Segunda Guerra Mundial (1939-1945), La Papelera, Bebidas Vascal, Industrias de Aceite, Ingenio La Bélgica; entre otras.

OBJETIVO. El mismo año de su creación, la CFI propuso un plan de desarrollo del sector que permitiera superar los efectos dejados en el país por la Gran Depresión, la cual redujo los precios de los commodities y deprimió la economía extremadamente centrada en los minerales.

Ante la indiferencia de los grandes mineros exportadores y de los gobiernos de esas épocas, los planteamientos de aplicación inmediata y progresiva impulsados por las manufactureras —como el Banco de Fomento Industrial— se fueron llevando a cabo parcialmente y con mucha dificultad, lo que empero fue muy significativo por el progreso productivo y ocupacional que representaron.

Otro hito para el sector fue la Guerra del Chaco (1932-1935), un evento de emergencia nacional que tuvo la virtud de promover la unidad nacional y estimular y orientar la actividad industrial hacia la mayor sustitución de importaciones, lo que incrementó la capacidad utilizada en las plantas ya instaladas en los años previos y exigió que el trabajo suba de uno a tres turnos, cosa que no se había visto antes.

La crisis, agravada por la recesión y por una aguda escasez de divisas para usos no bélicos, puso de manifiesto el hecho de que era urgente reemplazar por producción nacional una serie de insumos necesarios para la minería, para las fábricas industriales y para los abastecimientos militares.

Este hecho dio impulso a una ampliación del peso específico de la industria en la economía, lo que desde entonces motivó una fluctuante atención del Estado a estos emprendimientos.