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¿Cuál es el vínculo entre COVID-19 y las emergencias ecológica y climática?

La destrucción e interrupción de la naturaleza está aumentando la probabilidad de más pandemias, alerta un artículo de investigadores del Banco Interamericano de Desarrollo (BID). “Si no nos enfrentamos a la crisis climática, protegemos la biodiversidad y usamos los recursos naturales de manera sostenible, seremos nosotros quienes lucharemos por recuperarnos de consecuencias a menudo trágicas”, se advierte en el documento.

Las imágenes de animales silvestres retomando calles, plazas y otras áreas normalmente ocupadas por la actividad humana circulan hoy en las redes sociales mostrando un vínculo positivo entre la naturaleza y la pandemia del COVID-19, pero la realidad de esa cercanía es mucho más siniestra.
Las enfermedades infecciosas son un problema ambiental. La Organización Mundial de la Salud (OMS) ha demostrado que el medio ambiente es responsable de aproximadamente una cuarta parte de las muertes en el mundo, mientras que los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de los Estados Unidos (EEUU) calculan que tres cuartas partes de las enfermedades nuevas o emergentes que infectan a los humanos, como el ébola, el dengue, el zika o la fiebre amarilla, se originan en la vida silvestre.

Según el artículo del BID, existen varias formas en que la alteración de los ecosistemas puede exacerbar las enfermedades infecciosas. Por ejemplo, la mayor invasión de los bosques tropicales que albergan innumerables especies de animales y, dentro de ellos, virus desconocidos y potencialmente nuevos que pueden saltar a los humanos.

Suficientes muestras hay de lo anterior. El VIH posiblemente cruzó de los chimpancés a los humanos en la década de 1920, cuando los cazadores los mataron y se los comieron en África. En el sudeste asiático, el Nipah alcanzó al hombre luego que se intensificara la cría de cerdos en áreas donde habitaba los huéspedes naturales del virus: los murciélagos. En la Amazonía, un aumento en la deforestación del 4% incrementó la incidencia de la malaria en casi un 5%, a medida que los mosquitos transmisores de la enfermedad prosperan en áreas recientemente deforestadas.

La conexión entre la vida silvestre, las enfermedades y las personas no es nueva. Sin embargo, las enfermedades emergentes se han cuadruplicado en los últimos 50 años, en gran parte debido a la fragmentación del hábitat, el uso de la tierra y el cambio climático.

La pérdida de bosques impulsada por la tala, la minería, las carreteras, la expansión agrícola, la rápida urbanización y el crecimiento de la población acercan más a las personas y a sus animales domésticos a las especies salvajes, por lo que es probable que surjan enfermedades.

Es posible, además, que los virus y otros patógenos se trasladen de animales a humanos en los mercados informales que proporcionan alimentos “frescos” a las personas. Se cree que el mercado donde se vende productos frescos y carne en Wuhan fue el punto de partida de la pandemia del coronavirus.

La crisis climática también ha cambiado y acelerado los patrones de transmisión de enfermedades infecciosas como la malaria. La OMS estima que el aumento de la temperatura global de entre 2 y 3 grados centígrados aumentaría el número de personas en riesgo de malaria en un 3 a 4%.

Otro efecto negativo del calentamiento global es que éste mina el acceso de las personas al agua potable –especialmente a las comunidades más pobres y vulnerables–, así como a otros elementos sociales y ambientales relacionados con la salud.

Sin embargo, se siguen tomando decisiones con poca consideración de las consecuencias para la biodiversidad y el bienestar de las poblaciones.

“Proteger la naturaleza y garantizar el uso sostenible de los recursos naturales podría ayudar a prevenir la próxima pandemia”, subraya el artículo del BID.