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Los inversores prevalecen sobre los ahorradores en el largo plazo

/ 3 de marzo de 2024 / 06:50

El comportamiento ante las variaciones de los precios es distinto cuando se trata de la economía financiera

OPINIÓN

Es sorprendente la metamorfosis que sufre una persona cuando se adentra en el mundo de la inversión. En una situación cotidiana, cuando tenemos que realizar una transacción, como supuestos homo economicus que somos, elegimos la mejor opción en términos de calidad-precio. Es decir, entre dos productos (o servicios) de igual calidad, elegiremos siempre el más barato. Al mismo tiempo, reaccionamos positivamente ante reducciones de precios. No hay más que ver el éxito de las campañas de rebajas en el sector retail para comprobar el impacto positivo de las reducciones de precio en el comportamiento de los consumidores.

No obstante, el comportamiento ante las variaciones de los precios es completamente distinto cuando se trata de la economía financiera. Y esto es lo sorprendente. En este caso, los inversores suelen preferir que los precios suban para sentirse atraídos por los mismos, mientras que temen las caídas de los precios (de cotización) hasta llegar a entrar en pánico y vender para frenar las potenciales pérdidas de patrimonio. De esta forma, el famoso y obligado adagio “comprar abajo y vender arriba”, extrañamente, no se cumple.

Eckhart Tolle, famoso escritor y autor de El poder del ahora, sostenía que las emociones son la reacción del cuerpo a la mente. Y como seres humanos, nuestras emociones tienen un carácter marcadamente biológico y hereditario. Por ello es importante comprender que nuestro cerebro está diseñado para la supervivencia, por lo que una de las emociones más fuertes es el miedo. Por tanto, cuando el miedo entra en escena, nos acaba controlando completamente.

Ahora bien, ¿por qué la reacción a la variación de los precios difiere entre un consumidor y un inversor? Como humanos que somos, cuando adoptamos tanto el papel de consumidor como el de inversor nuestras emociones deberían ser similares. Pero no es así. El miedo aparece ante bajadas de precio de los activos financieros (precios de cotización), pero no lo hace ante bajadas de precio de activos reales (precios de venta). El comportamiento irracional en este caso se da entre los inversores, ya que un menor precio de adquisición aumenta la rentabilidad de la inversión, por lo que la reacción debería ser positiva.

La pregunta, por tanto, debería ser, ¿por qué los inversores reaccionan negativamente ante las caídas de los precios de cotización? Podríamos acudir a Benjamin Graham, considerado el padre del value investing, para encontrar una respuesta coherente. Concretamente, la respuesta aparece en el primer capítulo de su libro El inversor inteligente, donde distingue “inversión en contraposición a especulación”. En efecto, invertir es muy distinto a especular.

Un inversor es aquel que, siguiendo con la definición de Benjamin Graham, realiza un análisis exhaustivo con el fin de asegurar el principal y obtener un rendimiento adecuado. El especulador, por el contrario, únicamente espera adquirir un activo con el objetivo de que aparezca alguien en un periodo de tiempo determinado (y reducido) que pague un precio superior. Si esto no ocurre, el especulador empieza a sentir miedo. Y vende.

Los consumidores y los inversores reaccionan positivamente ante caídas de precios, porque encuentran más barato aquello que pretenden adquirir: para un consumidor significa un desembolso menor; para un inversor significa una rentabilidad mayor. Los especuladores reaccionan de distinta forma, ya que su objetivo (que aparezca alguien que pague más) no se cumple.

El error, por tanto, es tratar a todos los participantes del mercado financiero como inversores, cuando la amplia mayoría se comporta como especuladores. Y gracias a esta estructura, los (escasos) inversores acaban batiendo al mercado a largo plazo.

Si atendemos a las estadísticas, los datos confirman esta hipótesis. Por ejemplo, según JP Morgan, en el periodo 2002-2021 (20 años), el índice S&P 500 obtuvo una rentabilidad anualizada del +9,5%. En el mismo periodo, el inversor promedio obtuvo una rentabilidad anualizada del +3,6%. En términos acumulados, estamos hablando de una diferencia de rentabilidad del 300% en 20 años entre la rentabilidad ofrecida por el índice y la rentabilidad obtenida por el inversor promedio.

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Este error de concepto queda respaldado, nuevamente, por los datos que ofrece el NYSE (New York Stock Exchange) sobre el periodo de tenencia de las acciones desde la década de los años 30. Si observamos la evolución del periodo de tenencia de las acciones, vemos que, en promedio, las acciones se mantenían durante un periodo entre 4 y 5 años, y llegaron a los 7 y 8 años entre 1960 y 1970. Tras la década de los 80 el periodo de tenencia no dejó de caer, hasta situarse en la actualidad en un año. Es decir, en promedio, los inversores mantienen las acciones un año. Dado que se trata de un promedio, este dato indica que hay inversores que mantienen sus supuestas inversiones (a largo plazo) durante periodos inferiores al año.

No son los inversores los que obtienen una rentabilidad muy inferior al índice de referencia, sino los especuladores. Los verdaderos inversores obtienen, como mínimo, la misma rentabilidad que ofrece el índice de referencia (en el caso de la inversión pasiva). Aquellos inversores que, además de cumplir con el objetivo del horizonte de inversión, realicen un adecuado análisis exhaustivo e inviertan en negocios capaces de crear valor a un ritmo superior al promedio del mercado, conseguirán, sin duda, batir al mercado a largo plazo.

Álvaro Jiménez Gestor de Renta Variable en Gesconsult

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Podemos reducir los fundamentales a dos métricas financieras: el crecimiento y la rentabilidad

Álvaro Jiménez

/ 15 de septiembre de 2023 / 10:01

A largo plazo, el rendimiento de las acciones responde a dos variables principalmente: los fundamentales y el múltiplo de cotización. Si los beneficios de una compañía crecen un 10% al año durante 10 años, mientras que su múltiplo de cotización permanece invariable, el rendimiento de las acciones va a acercarse mucho a ese 10% anualizado. De la misma manera, si el beneficio de una compañía permanece invariable durante 10 años pero su múltiplo de cotización aumenta de 10x a 14x (+40%), su cotización habrá aumentado en un +40%.

Obviamente, el mejor escenario sería aquel en el que tanto los fundamentales (beneficios o flujos de caja) como los múltiplos de valoración se incrementen. Realmente, este no es un escenario utópico, ya que la evolución de los fundamentales de un negocio tiene una relación directa con los múltiplos de cotización. En otras palabras, cuanto mejores sean los números de un negocio, más altos serán los múltiplos de cotización que está dispuesto a pagar el mercado.

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Por ello, vamos a poner toda la atención sobre la variable clave a la hora de invertir en Bolsa, los fundamentales, ya que éstos ejercerán a su vez una fuerte influencia sobre los múltiplos de cotización.

Siendo fieles al principio de parsimonia, según el cual la sencillez es la mejor virtud, podemos reducir los fundamentales a dos métricas financieras: el crecimiento y la rentabilidad. En mi opinión, éstas son las dos variables que mejor explican la creación de valor de un negocio a largo plazo y, por tanto, las dos variables que mejor explican el rendimiento de las acciones a largo plazo.

Por crecimiento nos referimos a un sano crecimiento orgánico de ingresos. La capacidad de una compañía para vender cada vez más productos es una de las cualidades más importantes. Además, si el crecimiento vía volumen (cantidad) viene acompañado por un incremento de precios, la capacidad de crecimiento orgánico se multiplica. De hecho, la capacidad para fijar/subir precios (pricing power) es una de las cualidades más atractivas que puede tener un negocio. En la actualidad, quizás Apple sea la compañía que mejor representa la capacidad de fijación de precios.

Pero el crecimiento no sería atractivo si no se traduce en una elevada rentabilidad, es decir, el crecimiento debe ser rentable para que aporte valor. Aquí es donde entran en juego los márgenes. Si el producto o servicio de la compañía es superior o único podrá venderlos a un precio muy superior al coste de generar ese producto o servicio. La diferencia entre precio y coste es el margen. Cuanto mayor sea esa diferencia, mayor es el margen, y, por tanto, mayor será la rentabilidad del negocio.

Aún nos quedaría incluir un concepto clave dentro del análisis de la rentabilidad: la intensidad de capital. No es lo mismo invertir 10.000 euros para obtener un retorno de 1.000 (10% de rentabilidad), que invertir 5.000 euros para obtener los mismos 1.000 euros de retorno (20% de rentabilidad). La cantidad de inversión que necesita un negocio para obtener un retorno determinado ejerce una influencia muy importante a la hora de generar valor. En este caso, cuanto menor sea el capital empleado para un retorno determinado, mayor será la rentabilidad del negocio. Por tanto, aquellas compañías que no necesiten invertir grandes cantidades de capital para generar dinero serán más rentables que aquellas que necesiten invertir grandes cantidades de capital para generar dinero. Por lo general, las compañías de software son negocios que no necesitan invertir grandes cantidades de capital, por lo que su rentabilidad es muy superior al de compañías que son altamente intensivas en capital, como pueden ser las aerolíneas o las compañías de telefonía móvil.

La métrica financiera que mejor recoge la combinación de márgenes e intensidad de capital es el retorno sobre el capital empleado (ROCE, por su sigla en inglés). Cuanto mayor sean los márgenes operativos de un negocio, mayor será el numerador del ROCE, al tiempo que cuanto menor sea el capital empleado, menor será el denominador del ROCE. En definitiva, altos márgenes y baja intensidad de capital se traducen en una elevada rentabilidad (ROCE elevado).

Un crecimiento atractivo y recurrente junto a un ROCE elevado se traducen en una alta generación de caja, que es la variable más importante de todas, ya que el valor de un activo financiero no es más que la suma de los flujos de caja que sea capaz de generar a lo largo de su vida (descontados a valor presente).

En todo este proceso hay dos variables cualitativas que tienen una importancia capital, como lo son las ventajas competitivas y el equipo de gestión, encargado de asignar capital de manera eficiente y eficaz, así como determinar cuál es la estructura financiera óptima para los accionistas. Aunque todo se resume, como hemos visto, a dos variables: crecimiento y rentabilidad (ROCE).

Por tanto, los negocios que sean capaces de crecer de manera recurrente y generar altos retornos sobre el capital empleado serán capaces de generar caja (beneficios), y el rendimiento a largo plazo de las acciones seguirá de cerca esa capacidad para generar caja (beneficios). Además, si el precio que pagamos por ese negocio es adecuado, estaremos incrementando el retorno potencial que obtendremos como accionistas.

En definitiva, una buena inversión en Bolsa se compone de dos partes: calidad (fundamentales) y precio. Si encontramos una compañía excelente, capaz de ofrecer un crecimiento atractivo y de obtener un alto ROCE, que esté disponible a un precio atractivo, estaremos ante una excelente oportunidad de inversión.

(*) Álvaro Jiménez es gestor de Renta Variable en Gesconsult

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