‘Te une mucho exponerte ante miles de personas’
Keith Richards
— En este libro ha ido usted a tumba abierta
— No tengo nada que esconder. También tenía el tiempo, encontrarlo era difícil. Después de la última gira que hicimos se dio la posibilidad, iba a tener tiempo. No fue idea mía, me lo sugirieron, además, diciéndome que James Fox se prestaba a colaborar en ello. Somos amigos de hace años, luego te planteas: es la oportunidad y si no lo hago ahora…
— Veo entonces que está como un niño con la idea de haber publicado un libro. ¿Lo siente como algo más propio?
— Pues sí. Al principio pensaba, bueno, tengo cosas que contar, así que no será tan difícil. Pero cuando lo veo ahora, en perspectiva, revivir tu vida dos veces, con la memoria, volver a experimentar ciertas emociones… Las cosas en la vida van pasando, y en la mía todo ha ido muy rápido, he estado a punto de morir, he sufrido accidentes. Pero luego veo que han quedado experiencias muy dolorosas. La muerte de mi hijo…
— Terrible. Y no se lo perdona, aunque fuera un accidente.
— Es natural la muerte, sabes que llegará, tratas de prepararte. Pero aquello fue muy duro…
De hecho, Richards trata de hacer un exorcismo en su confesión. Una buena mañana, el bebé apareció muerto en la cuna. Él estaba de gira. Anita Pallenberg, la pareja del guitarrista entonces y madre de su hijo mayor, Marlon, lo encontró: «Decidí no hacer preguntas en su día. Sólo Anita sabrá. En cuanto a mí, nunca debí haberla abandonado. No creo que fuera culpa de ella. Pero dejar a mi recién nacido es algo que no me perdonaré jamás. Es como si hubiera desertado de mi puesto», confiesa.
— Si le digo Doris, ¿qué viene a su memoria?
— La música. Ni siquiera madre: música. Encendía la radio y la música nos envolvía, si no sonaba nada en la casa, mis alarmas se disparaban. ¿Dónde está mamá? Había ido a hacer la compra, pero me inquietaba que no sonara la música.
— ¿Y si le digo Brenda?
— Bueno, pues ese es Mick (Jagger). Un apodo de camerinos.
— ¿Y cómo se lo ha tomado él?
— Bueno, él ha leído el libro. Se lo di antes de que apareciera. La única queja que tuve por su parte ¿sabe cuál fue?
— No…
— Que contara que tuvo un maestro de canto. No es nuevo, todo el mundo lo sabe, le dije.
— Y otro de baile.
— Sí, está rodeado de entrenadores, por eso su camerino queda tan alejado del mío. Tiene otra manera de prepararse para salir a escena. Pero no me importa nada de eso, lo que de verdad me interesa es lo que la gente retenga del libro, no anécdotas que tengan que ver con buscar divisiones entre él y yo.
— Puede que las bromas no, pero algunos pasajes sobre su amigo son crudos: «Padece el síndrome del solista vocal». «No formamos este grupo para apuñalarnos por la espalda». «Cuando echas ácido, todo se corroe»… Pero con esas anécdotas uno piensa que no queda apenas nada auténtico de lo que fueron The Rolling Stones; que son más una empresa que un grupo de ‘rock and roll’
— Existe ese aspecto, pero a la hora de la verdad, en el momento que estamos en los camerinos y tenemos que saltar al escenario, estamos Mick, Charlie, Ronnie, yo y a eso se reduce. Te une mucho exponerte ante decenas de miles de personas, es un intercambio de energía muy poderoso. Se abre la jaula y saltamos… Como leones… Como tigres… Una histeria.
— Ustedes, lo que siempre quisieron ser fue millonarios.
— ¿Y quién no? ¿Quién no quiere ser millonario? Nuestra dimensión aumentó rápidamente. Y nos dimos cuenta de que merecía la pena disponer de dinero para crecer. Cinco chicos que se meten en un negocio que aumenta y aumenta. Te planteas qué hacer con él, cómo invertirlo. El dinero tiene sus ventajas y sus desventajas.