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La Cinemateca dedica un ciclo a la obra del maestro Ingmar Bergman

La muestra cinematográfica es parte del programa denominado «Directores destacados de la A a la Z», que en este año pretende exhibir filmes que nunca se han visto en el país.

Nacido el 14 de julio de 1918 en Uppsala (Estocolmo), Bergman filmó más de 40 películas. Aprendió el arte de la puesta en escena teatral y ya en los 40 comenzó a compaginar el teatro con el cine y fruto de ello es su primera película, Crisis (1945). Sin duda, su obra más conocida es El séptimo sello (1957), cumbre del cine protagonizada por Max Von Sidow. La cinta narra la vuelta a casa de un caballero medieval y su escudero tras combatir en las Cruzadas, encontrándose en su camino con un paisaje devastado por la peste y el fanatismo religioso.

En Gritos y Susurros (1973), Bergman cuenta la historia de tres hermanas —María, Karin y Agnes— que tras  haber estado muy unidas durante su infancia, han perdido el contacto y la capacidad de demostrarse cariño.

Bergman abordó, con una visión casi siempre trágica, las relaciones entre hombres y mujeres, la muerte, la existencia de Dios o el sentido de la vida. Buena culpa de ello tuvo su educación religiosa y severa, elegida para él por su padre, pastor protestante.

En 1960 ganó su primer Oscar con El manantial de la doncella, elegida como mejor película de habla no inglesa. La Academia le otorgó dos premios más por Como un espejo (1961) y Fanny y Alexander (1983). El director falleció el 30 de julio del 2007 a los 89 años en la isla sueca de Faarö, donde se encontraba retirado.

Musas le rodearon

Los papeles femeninos fueron fundamentales en su obra. Sus musas fueron Maj Britt Nilsson, Harriett Andersson, Eva Dahlbeck, Ulla Jacobsson y, sobre todo, Liv Ullmann.

Teatro

Colombia/Escén.
Unas criadas feroces, pero sin nada de matices

Teatro Quiz, de Armenia (Colombia), pasó por el festival Escénica ante un público que colmó la sala 6 de Agosto, lo que no es poco decir. La expectativa creada por la imagen de dos actores —Jaime Torres y Ramón Hernández— con rictus de crueldad pintados por el maquillaje, para representar a Las criadas del oscuro Jean Genet, más el boleto de sólo Bs 10, se combinaron para atraer a más gente de la que suele responder al teatro.

Así las cosas, los actores lucieron su dominio del cuerpo, fueron despintando su humanidad teñida de blanco como se desnudan los sentimientos de esas mujeres capaces de un odio intenso por su patrona, sin que importe cuán generoso llegue a mostrarse el poderoso para con sus subordinados.

Se aplaude de Equiz la puesta limpia y la plasticidad. Símbolo más que realismo. Se pondera el diálogo que logran los actores con sus cuerpos, sus gestos. Pero, pese a ello, la obra se enfría, se hace repetitiva, abruma pero no por la sensación de opresión y de asfixia que busca el texto de Genet. Falta eso que se llama ritmo y que no es sino el manejo de la intensidad. La obra abre por lo alto y los actores no logran matizar tanta energía, de manera que terminan agotándose.

En tal estado, apenas sí se logra recuperar el significado que está en esas criadas símbolo de una sociedad dividida entre quienes mandan y quienes no tienen más que obedecer.

Mabel Franco Ortega
es periodista.