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Borges llenó de notas los libros de la biblioteca en la que trabajó

«Los libros congregados por un hombre constituyen también un aspecto de su obra y el mapa y espejo de su personalidad», había dicho el escritor argentino más reconocido de todos los tiempos.

Con el fin de arrojar una nueva luz sobre su obra y su proceso creativo, los investigadores Laura Rosato y Germán Álvarez trabajaron cinco años para rescatar la huella que dejó Borges (1899-1986) en cerca de un millar de publicaciones de la biblioteca que el escritor dirigió durante casi dos décadas.

El resultado de ese trabajo, publicado en un libro de casi 400 páginas, será analizado a partir de agosto en las primeras jornadas internacionales que organiza la citada biblioteca sobre «Borges lector», faceta fundamental para entender su prolífica obra.

Cuando en 1973 se vio forzado a abandonar su cargo, tras el retorno al poder de Juan Perón, Borges dejó cientos de libros de su biblioteca personal que, agrupados en cajas, quedaron a la espera de catalogación, explicó Álvarez.

Como el edificio del barrio porteño de San Telmo en el que funcionó la biblioteca hasta 1992 se encontraba «completamente desbordado», los libros quedaron allí prácticamente olvidados.

La existencia de esos libros y sus anotaciones «era un secreto a voces», pero pasaron más de tres décadas sin que se impulsara este análisis, entre otros motivos porque «son libros raros, de temáticas complejas y escritos en su gran mayoría en idiomas extranjeros, en alemán, en inglés antiguo», relató.

«Pero lo que no se sabía, y eso sí que nos sorprendió a todos, es que había muchísimos más libros desperdigados por el depósito». Cada vez que leía un libro, Borges firmaba la guarda delantera del ejemplar y escribía la fecha y el lugar, acto que repetía cada vez que volvía a leerlo o consultarlo.

Otra característica de su biblioteca personal es que nunca quitaba la pegatina de las exclusivas librerías donde compraba sus libros, lo que refleja que el lugar de adquisición de las obras era para él un rasgo de identidad casi tan importante como su edición.

No obstante, estaba lejos de ser un «bibliófilo fetichista», asegura Álvarez. El libro se convierte para él en un cuaderno de apuntes, ya que, además de extraer citas e ideas, elaboraba índices de futuras obras, realizaba traducciones e incluso ensayaba versiones de sus textos. De hecho, Álvarez y Rosato descubrieron un «ejercicio poético» inédito de Borges, de 1923, en un libro en alemán de historia eclesiástica. El poema, compuesto por una decena de versos, corresponde a la época en la que estaba preparando su libro Fervor por Buenos Aires.