Darín espera venir a filmar en Bolivia
Ricardo Darín - Es tan encantador por teléfono, que contra toda norma de entrevistas hay que dejarlo asentado antes de reproducir la charla que sostuvo La Razón con Ricardo Darín. Se rió, francamente sorprendido, cuando supo que la primera imagen que se tiene de él en Bolivia es una telenovela de los 70, donde actuaba junto a Atilio Marinelli. "¡No!, qué gracioso. Nunca me pude imaginar una cosa semejante", se entusiasmó. En 1975 Darín tenía 17 años, "estaba muy jovencito, demasiado. Ojalá pudiera ser así ahora".
— Un cuento chino, la más reciente película en la que usted actúa, llega a La Paz. Es una comedia, según se publicita, ¿de qué tipo?
— Atípica, en sentido de que cuando hablamos de comedia, por una deformación de estos tiempos, se piensa en un producto pasatista, sin contenido. No es el caso de Un cuento chino, la historia del encuentro entre dos personas aparentemente incomunicadas por el tema del lenguaje; pero que a medida que transcurre se dan cuenta de que tienen más en común de lo que imaginaban. No lo sabían por la barrera idiomática.
— ¿Qué pondera la crítica?
— En primer lugar, el estilo narrativo del director y guionista (Sebastián Borensztein). Y la aparición de lo que le comentaba, es decir, esa posibilidad de asistir a una historia que puede mover a divertimento, y al mismo tiempo ser profunda. La película la valoraron más en España que en Argentina, para ser honesto; aquí la crítica fue bastante mezquina para mi gusto, y no lo digo porque sangre por la herida, sino porque muchas otras veces los críticos defienden con ahínco productos no muy elaborados, y en cambio se pusieron prudentes con Un cuento chino. Afortunadamente, hay reparaciones y éste es el caso, pues en España la recepción intelectual fue muy importante. El eje central, creo yo, es el de la intolerancia entre seres humanos, un problema universal que amenaza con ser cada vez peor.
— ¿Fue la telenovela su plataforma de lanzamiento?
— No, yo soy hijo de actores. Trabajé en todo lo que me han propuesto y siempre lo agradecí muchísimo, porque mis padres, que eran muy buenos actores, lamentablemente, no tuvieron la suerte que he tenido yo. Soy un ser muy afortunado. Siempre encontré puertas abiertas, manos extendidas, gente que confió en mí. Mis padres, y no lo digo con resentimiento, sino como un análisis técnico, digamos, no tuvieron esa misma suerte. Por eso, cada vez que me va bien, que tengo éxito, lo subdivido en tres para no sentirme mal.
— ¿Siempre quiso ser actor?
— Es difícil contestar. No sé si siempre quise o siempre lo fui. No recuerdo bien qué está primero. Desde muy chico empecé a encontrar un camino a través de la actuación, lo que no sólo me abrió puertas a mí, sino que permitió, más de un momento, salir a flote a mi familia, porque en mi casa no digo que la pasábamos muy mal, pero hubo momentos de apremio económico. Que yo pudiese colaborar me hizo sentir muy bien. Por eso digo que nunca pensé en la Tv como una plataforma de lanzamiento; cada paso que di lo hice con toda mi energía y mi alegría por encontrar trabajo. Un problema de los actores en todos lados —Argentina, seguramente Bolivia— es lograr la estabilidad a partir de lo que saben hacer: estabilidad para alimentar a la familia: lo sé muy bien porque lo viví con mis padres, codo a codo.
— Pareciera que toda película exitosa argentina, del último tiempo, tiene a Darín.
— Lo que pasa es que la gente es benévola, se acuerda de lo bueno y perdona lo malo. Hice cosas que no funcionaron y es bueno que así sea, pues si no yo parecería un fenómeno y no lo soy. El mundo del espectáculo no es una ciencia exacta, siempre se corren riesgos. En los últimos tiempos, ciertamente encontré proyectos bien recibidos por la gente, no todos, ya digo. Pero como vivimos en mundo muy resultadista y exitista, mucha gente nos pone un número y clasifica: éste tiene éxito, éste no, y se olvida del esfuerzo y talento de tanta gente que no ha tenido la fortuna necesaria para destacarse.
— ¿Cómo hace, en este momento de su carrera, para aceptar los papeles?
— No tengo un método demasiado férreo. Trato de escuchar lo que mi corazón me dice. Si veo una historia que merece ser contada, automáticamente me siento parte de ella y trato de no poner obstáculos. No siempre lo consigo, claro, pero lo que más me interesa es ser parte de historias atractivas, que se puedan contar. Nada me parece más importante que lo que piensan y sienten los espectadores, para ellos trabajamos. Y, como yo soy un buen espectador, trato de hacer lo que me parece que vale la pena. A veces, me he subido a proyectos no bien recibidos, pero en su momento me pareció un tema importante a tratar. Uno se puede equivocar o no, forma parte del riesgo a correr.
— Le ha tocado dirigir la película «La señal», ¿qué tal le pareció la experiencia?
— Tuve que hacerlo porque mi amigo Eduardo Mignogna, con quien comenzamos el proyecto, falleció. En ese momento triste acepté hacerme cargo y con ayuda de otro íntimo amigo mío, con quien ahora tenemos proyectos, pudimos cumplir con el sueño. Fue un momento de gran aprendizaje que no estaba en mis planes, pero que es algo que todo actor tiene como una especie de fantasía. Mignogna me hizo ese último regalo.
— ¿Repetirá la experiencia?
— Ojalá pueda tener una historia para animarme; pero por ahora tengo nuevos proyectos de actuación y otras cosas.
— ¿Estuvo en Bolivia?
— Sí, hace mucho tiempo filmé una película francesa en Jujuy y Villazón. Pero es una deuda en Latinoamérica que nos conocemos poco, que buscamos la tierra prometida más lejos, cuando en la zona hay motivos para el orgullo: la gente, su forma de vivir, de pensar y de sentir. No se ha estimulado que nos conozcamos y se enfatizó más en nuestras antinomias que en lo que nos une.
— Y si le ofrecen filmar en Bolivia, ¿se animaría?
— Por supuesto. Mi amigo Gael García Bernal estuvo filmando allí (Y también la lluvia) y tengo muy buenas referencias. Ya dije que soy un amante de las historias y si hay una que requiere ir a Bolivia, con todo gusto lo voy a hacer.