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Saturday 15 Jun 2024 | Actualizado a 16:53 PM

Darín espera venir a filmar en Bolivia

Ricardo Darín - Es tan encantador por teléfono, que contra toda norma de entrevistas hay que dejarlo asentado antes de reproducir la charla que sostuvo La Razón con Ricardo Darín. Se rió, francamente sorprendido, cuando supo que la primera imagen que se tiene de él en Bolivia es una telenovela de los 70, donde actuaba junto a Atilio Marinelli. "¡No!, qué gracioso. Nunca me pude imaginar una cosa semejante", se entusiasmó. En 1975 Darín tenía 17 años, "estaba muy jovencito, demasiado. Ojalá pudiera ser así ahora".

Por La Razón

/ 4 de agosto de 2011 / 05:00

— Un cuento chino, la más reciente película en la que usted actúa, llega a La Paz. Es una comedia, según se publicita, ¿de qué tipo?
— Atípica, en sentido de que cuando hablamos de comedia, por una deformación de estos tiempos, se piensa en un producto pasatista, sin contenido. No es el caso de Un cuento chino, la historia del encuentro entre dos personas aparentemente incomunicadas por el tema del lenguaje; pero que a medida que transcurre se dan cuenta de que tienen más en común de lo que imaginaban. No lo sabían por la barrera idiomática.
— ¿Qué pondera la crítica?
— En primer lugar, el estilo narrativo del director y guionista (Sebastián Borensztein). Y la aparición de lo que le comentaba, es decir, esa posibilidad de asistir a una historia que puede mover a divertimento, y al mismo tiempo ser profunda. La película la valoraron más en España que en Argentina, para ser honesto; aquí la crítica fue bastante mezquina para mi gusto, y no lo digo porque sangre por la herida, sino porque muchas otras veces los críticos defienden con ahínco productos no muy elaborados, y en cambio se pusieron prudentes con Un cuento chino. Afortunadamente, hay reparaciones y éste es el caso, pues en España la recepción intelectual fue muy importante. El eje central, creo yo, es el de la intolerancia entre seres humanos, un problema universal que amenaza con ser cada vez peor.
— ¿Fue la telenovela su plataforma de lanzamiento?
— No, yo soy hijo de actores. Trabajé en todo lo que me han propuesto y siempre lo agradecí muchísimo, porque mis padres, que eran muy buenos actores, lamentablemente, no tuvieron la suerte que he tenido yo. Soy un ser muy afortunado. Siempre encontré puertas abiertas, manos extendidas, gente que confió en mí. Mis padres, y no lo digo con resentimiento, sino como un análisis técnico, digamos, no tuvieron esa misma suerte. Por eso, cada vez que me va bien, que tengo éxito, lo subdivido en tres para no sentirme mal.
— ¿Siempre quiso ser actor?
— Es difícil contestar. No sé si siempre quise o siempre lo fui. No recuerdo bien qué está primero. Desde muy chico empecé a encontrar un camino a través de la actuación, lo que no sólo me abrió puertas a mí, sino que permitió, más de un momento, salir a flote a mi familia, porque en mi casa no digo que la pasábamos muy mal, pero hubo momentos de apremio económico. Que yo pudiese colaborar me hizo sentir muy bien. Por eso digo que nunca pensé en la Tv como una plataforma de lanzamiento; cada paso que di lo hice con toda mi energía y mi alegría por encontrar trabajo. Un problema de los actores en todos lados —Argentina, seguramente Bolivia— es lograr la estabilidad a partir de lo que saben hacer: estabilidad para alimentar a la familia: lo sé muy bien porque lo viví con mis padres, codo a codo.
— Pareciera que toda película exitosa argentina, del último tiempo, tiene a Darín.
— Lo que pasa es que la gente es benévola, se acuerda de lo bueno y perdona lo malo. Hice cosas que no funcionaron y es bueno que así sea, pues si no yo parecería un fenómeno y no lo soy. El mundo del espectáculo no es una ciencia exacta, siempre se corren riesgos. En los últimos tiempos, ciertamente encontré proyectos bien recibidos por la gente, no todos, ya digo. Pero como vivimos en mundo muy resultadista y exitista, mucha gente nos pone un número y clasifica: éste tiene éxito, éste no, y se olvida del esfuerzo y talento de tanta gente que no ha tenido la fortuna necesaria para destacarse.
— ¿Cómo hace, en este momento de su carrera, para aceptar los papeles?
— No tengo un método demasiado férreo. Trato de escuchar lo que mi corazón me dice. Si veo una historia que merece ser contada, automáticamente me siento parte de ella y trato de no poner obstáculos. No siempre lo consigo, claro, pero lo que más me interesa es ser parte de historias atractivas, que se puedan contar. Nada me parece más importante que lo que piensan y sienten los espectadores, para ellos trabajamos. Y, como yo soy un buen espectador, trato de hacer lo que me parece que vale la pena. A veces, me he subido a proyectos no bien recibidos, pero en su momento me pareció un tema importante a tratar. Uno se puede equivocar o no, forma parte del riesgo a correr.
— Le ha tocado dirigir la película «La señal», ¿qué tal le pareció la experiencia?
— Tuve que hacerlo porque mi amigo Eduardo Mignogna, con quien comenzamos el proyecto, falleció. En ese momento triste acepté hacerme cargo y con ayuda de otro íntimo amigo mío, con quien ahora tenemos proyectos, pudimos cumplir con el sueño. Fue un momento de gran aprendizaje que no estaba en mis planes, pero que es algo que todo actor tiene como una especie de fantasía. Mignogna me hizo ese último regalo.
— ¿Repetirá la experiencia?
—  Ojalá pueda tener una historia para animarme; pero por ahora tengo nuevos proyectos de actuación y otras cosas.
— ¿Estuvo en Bolivia?
—  Sí, hace mucho tiempo filmé una película francesa en Jujuy y Villazón. Pero es una deuda en Latinoamérica que nos conocemos poco, que buscamos la tierra prometida más lejos, cuando en la zona hay motivos para el orgullo: la gente, su forma de vivir, de pensar y de sentir. No se ha estimulado que nos conozcamos y se enfatizó más en nuestras antinomias que en lo que nos une.  
— Y si le ofrecen filmar en Bolivia, ¿se animaría?
— Por supuesto. Mi amigo Gael García Bernal estuvo filmando allí  (Y también la lluvia) y tengo muy buenas referencias. Ya dije que soy un amante de las historias y si hay una que requiere ir a Bolivia, con todo gusto lo voy a hacer.

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Educación

No es una tarea fácil y cabe preguntarse si autoridades, así como trabajadores del magisterio, están en condiciones de afrontarla con éxito

Por La Razón

/ 13 de junio de 2024 / 06:40

Días antes de que la tensión política volviese a escalar con la inédita sesión del pleno de la Asamblea Legislativa Plurinacional, en la que se aprobaron leyes que probablemente no serán promulgadas, el Presidente del Estado anunció la convocatoria al Congreso Plurinacional de Educación. Se trata de un mandato del cabildo de meses atrás en El Alto, pero también de una urgencia nacional.

A primera vista, la idea es excelente. A más de 13 años de promulgada la Ley 70, de Educación Avelino Siñani-Elizardo Pérez, es evidente que, con todo y los avances que especialistas le reconocen a la norma, la educación pública en Bolivia no parece haber mejorado mucho, aunque sí hay evidencia de mucha ideologización de los contenidos (y es bien sabido que ideología está en las antípodas de sabiduría).

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Las y los maestros de secundaria se horrorizan ante la falta de competencias básicas de niñas y niños que han cursado los seis años de primaria; y las y los docentes universitarios descubren que las y los flamantes bachilleres, en una proporción alarmantemente alta, son incapaces de comprender textos básicos, y ni hablar de escribir textos completos, coherentes y libres de errores ortográficos y gramaticales.

Ése es el contexto en el que el primer mandatario pretende realizar el Congreso Educativo con el objetivo de combatir los problemas a los que se enfrentan los educadores al momento de enseñar; al igual que los principales desafíos de los alumnos al momento de aprender. Sin embargo, todavía no se conoce de una convocatoria oficial y menos de la agenda a tratar.

En su anuncio, el Presidente habló de reajustar la Ley Educativa y la malla curricular del subsistema educativo, diseñar el perfil de bachiller que necesita el país y abordar los peligros y amenazas en materia educativa que representan las redes sociales, entre otros propósitos para el encuentro nacional. El mandatario cree que será posible diseñar una “política educativa” para profundizar “la educación inclusiva, científica, técnica, tecnológica; también la productiva, revolucionaria, liberadora, progresista, intracultural, intercultural, plurilingüe, descolonizadora, despatriarcalizadora en todo nuestro sistema educativo”.

Urge hacerlo, sobre todo considerando que la muy extensa lista de adjetivos empleados por el presidente Arce está lejos de materializarse en los contenidos, en las actitudes y comportamientos de la mayor parte de las y los educadores y, por supuesto, en los resultados que demuestran las y los educandos en el aula y fuera de ella.

Es bien sabido que la educación es la primera y más importante tarea del Estado, y que cualquier política pública al respecto debe pensarse y ejecutarse mirando el mediano y el largo plazos, al margen de los apetitos políticos del momento. No es una tarea fácil y cabe preguntarse si autoridades, así como trabajadores del magisterio, están en condiciones de afrontarla con éxito. Sin embargo, seguir postergándola solo abonará al rezago que muestra la sociedad boliviana en estos ámbitos.

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Sensación de crisis

La sensación de crisis, en este caso de naturaleza múltiple, no necesariamente equivale a la situación de crisis.

Por La Razón

/ 9 de junio de 2024 / 00:02

Desde principios del año pasado, afrontamos en el país un escenario de crisis políticoinstitucional, agitado en especial por la disputa interna en el MAS-IPSP. A ello se añade la percepción creciente de que se aproxima una crisis económica. Y una reciente encuesta nacional muestra la opinión mayoritaria de riesgo de crisis social. Hay, pues, sensación de crisis.

La crisis en el campo político y en las instituciones es innegable. La ruidosa división de la fuerza política que gobernó Bolivia durante las últimas dos décadas, la persistente polarización y la debilidad con fragmentación del bloque opositor configuran un escenario de bloqueo institucional y de alta desconfianza. Ello se expresa en la clausura de espacios de diálogo plural y, peor aún, de construcción de acuerdos. Por si fuera poco, ahora estamos en las puertas de un conflicto de poderes.

En cuanto a la economía, a reserva del debate sobre las causas, las condiciones y la profundidad de los evidentes desequilibrios, se va instalando en la ciudadanía la percepción de que estamos avanzando hacia una crisis económica o ya estamos en ella. La escasez de dólares, las dificultades para la subvención de combustibles y el alza de precios, entre otros factores, impactan en la economía de las familias. Y ello se manifiesta en sus expectativas. No son buenos tiempos para el modelo económico.

Si bien, desde el fallido paro de 36 días en Santa Cruz por la fecha del Censo, no existe gran conflictividad social en el país, hay quienes temen que la incertidumbre y el creciente fastidio ciudadano, atizados por la política y, en especial, por el día a día de la economía, pueden conducir a situaciones de crisis social. Un reciente estudio de opinión pública muestra que el 55% de las personas consultadas cree que “estamos ingresando a una grave crisis social”. Es una alerta delicada.

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La sensación de crisis, en este caso de naturaleza múltiple, no necesariamente equivale a la situación de crisis. Pero no es menor el hecho de que una parte significativa de la población perciba un presente crítico con futuro incierto, asentado en la confluencia de variables político-institucionales, económicas y sociales. Por ello, el buen gobierno y la eficaz acción política deben asumir como necesidad la gestión oportuna y cierta de los sentires ciudadanos. Las percepciones y las expectativas cuentan.

Ahora bien, ¿qué hacer para que la creciente sensación de crisis no derive en una coyuntura crítica, dadas no solo las percepciones, sino innegables señales de realidad, en especial en la economía? ¿Es posible, todavía, evitar un escenario de crisis de gobernabilidad, con resultado también incierto considerando la fragilidad del sistema político y de las instituciones? Siempre cabe la posibilidad, y la esperanza, de que las cosas mejoren y se reencaminen como país. El gobierno de Luis Arce tiene la palabra.  

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La Paz a la deriva

Hoy, la ciudad sede de gobierno está en manos de autoridades demasiado ocupadas en cubrir los rastros de sus malos manejos

Por La Razón

/ 6 de junio de 2024 / 06:42

Mientras los medios de comunicación se llenan de noticias que agravan la incertidumbre respecto de la estabilidad económica y política, en La Paz son otras las fuentes de incertidumbre y surgen del gobierno local; el desorden en el gobierno municipal paceño tiene que ver con la incapacidad de gestionar adecuadamente el desarrollo urbano y el efecto político que esto causa.

Días atrás se supo que las y los concejales del Movimiento Al Socialismo (MAS) habían decidido retirar su apoyo a su colega Roxana Pérez del Castillo, que de todas maneras fue electa como vicepresidenta del Concejo, esgrimiendo acusaciones de irregularidades y violaciones normativas. La profunda división en el partido a cargo del Gobierno nacional repercute en todas las instancias en las que participa.

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Pero el conflicto masista es apenas uno de los elementos en este preocupante estado de cosas. Días antes del desaguisado en el Concejo, la Justicia ordenó la detención preventiva del empresario de bienes raíces Harold Lora, acusado estafar a cientos de personas con la venta de departamentos en edificios que no se han terminado de construir y probablemente, si se cumple la ley, queden inconclusos.

En este caso, que es, seguramente, solo el más visible por el número y volumen de las construcciones, así como por la cantidad de personas afectadas, el problema tiene que ver no solo con la ineficaz tarea de fiscalización, que las leyes le atribuyen al Ejecutivo municipal, sino con una probable lenidad de muchas instancias de fiscalización y control, que ha permitido que se levanten miles de construcciones fuera de norma. Según la concejala Pérez del Castillo, son más de 30.000 edificaciones irregulares solo en la gestión del actual alcalde.

Los numerosos intentos de aprobar y promulgar normativa que “regularice” las construcciones fuera de norma y permita nuevos proyectos arquitectónicos ha terminado por revelar un descuido tal en la gestión urbanística de la ciudad que incluso se le ha acusado de violar derechos humanos, comenzando por el derecho a una vida digna, no solo de quienes adquieren un inmueble mal construido, sino también de las y los vecinos de esas edificaciones levantadas con el único afán de recaudar mucho dinero a cualquier costo.

Ese contexto explica la virtual parálisis del Concejo Municipal, afectado por las disputas del MAS, que son hábilmente aprovechadas por concejales inescrupulosos, unidos no por su ideología o su partido (que no los tienen), sino por su interés de medrar de la necesidad de vivienda que hay en la sociedad paceña. Desde el inicio de la gestión fue muy evidente su mala intención gracias a inverosímiles apelaciones al derecho de las personas a tener un techo propio.

Hoy, la ciudad sede de gobierno está en manos de autoridades demasiado ocupadas en cubrir los rastros de sus malos manejos y despreocupadas de la mayor parte de los problemas que aquejan a la población; y el pronóstico no permite albergar muchas esperanzas en el corto plazo.

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El factor Choquehuanca

Ojalá contribuya a encontrar el equilibrio de las alas del cóndor en lugar de su mutilación. Estamos a tiempo.

Por La Razón

/ 2 de junio de 2024 / 00:02

Hemos señalado en este espacio que la Asamblea Legislativa Plurinacional (ALP) afronta una penosa situación de bloqueo y parálisis decisoria. La fractura interna en el MAS-IPSP, la división en las fuerzas opositoras y la persistente polarización impiden la sola posibilidad de diálogo. Ni hablemos de acuerdos. En tal escenario, el presidente de la Asamblea es fundamental.

Más allá del debate político y sus expresiones mediáticas y en redes sociales, estamos en un contexto de crisis institucional con elevada desconfianza ciudadana en todas las instituciones. A ello se añade un campo político malogrado por el enfrentamiento, la descalificación fácil, acusaciones sin evidencia y primacía del interés particular por encima del bien común. Así, la conversación pública se degrada hasta el límite de su imposibilidad. La peor muestra de ello, desde fines del año pasado, es la ALP.

El Órgano Legislativo es el espacio deliberativo por excelencia entre los órganos del poder público. A partir de la deliberación, se espera que la Asamblea cumpla el conjunto de importantes atribuciones establecidas en la Constitución, que de lejos superan la sola legislación. Por su naturaleza, el pleno de la ALP, el Senado y la Cámara de Diputados deberían ser lugares de ejercicio de la política, lo que implica realizar propuestas, debatirlas y construir acuerdos. Nada de eso ocurre en el presente.

Para el normal y eficiente funcionamiento de la Asamblea, hoy en situación de atrofia, es relevante el desempeño coordinado y complementario del presidente de la ALP y de las directivas camarales, además del trabajo de las comisiones y los comités. El problema es cuando la cabeza, en este caso el señor David Choquehuanca, es parte del problema. ¿Qué hacer cuando la necesaria y activa presencia de la principal autoridad del Órgano Legislativo se convierte en ausencia o, peor, en traba? Es muy crítico.

En momentos en que se requiere liderazgo en la ALP y voluntad de concertación, el Vicepresidente está desaparecido. En situaciones en las que ayudaría mucho la palabra serena que invoque el diálogo, el “Jilata David” se queda en silencio. Cuando es fundamental sesionar para tomar decisiones, el presidente de la Asamblea impone receso. Y en un escenario en el que urge una reunión del pleno para destrabar las inciertas elecciones judiciales, al señor Choquehuanca le ganan la línea oficial y la inercia.

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Cierto que la deplorable parálisis decisoria de la Asamblea no depende únicamente de lo que haga o deje de hacer el Vicepresidente, pero al menos se esperaría un mayor protagonismo de su parte, con autonomía de los mandatos del Ejecutivo y la ofuscación de las bancadas. Si asumimos que la situación es insostenible y se avizoran vientos de crisis, el factor Choquehuanca puede hacer la diferencia. Ojalá contribuya a encontrar el equilibrio de las alas del cóndor en lugar de su mutilación. Estamos a tiempo.

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Crisis y discursos

Por La Razón

/ 30 de mayo de 2024 / 00:25

A partir de una reciente aparición del Presidente del Estado reconociendo que el Gobierno tiene “ciertas dificultades” con el dólar, pero que pese a ello el país no está en crisis económica, ha comenzado una evidente campaña gubernamental para negar que haya problemas relacionados con la economía en el país y acusar a sus oposiciones de crear zozobra y malestar en la población.

El mandatario fue más allá y afirmó que las oposiciones tienen la intención de posicionar la idea de “una crisis económica estructural” con el propósito de “generar crisis política y acortar nuestro mandato”. A partir de estas ideas, miembros del gobierno de Luis Arce han afirmado que algunos legisladores del MAS del ala evista, de Creemos y de Comunidad Ciudadana, además de exautoridades del gobierno de Evo Morales, tienen el objetivo de boicotear la gestión económica.

Así, el Gobierno ha pasado de la estrategia de, primero, negar que hubiera escasez de dólares, y luego acusar a agentes económicos no identificados de estar especulando con la moneda estadounidense, a reconocer, tal vez de manera tardía, que el problema ocurre en muchos países dependientes de la divisa, lo cual está produciendo inflación que es “importada” a través de la internación de productos de consumo con precio inflado en su país de origen. En ese contexto, la sustitución de importaciones sigue pareciendo un discurso de buenas intenciones.

El martes, fue la viceministra de Comunicación quien, a modo de pedir a los sectores que anunciaron medidas de presión desistir de las mismas porque solo afectará a la economía del país, afirmó que “el nuevo bloque de oposición” trata de instalar en la opinión “de manera sistemática y coordenada” la idea de una crisis económica estructural. El mismo día, la ministra de la Presidencia la secundó en otro evento afirmando que, en lugar de crisis, lo que hay es “un boicot a la economía”, irónicamente luego de haber levantado la restricción a la venta de carburantes en bidones, que son fáciles de transportar hasta el otro lado de la frontera.

Finalmente, ayer, el ministro de Planificación del Desarrollo afirmó que el país no presenta rasgos de crisis económica, como afirman algunos analistas y sectores sociales, y explicó que para identificar los síntomas en cualquier país “se debe establecer si su economía se ha achicado, si registra altos niveles de desocupación y si hay una acelerada elevación de precios de los productos”. En este punto es inevitable preguntarse si la información sobre estos indicadores es actual y confiable, así como transparente.

Así, en medio de encendidos discursos, acusaciones y justificaciones, a menudo verosímiles, pero no siempre verdaderas, la población boliviana (que, dependiendo del momento, la circunstancia y quién pronuncia el discurso tiene más o menos de “pueblo”) vive en incertidumbre, caldo de cultivo ideal para toda clase de engaños y manipulaciones, artes de las que se han valido, hasta ahora, tanto los opositores de vieja y nueva tradición como los oficialistas.

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