Una separación, la película de Irán que ganó el Festival de Berlín, un Globo de Oro y un Oscar, es un filme intenso, duro, inteligente y agotador. Entre la espada y la pared. Es puro realismo costumbrista “sucio”. Cero maniqueísmos, nada de imposturas moralistas, cine comprometido, “simple”, sin grandes recursos, con un guion perfecto, “teatral”, recuperando ese artilugio del cine, la elipsis y su hija, la metáfora.
Una pareja (ambos actores están sublimes y extremadamente creíbles, cosa que ya es mucho) intenta tercamente no terminar su relación; ella se quiere ir a vivir al extranjero con su hija; él se quiere quedar en Irán con su hija para cuidar al padre enfermo. Es un “problemita”. Una separación comienza y acaba igual. Los dos protagonistas en un plano fijo; al inicio mirando(nos) a la cámara y al final, esperando la decisión de la hija.
La película es rica en miradas, silencios, cosas que se dicen y cosas que no, con una cámara respetuosa y sutil, que a veces entra y a veces no.
Una película que sirve para pensar el gran país persa y sus luchas cotidianas entre la tradición, religión y modernidad. Una historia corriente con personas “vulgares” que habla de una pareja y de mucho más. Yo, todavía estoy esperando la decisión de la astuta Termeh. Cuidado, que nadie es inocente.
Ricardo Bajo es periodista