El décimo disco de Rodrigo Villegas se llama Duramadre y ya está en las calles. Una nuez partida dentro de un caparazón (tapa a cargo de Sergio Vega), sangres nuevas, cerebros lobotomizados, canciones de puño y letra, y un trabajo del Grillo parido después de otra prueba difícil de la vida, la extirpación de un tumor cerebral: Villegas es un “sobrioviviente”, como titula una de las canciones (mi favorita, junto a Sangre).
El disco navega plácidamente entre escasos guitarrazos feroces —recuperando el rock de las tocadas que corre por las venas del quinteto— y unos tiempos lentos próximos al pop y el jazz, con un gran teclado a cargo de Diego Ballón.
La otra sorpresa gratísima la pone la esplendorosa voz de Mayra Gonzales, de la desconocida y potente banda de blues Almitra. En la batería y el bajo, los de siempre, dos viejos lobos de mar, Benjo Chambi y Julito Jaime.
El Grillo Villegas, resucitado, renovado, en calma y fiel a su estilo inconfundible, está de vuelta; desde los infiernos suspendidos hacia los susurros vitales. Heridas de amor, fracturas de alma, dolores de cuchillo, abismos asesinos, disfraces con sombras, errores admitidos… y milagros ateos: la música cura. Y la duramadre (nos) protege.
Ricardo Bajo es periodista.