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Sandy transforma a ciudad de Nueva Jersey en una ciénaga aceitosa

Otro día viviendo entre efectivos de la Guardia Nacional, el olor insoportable a combustible, frío, oscuridad y un barro pegajoso que cubre las calles, dejó a los residentes de uno de los suburbios más ricos de Nueva York preguntándose si algún día podrán recuperarse del huracán Sandy.

La inundación, que hasta el miércoles cubrió a la mayor parte de Hoboken, finalmente se retiró, pero no así el maloliente fango que trajo el agua, aparentemente mezclado con gasolina o combustible de calefacción. Y la electricidad seguía completamente cortada.

A través de la pintoresca ciudad en la orilla de Nueva Jersey del río Hudson, frente a los rascacielos de Manhattan, el ronronear de los generadores cubría los demás sonidos. Pocas tiendas estaban abiertas en esta ciudad de 50.000 habitantes. El tráfico desapareció y los celulares rara vez conseguían señal.

La Municipalidad parecía un centro de refugiados, con decenas de soldados de la Guardia Nacional en uniformes de camuflaje concentrados en torno a camiones del Ejército y Hummers, mientras los vecinos se apiñaban en su derredor para obtener informaciones.

Las últimas noticias, escritas a mano en amplios pizarrones en la escalinata de la municipalidad, no eran buenas para los que sobreviven en apartamentos sin electricidad ni calefacción: «Se estima el restablecimiento de la energía dentro de 7 a 10 días», rezaba.

Hoboken es una localidad privilegiada para quienes trabajan en Manhattan, pero Sandy no pudo ser más democrática. Incluso uno de los jugadores de los New York Giants que ganaron el Super Bowl, Eli Manning, tenía el lobby del lujoso edificio donde vive inundado. Entonces los vecinos se arremangaron y se unieron.

La familia Harman vaciaba el garage inundado que utilizaba como depósito. Ya llenaron una volqueta con pertenencias arruinadas y otra pila -juguetes, muebles y artículos domésticos- se amontonaban en la vereda.

Un enorme estuche para un arpa que tocaba la música jubilada Lise Harman estaba cubierto de barro. La caja, que parecía un sarcófago de forma caprichosa y tenía etiquetas de «Fragil», llamaba la atención de los transeúntes.

«Todos se preguntan lo que es esto», dice la hija de Harman, Christine, dibujando la palabra «Estuche de arpa» en el barro con su dedo. «Ahora saben».
El arpa misma está bien, señala Harman. «Se encontraba en el primer piso».

Christine Harman, una abogada de 43 años, afirma que los residentes de Hoboken intentan mantener su moral alta a pesar de la falta de calefacción, energía, y en algunos apartamentos, agua.

«Nos mantenemos unidos. En nuestro edificio tuvimos una fiesta anoche. Hicimos un asado en la azotea y cocinamos la carne que se iba a pudrir y nos tomamos la cerveza que se iba a echar a perder», explica.

En el cercano pub Nag’s Head, la preocupación era que iba a suceder con la cerveza de los barriles.

La inundación había llegado allí hasta la mitad del mostrador, con la mugre dejando una clara marca del nivel que alcanzó. El agua aún llenaba totalmente el sótano y aunque un generador estaba disponible para activar la bomba, el pub precisaba gasolina, que al igual que en el resto de Nueva Jersey, no se consigue.

«Ayer no pudimos entrar. El agua estaba tan aceitosa y asustadora que no quisimos meternos», indica Mairead Patterson, de 33 años.

«Los bomberos prometieron traer gasolina, pero tuvieron un llamado de incendio cuando estaban aquí y se fueron, entonces no sabemos cuándo volverán», concluye.