La Revista

Wednesday 24 Apr 2024 | Actualizado a 06:43 AM

Alejandro Sanz, gran triunfador de los Premios 40 Principales

Es la noche en la que el Olimpo, con sus dioses, sus semidioses y sus acólitos baja a la tierra a saludar a sus fieles.

/ 25 de enero de 2013 / 15:46

Cada rama del entretenimiento en España organiza anualmente una gran fiesta. Es un acto de autoafirmación y una demostración de poderío. En la música, con la industria discográfica de capa caída desde hace tanto tiempo que ya no queda casi nadie que recuerde tiempos mejores (ayer se hizo público que las ventas de discos cayeron en 2012 otro 5%), la gala de los Premios 40 Principales Ballantines ocupa ese lugar. Es la noche en la que el Olimpo, con sus dioses, sus semidioses y sus acólitos baja a la tierra a saludar a sus fieles. Tantos había en el Palacio de Deportes de la Comunidad de Madrid que el obligatorio paso por la alfombra roja fue casi tan largo como la gala.

Unos 10.000 espectadores fueron testigos de la entrega de los premios concedidos por el público de la más importante radio fórmula en español. Los 40 Principales es «la emisora de los éxitos», dijo el presentador de esta séptima edición, Toni Aguilar. Alejandro Sanz fue el gran ganador en esta edición. Se llevó tres trofeos, los correspondientes a mejor álbum por La música no se toca; mejor videoclip por No me compares y un premio especial a mejor artista español del siglo XXI. El madrileño, que en diciembre cumplió 44 años, es el Julio Iglesias de su generación. Como su predecesor, Sanz es un artista que se mueve con soltura en la canción melódica y que tiene enganche con un público familiar, lo que significa ser capaz de aunar entre sus millones de oyentes a tres generaciones. Pero en lo que ha seguido casi al pie de la letra el modelo Iglesias es en utilizar Miami como trampolín para conquistar el mercado latinoamericano, porque lo que separa a los titanes comerciales de los benjamines es su posición al otro lado del Atlántico.

Las cifras con las que se ilustraron las razones para merecer el trofeo eran indiscutibles. En especial una, 22 millones de discos vendidos. Todo ha girado en torno a él. Interpretó Mi marciana acompañado por China Lin, Bebe y Leyre de La oreja de Van Gogh; le entregó uno de los premios el futbolista Sergio Ramos, y él a su vez le dio a Alicia Keys el de mejor artista y compositora estadounidense de la última década. Juntos interpretaron Looking for paradise, como si fueran Julio Iglesias y Barbra Streisand. Sanz incluso dio el relevo a Pablo Alborán, dedicándole uno de los premios, «porque estoy muy orgulloso de que aparezcan artistas así en España».

Pablo Alborán, se hizo con dos premios: mejor artista nacional y mejor canción, por Te he echado de menos. El malagueño de 23 años se ha convertido en el chico de oro del pop español. El 1 de febrero se cumplirán 24 meses desde que su debut llegó a las tiendas y en 2012 ha colocado tres discos suyos entre los cinco más vendidos. Eso hace de él el músico más vendedor en España del año pasado, dejando en tercera posición a Alejandro Sanz, y en cuarta al fenómeno internacional de Adele, que se hizo con el galardón correspondiente a mejor canción internacional por Someone like you.

Ella no ha estado en la ceremonia, a la que en cambio sí asistió Taylor Swift, premio a mejor artista en lengua no española. Abrían y cerraban las actuaciones dos fenómenos internacionales tan indiscutibles como inesperados. El primero en subir al escenario con sus bailarinas exuberantes, y un volumen de discoteca al aire libre que se mantuvo toda la noche fue Pitbull, es decir, Armando Christian Pérez, nacido en Miami, en 1981, de ascendencia cubana y que recibió el premio al artista y productor más influyente del mundo latino. Si influyente se usa como sinónimo de omnipresente, no hay duda de lo justo del premio. Diez años hace ya de sus gateos en una industria en la que, paso a paso, se ha convertido en el nombre imprescindible para colaborar en los discos de cualquier vocalista que quiera darse prestancia en la música comercial en lengua española.

Una vida paralela a la del francés David Guetta, encargado de cerrar la fiesta pasada la medianoche. Hace no tanto, Guetta era simplemente el anfitrión de una popular fiesta de house en Ibiza. Nada indicaba que él sería el responsable de convertir la música de baile en algo tan popular como el pop y que abriría el mercado de Estados Unidos a este género; el público de aquel país resultaba tan impermeable a la electrónica que ya se había dado por perdido. El parisiense de 45 años recibió, con su perenne sonrisa, el premio a mejor álbum en lengua no española por Nothing but the beat 2.0.

Actuaron otros premiados: los debutantes Auryn, trofeo a artista revelación en lengua española (One Direction, el modelo en el que se mira esta incipiente creación industrial se llevó el mismo trofeo pero en su versión internacional). Pasarían también La Oreja de Van Gogh, ya unos veteranos, a los que se otorgó el premio a mejor festival, gira o concierto.

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Prince, un genio espontáneo hasta la muerte

/ 25 de abril de 2016 / 04:00

El Prince con el que hablé un sábado del pasado noviembre era cercano pero desde la distancia. No dio la mano, no hubo contacto físico de ningún tipo. Llegó de golpe, se subió a un escenario y se puso a tocar el piano mientras animaba al grupo de cinco periodistas europeos presentes en su mítico estudio, Paisley Park, en Chanhassen, Minnessota, EEUU, a que nos acercáramos. El cuerpo sin vida del músico fue hallado el jueves en ese mismo lugar.

Durante una hora contestó todas las preguntas. No se negó a responder a ninguna, pero demostró que también era un artista esquivando las que no le interesaban. Le bastaba con pulsar las teclas del piano unos segundos para cambiar de tema. Estuvo afable, ocurrente y nos hizo reír en varias ocasiones. Parecía relajado, aunque cuando un problema técnico causó un largo e incómodo zumbido, echó a su asistente una de esas miradas de jefe cabreado que aterrorizan a los subalternos.

En la visita turística por la parte pública de Paisley Park —la privada estaba vetada a los foráneos—, ya nos habían comentado que trabajar con él no era precisamente fácil. “Carece del sentido del tiempo. Hace lo que quiere, cuando quiere. Todo aquí es espontáneo, nada está planeado. Está siempre creando”, contaban Trevor y Joshua, sus dos jóvenes asistentes. Por todas partes se captaba el desasosegante aroma del culto a la personalidad, aunque Paisley Park no era su residencia habitual. “No te puedo decir dónde vive, porque no lo sé”, es una afirmación extraña viniendo de alguien que, al menos en teoría, es su mano derecha.

Apareció por detrás con un aspecto espléndido, incluso embutido en un incómodo mono blanco y con un afro poco favorecedor. Parecía imposible que tuviera 57 años. No aparentaba ni 40. Jugaba con las miradas y las medias sonrisas. Había prohibido grabar la entrevista, sin dar razones. Posiblemente, ni siquiera él tuviera claro el porqué. Su personaje, ese genio esquivo y oculto, había ganado el derecho a hacer cumplir su voluntad. Tampoco avisó cuando llegó la última pregunta. Se levantó y se fue como había llegado: sin pedir permiso. Nos quedamos clavados. Todos dejaron de prestarnos atención. Nuestra misión allí había acabado y ya no éramos necesarios.

HERENCIA. En septiembre Prince había publicado su último lanzamiento. Hit n»Run, un disco solo en formato digital. Cuando terminó la entrevista y los periodistas fumábamos un cigarrillo en la cuneta con un frío del demonio —en Paisley Park está prohibido fumar incluso en el aparcamiento—, uno de los convocados confesó que no lo había oído. Los demás lo habíamos hecho a trompicones, mucho más por necesidad que por placer.

Hacía tiempo que sus novedades pasaban desapercibidas para la mayoría. En la última década había seguido generando noticias y mantenía intacta su capacidad de fascinación entre una gran cantidad de público, pero su música había perdido trascendencia comercial. Su lucha, legítima, contra la música gratis en internet, la caza en YouTube de todo lo que llevase su nombre, no había ayudado precisamente a crear nuevos aficionados entre los más jóvenes.

Prince se heredaba de padres a hijos. En el concierto que ofreció esa noche en Paisley Park, un directo improvisado convocado por Twitter, gran parte del público lo componían padres en la cincuentena con sus vástagos. A que los niños estuviesen allí ayudaba que las convicciones religiosas del músico prohíben el alcohol, el tabaco y la carne y que sus canciones sexualmente explícitas estaban fuera del repertorio.

Empezó el show presentando una futura gira por Europa, él solo con un piano, que nunca llegó a ocurrir porque la suspendió de forma fulminante usando como motivo el duelo por los atentados de París. Pero la noche alcanzó lo memorable un poco más tarde, cuando cogió la guitarra. Una larga jam, acompañado por tres músicos jóvenes que parecían impresionados por compartir el mismo aire que Prince. Entonces descubrí que yo también lo estaba. Ese era su gran talento: hacer sentir que estar en su presencia era un privilegio.

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‘Estoy muy agradecido a ese país’

‘Bailar en la cueva’ es el nuevo disco del uruguayo Jorge Drexler. Incluye ‘Bolivia’, con Caetano Veloso, una canción inspirada en sus abuelos que huyeron del nazismo en 1939 y encontraron refugio en el país 

/ 23 de marzo de 2014 / 04:00

Bailar en la cueva, el nuevo disco de Jorge Drexler, está hecho “desde los pies”, dice su autor. Es una declaración de amor por la danza, una actividad “eternamente nueva”, según el primer verso del álbum que comenzó a circular internacionalmente esta semana.

Una completa novedad en la carrera del uruguayo, más unido a la languidez que a la contemporaneidad; a las guitarras acústicas que a los samplers.

Explica que es muy fan de Dj Shadow; estrella estadounidense del hip-hop abstracto y virtuoso de los platos y que ha contado con Quantic, el músico electrónico británico asentado en Colombia, donde ha grabado la mayor parte del disco.

En resumen: Drexler ha descubierto las virtudes curativas de la danza, aunque para explicarlo recurre a un documentado discurso antropológico. “El baile y la música nos definen como especie. Se han encontrado instrumentos, flautas de hueso, de hace 45.000 años. Y todavía antes existían la voz y las palmas.

Sin embargo, la agricultura solo está datada desde hace 8.000 años. Olvidamos que antes de que existiera un lenguaje articulado ya existía una comunicación melódica y mediante el movimiento. Por eso quiero reivindicar el baile”, explica el compositor sentado en un banco del jardín de la Casa América, en Madrid, la ciudad en la que reside desde 1996.

 Hay razones biográficas también. Una especie de toma de conciencia del propio pasado y de las consecuencias del clima en el que se hizo hombre. “Yo soy un hijo de la dictadura uruguaya y crecí en un ambiente en el que no se bailaba. Me crié entre una casa de intelectuales opositores de izquierda, y una calle dominada por un gobierno militar. En ninguno de esos círculos humanos se bailaba. Supongo que la gente pensaba que había cosas más importantes. Responder a la dictadura, o desarrollarse intelectualmente, algo que estaba muy valorado en mi casa. Crecí en un ambiente en el que la diversión estaba muy mal vista. El baile era una cosa despreciada y, desde luego, no practicada”.

Y por último, la propia fragilidad, el tiempo que se escapa. Dice Dexler: “Llega un momento en el que empiezas a ver el horizonte de la salud corporal. Y piensas: ‘Bueno, si no empiezo a bailar ¿cuándo lo voy a hacer?’ Y es una recuperación de un sector de mi cuerpo”.

Porque aunque no lo parezca, Drexler tiene 50 años. Casado con la actriz Leonor Watling, su crisis de la mediana edad pasa por el hedonismo de la pista. Más después de su anterior trabajo, una aplicación musical que permitía combinar los versos de una canción a voluntad del usuario. “Fue un proyecto escrito desde la cabeza. Fue una aplicación de la que estoy muy orgulloso, pero llevó un año y medio desarrollar tres canciones. No fue un proyecto espontáneo: interfaz, diseño gráfico, modelo de negocio… necesité un equipo enorme y muchísima planificación”.

“Este disco surge de los pies”, repite el cantante, y entra directamente con su nuevo trabajo: “Porque surge de los pies nos vamos a Colombia. De todos los países que fui visitando es el que tiene la relación más pareja entre tradición musical y contemporaneidad. Tanto como Brasil. Todos, desde Frente Cumbiero hasta Carlos Vives, están acostumbrados a tender puentes. Todos con los que trabajamos pasaban del sampler al tambor. Conocían muy bien sus tradiciones, pero tenían una idea de cómo insertarlos en los patrones contemporáneos. No entender la tradición como un fenómeno estanco, sino como un juego, una paleta de colores que puedes usar como quieras”.

Es un disco panamericano, en el que colabora desde la rapera chilena Ana Tijoux al veterano y respetado Caetano Veloso. Lo hace, junto a su hijo Moreno, en Bolivia, un tema de sabor ‘tropicalista’ y el favorito de Drexler: “Está inspirado en la historia de mis abuelos, que eran judíos y huyeron del nazismo en 1939 con mi padre, que tenía cuatro años. Cuando nadie les quería, Bolivia fue un país generoso que les aceptó. Allí vivieron ocho años. Le estoy muy agradecido a ese país maravilloso castigado por la historia”.

Asegura que otro de los motivos por los que grabó en Colombia es que el clima en España le resultaba opresivo. “Perdona, porque estoy muy enfadado por la asfixia que está provocando el aumento del IVA o las trabas fiscales. Este es el momento en el que yo con más orgullo digo: ‘Señores, esta no es una actividad caprichosa ni un divertimento’. La música como cultura es algo importante. En 45.000 años de selección natural si no hubiera servido para nada, si hubiera sido una actividad prescindible, ya lo hubiéramos dejado de lado”. Y, como otros tantos, ha encontrado la salvación en Latinoamérica. “Cuando llegué aquí me impresionaron los cachés que se cobraban y ahora el 80% de mi trabajo se desarrolla allí. Quizá los músicos fuimos unos estúpidos al olvidar que industria y creatividad iban unidas”.

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/ 23 de marzo de 2014 / 04:00

Bailar en la cueva, el nuevo disco de Jorge Drexler, está hecho “desde los pies”, dice su autor. Es una declaración de amor por la danza, una actividad “eternamente nueva”, según el primer verso del álbum que comenzó a circular internacionalmente esta semana.

Una completa novedad en la carrera del uruguayo, más unido a la languidez que a la contemporaneidad; a las guitarras acústicas que a los samplers.

Explica que es muy fan de Dj Shadow; estrella estadounidense del hip-hop abstracto y virtuoso de los platos y que ha contado con Quantic, el músico electrónico británico asentado en Colombia, donde ha grabado la mayor parte del disco.

En resumen: Drexler ha descubierto las virtudes curativas de la danza, aunque para explicarlo recurre a un documentado discurso antropológico. “El baile y la música nos definen como especie. Se han encontrado instrumentos, flautas de hueso, de hace 45.000 años. Y todavía antes existían la voz y las palmas.

Sin embargo, la agricultura solo está datada desde hace 8.000 años. Olvidamos que antes de que existiera un lenguaje articulado ya existía una comunicación melódica y mediante el movimiento. Por eso quiero reivindicar el baile”, explica el compositor sentado en un banco del jardín de la Casa América, en Madrid, la ciudad en la que reside desde 1996.

 Hay razones biográficas también. Una especie de toma de conciencia del propio pasado y de las consecuencias del clima en el que se hizo hombre. “Yo soy un hijo de la dictadura uruguaya y crecí en un ambiente en el que no se bailaba. Me crié entre una casa de intelectuales opositores de izquierda, y una calle dominada por un gobierno militar. En ninguno de esos círculos humanos se bailaba. Supongo que la gente pensaba que había cosas más importantes. Responder a la dictadura, o desarrollarse intelectualmente, algo que estaba muy valorado en mi casa. Crecí en un ambiente en el que la diversión estaba muy mal vista. El baile era una cosa despreciada y, desde luego, no practicada”.

Y por último, la propia fragilidad, el tiempo que se escapa. Dice Dexler: “Llega un momento en el que empiezas a ver el horizonte de la salud corporal. Y piensas: ‘Bueno, si no empiezo a bailar ¿cuándo lo voy a hacer?’ Y es una recuperación de un sector de mi cuerpo”.

Porque aunque no lo parezca, Drexler tiene 50 años. Casado con la actriz Leonor Watling, su crisis de la mediana edad pasa por el hedonismo de la pista. Más después de su anterior trabajo, una aplicación musical que permitía combinar los versos de una canción a voluntad del usuario. “Fue un proyecto escrito desde la cabeza. Fue una aplicación de la que estoy muy orgulloso, pero llevó un año y medio desarrollar tres canciones. No fue un proyecto espontáneo: interfaz, diseño gráfico, modelo de negocio… necesité un equipo enorme y muchísima planificación”.

“Este disco surge de los pies”, repite el cantante, y entra directamente con su nuevo trabajo: “Porque surge de los pies nos vamos a Colombia. De todos los países que fui visitando es el que tiene la relación más pareja entre tradición musical y contemporaneidad. Tanto como Brasil. Todos, desde Frente Cumbiero hasta Carlos Vives, están acostumbrados a tender puentes. Todos con los que trabajamos pasaban del sampler al tambor. Conocían muy bien sus tradiciones, pero tenían una idea de cómo insertarlos en los patrones contemporáneos. No entender la tradición como un fenómeno estanco, sino como un juego, una paleta de colores que puedes usar como quieras”.

Es un disco panamericano, en el que colabora desde la rapera chilena Ana Tijoux al veterano y respetado Caetano Veloso. Lo hace, junto a su hijo Moreno, en Bolivia, un tema de sabor ‘tropicalista’ y el favorito de Drexler: “Está inspirado en la historia de mis abuelos, que eran judíos y huyeron del nazismo en 1939 con mi padre, que tenía cuatro años. Cuando nadie les quería, Bolivia fue un país generoso que les aceptó. Allí vivieron ocho años. Le estoy muy agradecido a ese país maravilloso castigado por la historia”.

Asegura que otro de los motivos por los que grabó en Colombia es que el clima en España le resultaba opresivo. “Perdona, porque estoy muy enfadado por la asfixia que está provocando el aumento del IVA o las trabas fiscales. Este es el momento en el que yo con más orgullo digo: ‘Señores, esta no es una actividad caprichosa ni un divertimento’. La música como cultura es algo importante. En 45.000 años de selección natural si no hubiera servido para nada, si hubiera sido una actividad prescindible, ya lo hubiéramos dejado de lado”. Y, como otros tantos, ha encontrado la salvación en Latinoamérica. “Cuando llegué aquí me impresionaron los cachés que se cobraban y ahora el 80% de mi trabajo se desarrolla allí. Quizá los músicos fuimos unos estúpidos al olvidar que industria y creatividad iban unidas”.

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