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La reinvención de Arcade Fire

En su cuarto trabajo de estudio, los canadienses Arcade Fire recogen fuentes de inspiración dispares; la música tradicional haitiana “rara”, un ensayo de Kierkegaard y un filme brasilero de los 50 se funden para producir un álbum doble; 13 canciones que empujan el límite de las capacidades creativas, tanto de la banda como de los productores MarkusDravs y James Murphy.

Saltaron a la palestra mundial tras ganar como Álbum del Año en la Edición 53 de los Grammy con Suburbs (2010), sobre todo para quienes aún no los habían descubierto. Desde entonces las expectativas fueron altas y la respuesta llegó con Reflektor, una negación a las fórmulas de la industria musical.

La presencia de Murphy se hace evidente desde el principio. Reflektor, el tema que le da nombre al disco, presume elegantes guiños al new wave de actos como Talking Heads; el golpe de timón llega con Flashbulb Eyes, tema signado por una cadencia jamaiquina que evoluciona en Here Comes The Night Time.

Ambos confirman que Arcade Fire es capaz de reinventarse. La primera parte llega a su fin con un sonido  orientado al rock sin echar mano de los irreductibles del genero (guitarras, distorsiones y ritmos pulsantes) en tres canciones que hallan resolución en Joan Of Arc.

La segunda parte abre con Here Comes the Night Time II, revisión estilística y lírica a la canción de la primera tanda. Awful Sound se acerca al mito griego de Orfeo y Euridice, historia que sigue en It’s Never Over, y la espléndida participación de David Bowie. Música, banda, productor y colaborador logran cristalizar uno de los temas más redondos de la obra. Sonidos atemporales trazan una melodía que se diluye hacia Porno, experimental y monótono, que abre paso a otra joya: Afterlife, tema que crece apoteósico para retraerse en una dinámica ajena al canon pop. El disco cierra en Supersymmetry, téreo y distante, quizá el eco de la estática acumulada por el derroche creativo. Reflektor es un disco impenetrable, un gusto adquirido. Arcade Fire no defrauda.