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¿Enamorarnos del opresor?: no, gracias

El francotirador” (American sniper; seis nominaciones al Oscar) fracasa en todos los frentes: como película de acción, como drama sobre los veteranos de guerra; como “western” (ese duelo entre el asesino gringo y el “feo”, ¿es casualidad hoy que el malo sea de Siria?); y como panfleto a la mayor gloria de las guerras creadas por el “mejor país del mundo”

El francotirador es aburrida, sesgada, previsible, sin ritmo, con montaje torpe y un personaje principal plano (Bradley Cooper) que jamás crece como tal ni nos convence de su quilombo mental interno y su conflicto marital. La película tropieza con el previsible maniqueísmo y los clichés despectivos de siempre contra el mundo islámico: los comunistas de ayer son los terroristas musulmanes —“valga la redundancia”— de hoy.

A estas alturas, el intento de simplificar y justificar una invasión junto a la humanización de un asesino impune (de mujeres y niños) casi es lo de “menos”. ¿Por qué será que los pastores se parecen tanto a los lobos? Clint Eastwood es uno de los grandes directores vivos (uno de mis preferidos) pero a veces su visión ultraconservadora de la política y el mundo lo contamina (y pudre) todo. El francotirador es propaganda bélica de la mala con un fin: enamorarnos del opresor.

(*) Ricardo Bajo es periodista