Frida, según Marina : Una entrevista inédita a Núñez del Prado
Inédito. Mercedes de Almeida publica por primera vez este documento, en La Razón
Conversación con la escultora boliviana Marina Núñez del Prado sobre la artista Frida Kahlo realizada en su Casa-Taller de El Olivar, San Isidro, Lima, Perú, el 25 de mayo de 1995. Marina falleció el 9 de septiembre de 1995. E ra muy linda, muy hermosa, con esos inmensos ojos que parecían mirar desde el fondo de su alma ancestral y que invitaban a la reflexión… Sus cejas, negras y gruesas se juntaban en su entrecejo.” Marina Núñez del Prado, la insigne escultora boliviana fue amiga entrañable de Frida Kahlo, como también lo fue de Gabriela Mistral, Hellen Keller o Julia Codesido.
Marina, en la lejanía del recuerdo medita durante nuestra conversación: “Siempre digo que ser artista te permite gozar del privilegio de la amistad, uno de los más grandes valores humanos”. Sencilla como siempre, pasea por sus obras escultóricas como si lo hiciera por entre las montañas de su patria que la vio nacer. Su Casa-Taller de San Isidro rodeada de centenarios olivos y un relativo silencio son testigos de sus recuerdos durante su estadía en México. De pronto somos tres quienes conversamos, la frágil figura de la Kahlo se escabulle entre las Mujeres al Viento de piedra, madera, basalto, ónix o bronce que circundan la sala. Frida colabora en descifrar la esencia de su sufrimiento físico expresado como una autobiografía en sus cuadros.
Picasso escribió en una ocasión al muralista Diego Rivera, esposo de Frida: “Ni Derain, ni tú, ni yo; ninguno de nosotros puede pintar una cabeza como ella”.
Después de haber visitado una exposición de sus pinturas en París, en 1939. Un año antes, el surrealista André Breton había notado el talento innato en la mexicana. La muchacha, que un día interrumpía un trabajo del ya famoso Rivera, cuando plasmaba su arte en los frescos de la Secretaría de Educación del DF, para solicitar una opinión absolutamente profesional de sus inicios en el arte. Él conmovido por el ímpetu de la estudiante, dio su crítica de una manera totalmente objetiva y su visión hacia su futuro al observar su personalidad artística.
Único amor y único accidente. Desde 1934, año en que visita el Perú y exhibe su obra, Marina se encariña y enamora de nuestro país. Desde los 70 vive amando aún más esta tierra de chalanes y tapadas. Se casa con el escritor Jorge Falcón, su Jorge de toda la vida. Ella se enternece al tocar este tema.
“Mira, tengo mucha suerte de tener a Jorge —continúa mientras mueve sus manos como dando forma a sus palabras—, él siempre piensa primero en mí y en halagarme. “En efecto, por estos días saldrá una edición especial celebrando el 65 aniversario de la Primera Exposición de Esculturas de Marina, realizada en el Club de La Paz (Bolivia), el 20 de octubre de 1930. Jorge, desde su estudio en esta emblemática casa-taller, continúa en plena selección de fotos y documentación para este libro.
Por ello y más, puede hablarnos del gran amor de su amiga mexicana, y tratar de explicarnos detalles que compartieron asimismo con su hermana Nilda (Orfebre) Núñez del Prado.
Dieguito. “Sabes, vivía con mi hermana Nilda, en la Ciudad de México, y solíamos visitar a Frida y Diego los fines de semana. Frecuentemente almorzábamos con ella, en su casa de Coyoacán, esa Casa Azul. Nos tenía mucho cariño y nos recibía en su dormitorio. ‘Vengan hermanitas’, nos decía cuando estaba postrada en su cama, ‘quiero que me levanten hasta mi ropero’”. Éste, cuenta Marina, era un ropero fantasmal.
“Quería mostrar algo especial, para el recuerdo”, dijo. Ese día nuestra escultora comprobó con admiración el amor que le profesaba a su hombre. Ese mueble mágico, atiborrado de recuerdos, se abrió a las bolivianas.
“Miren, yo tuve un hijo (una guagua para Marina). Aquí está Dieguito, nos dijo. Quedé absorta… era un frasco de vidrio donde estaba un feto de unos tres meses”. Frida anhelaba tener un hijo, sin embargo la tragedia que cambió su vida, fue a los dieciocho años en un tranvía de madera, de la cual fue rescatada literalmente hecha pedazos. Fracturas en la columna vertebral, pelvis y brazo izquierdo. Amén de decir que la pierna derecha era débil a causa de una parálisis infantil. Como complemento a esta desgracia, una varilla de acero le había lesionado la matriz.
Nuestra interlocutora, confiesa: “usaba un corsé o faja de cuero que la mantenía con alivio, además de usar fuertes medicinas por los dolores. Sabes que a lo largo de su vida, soportó más de treinta operaciones.”
Su oloroso ropero tenía más fantasmas y sorpresas. Fragancia de cedro y cintas, aretes y otro secreto: su diario. Cuenta Marina que les dijo: “aquí escribo del monstruo que tengo por esposo”.
Sin duda Diego destacó también por ser muy enamorador. Mi pregunta es obvia: “¿Él te enamoró?”. Ella responde afirmativamente. Bueno, imagino a la hermosa Marina con sus ojos irlandeses, color del tiempo, con su bello perfil y entiendo el interés natural de Rivera.
Le pregunto por qué atraía a las mujeres. “Era grande como una montaña y su vientre como un mundo, ojos grandes expresivos.” Y Frida lo describe así: “Se ve como un bebé gigantesco con un amistoso, pero triste rostro. Cuando se le ve desnudo, recuerdo un renacuajo, que estuviera parado en sus patas traseras. Diego no ha sido jamás ni será esposo de nadie”.
Marina continúa trayendo recuerdos de su amiga: “Quiero describirte su dormitorio, donde siempre nos reuníamos. Debido a su accidente, permanecía en posición horizontal. Siempre preocupada por tener su perrito ‘cala’ (perro sin pelo, conocido por perro peruano o perro chino), que le daba calor a sus pies. Ella siempre tenía mucho frío en ellos. Estos canes producen un calor especial por su piel. Sabes, al final le amputaron unos dedos del pie, y después un pie. Su habitación tenía altos muros blancos, y en la parte superior se leían los nombres de las enamoradas de Diego, que Frida anotaba. ¿No es gracioso? Ella muy enamorada de su Diego, y él enamorando a otras mujeres”. Pero, Diego la amó por sobre todas. Y se casó y se descasó, al final, por segunda vez, la hizo su esposa
Frida: Adiós. Describe a la mujer que había en Frida-amiga. Aquella que cuidaba su negro cabello, siempre encargando a las hermanas Marina y Nilda, les llevaran cintas de colores que luego ataba a sus trenzas. Aquella que fortaleció, a través de su vestimenta, su identidad, sus convicciones políticas con un propio acento, herencia y hasta la misma historia del pueblo mexicano. Su espejo instalado sobre la cama fue sustento para retratar el relato de su vida.
Noto el brillo especial en los ojos de nuestra Marina. Su rostro varía y sus manos —aquellas que esculpen sin piedad y por igual el granito, el mármol, el basalto—, se ponen tensas y las eleva recordando un triste momento. “Un día me dice, Marina, la enfermera no vendrá, ¿sabes aplicar inyectables?… Yo le aseguro que sé de primeros auxilios y que puedo hacerlo, además que se lo demuestro al inyectarme en su presencia”.
“Bueno —me responde Frida—, aplícame esta medicina. Y sabes, no había un lugar en su muslo, donde hacerlo. Estaba saturado de hincones y cicatrices”.
Luego reflexiona, y prosigue, que un domingo por coincidencia, las Núñez del Prado habían recibido la invitación de la pintora María Izquierdo y también la de Frida. Como estaban por partir de retorno a Bolivia, después de radicar más de dos años, decidieron visitar por la tarde a su amiga de Coyoacán, pero: “Llamamos para disculparnos y decirle que luego pasaríamos, pero nadie respondía al teléfono. Al día siguiente, ya de camino a nuestro país, nos enteramos de que había fallecido aquel día”.
Fue el 13 de julio de 1954 cuando partió esta pintora mundialmente conocida, con un sufrimiento que no mitigó su obra perennizada a la posteridad. Marina guarda objetos y piezas precolombinas que los esposos Kahlo-Rivera le obsequiaran. Pero además, la vivencia y el testimonio de haber sido receptora de los secretos de una amistad, como cuando le confesó: “Marina, quisiera vivir cien años”.