«Lo que nos une es que todos hemos vivido una historia que es dura», declaró Viviana, colombiana de 19 años que participa en Francia en un proyecto terapéutico inédito que ayuda a adolescentes víctimas del terrorismo.

Junto a su amiga rumana Laura, Viviana, cuyo padre policía fue secuestrado por las FARC (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) durante 13 años antes de ser asesinado en 2011, tiene la sensación de poder compartir un mismo dolor.

Para Laura, estudiante de 21 años, la «vida cambió» en 2013, cuando su padre que trabajaba en Nigeria fue secuestrado por los islamistas de Boko Haram y asesinado tres semanas más tarde.

En una zona de la región de París, mantenida en secreto, 24 jóvenes, con edades comprendidas entre los 15 y los 24 años, son acogidos durante unos diez días por la Asociación Francesa de Víctimas del Terrorismo (AFVT).

Originarios de Colombia, Francia, Líbano, Israel, Marruecos, Rusia o Rumanía, estos jóvenes que entienden todos un poco de francés comparten su tiempo entre grupos de palabra, talleres de arteterapia y actividades culturales y deportivas.   Un campamento de vacaciones diferente, para niños obligados a crecer más rápido.

«Cualquiera que sea su idioma, religión o cultura, todos han sido víctimas directas o indirectas del terrorismo. El objetivo era reagruparlos y crear un encuentro entre ellos para liberar su palabra», explicó Asma Guenifi, psicóloga de la AFVT y directora del «proyecto mariposa».

«Antes del proyecto, estaba aislada. Ahora aprendí cómo vivir con mi situación, con mi dolor. Lo he aceptado», analizó Laura, describiéndose como «una mariposa, en plena metamorfosis».

Liberar la palabra 

«Salí corriendo cuando las bombas explotaron». Once años después del secuestro del colegio de Beslán (Rusia), Alexandre, de 22 años, no lo ha olvidado.   Alexandre estuvo ya en un primer viaje el año pasado. Aunque hoy «la vida continúa» y «estas vacaciones en Francia sientan bien», este flacucho que vive en Osetia del Norte (Rusia) no olvidará jamás el 1 de septiembre de 2004, día de vuelta al colegio en Beslán.

«Había mucha gente, unas 2.500 personas en el colegio. Tres coches entraron y los tiros comenzaron», contó.

Refugiado en un gimnasio, con su madre herida, su hermano, aún desaparecido, y otras 1.200 personas, este niño de 10 años en aquella época fue retenido por los rebeldes armados prochechenos durante tres días, sin beber ni comer.

«Liberar la palabra», «asumir sus emociones», la gestión no es fácil para los adolescentes. Así, cuando las palabras no salen, es la creación artística la que toma el relevo.

Durante un taller de música, Sephora, de Israel, se deja llevar. «Los días pasan y el dolor pasa», rapea delante de sus compañeros. «Llevo conmigo la huella de una tragedia. Estuve paralizada, pero ya es el pasado. Hoy, se terminó, una mariposa me salvó la vida».

Con una duración de tres años, este proyecto, financiado por la asociación y algunas subvenciones, se articula en tres tiempos: el «pasado» el primer año, el «presente» el segundo, y el «futuro» el tercero, en 2016.

«El terrorista rompe todas las referencias. Se necesita tiempo para que recobren la confianza, explicarles que han vivido algo impresionante, anormalmente violento», explicó Dominique Szepielak, psicólogo.

Pero no hay que abdicar, «hay que rebelarse», defendió Khatching, libanés de 22 años que tiene «miedo de que el poder de (la organización yihadista de) el Estado Islámico crezca». No podemos decir que no es grave, que estamos acostumbrados al terrorismo».