Una comedia para cinéfilos
Una obra que, aun no estando entre lo más logrado de su director, está muy por encima de las cintas en cartelera, al punto de justificar la inversión en la taquilla.
Hace ya tiempo que lo único sorprendente que ofrece la cartelera comercial en Bolivia es la discutible ocurrencia de los distribuidores a la hora de traducir los títulos de las películas para su exhibición. A una de estas ocurrencias cabe atribuir que el más reciente largometraje de Peter Bogdanovich (Nueva York, 1939), buque insignia del Nuevo Hollywood, se haya estrenado en el país con el polivalente nombre de Travesuras de amor, cuando su título original es She’s funny that way (Estados Unidos, 2014).
Como fuere, lo que importa es el aterrizaje en salas locales de una obra que, aun no estando entre lo más logrado de su director, está muy por encima de las cintas en cartelera, al punto de justificar la inversión en la taquilla. Porque, una vez superado el extravío en la traducción, Travesuras de amor se impone como una sofisticada y desternillante comedia que apela a la nostalgia cinéfila para reivindicar la vitalidad del Hollywood clásico. Ambientada en Nueva York y con un telón musical jazzístico, el filme bien podría pasar por una obra de Woody Allen, de no ser por la predilección de Bogdanovich por ciertos gestos y autores muy caros a su trayectoria como espectador-director.
Anclada en la frase “dar ardillas a las nueces” de El pecado de Cluny Brown (Ernst Lubitsch, 1946), la cinta narra las aventuras de una joven y tierna dama de compañía (Imogen Poots), que, casi sin querer, envuelve en un torbellino de enredos sentimentales a un prestigioso director de Broadway (Owen Wilson), a su esposa (Kathryn Hahn) y a un largo etcétera de personajes típicamente neoyorquinos. Con la infidelidad y los desencuentros amorosos como detonante narrativo, Travesuras de amor propone una ácida inmersión en la guerra de los sexos, apelando a un estilo propio de la screwball comedy (comedia loca), que confía en la inteligencia de los diálogos, la contundencia del gag físico (con bofetadas por doquier) y un montaje frenético.
Trece años ha tardado Bogdanovich en volver a dirigir un largo de ficción. Y aun sin alcanzar la altura de sus filmes cumbre, The last picture show (1971), What’s up, Doc? (1972) y Paper moon (1973), acaso inalcanzables a estas alturas, Travesuras de amor ofrece una imperdible oportunidad para reencontrar en la pantalla grande la desbordada cinefilia de ese joven crítico que aprendió a filmar películas visionando a (y conversando con) Welles, Hawks y Ford. Ese erudito del cine que supo ganarse un lugar junto a Scorsese, De Palma y Cimino, en el llamado Nuevo Hollywood, con cintas que contribuyeron a renovar el caduco sistema de estudios, pero sin ocultar nunca su homenaje hacia esos maestros que lo dignificaron desde el clasicismo hollywoodense. Ese cineasta que, a casi 50 años de haber debutado detrás de cámaras, sigue siendo un indoblegable militante de la nostalgia —en estos tiempos subversiva— en tanto gesto autoral para (re)crear imágenes en movimiento.