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Gilmour gravita en la nostalgia con su disco

Casi un año después de la publicación del último álbum de Pink Floyd (The Endless River, 2014) y nueve después de su tercer álbum como solista (On an Island, 2006), la pasada semana llegó Rattle That Lock, un nuevo trabajo del legendario guitarrista floydiano, David Gilmour.

Son diez canciones seleccionadas de entre un grupo de 30, que fueron trabajadas en distintos momentos durante los últimos diez años. El álbum propone una atmósfera menguante, intención que acentúa dramáticamente con las letras de la escritora Polly Samson. Los temas, la mayoría introspectivos, gravitan entre nostalgias y redención. Las letras se inspiran fuertemente en Paradise Lost, de John Milton, al punto de dictar las guías conceptuales del video promocional creado para Rattle That Lock, una extraordinaria animación.
Este disco, musicalmente, suena compacto y cíclico, quizás por la dinámica que parece sugerir un bucle que engarza en las secciones instrumentales que,

inevitablemente, prolongan reminiscencias floydianas. Como es ya característica de los trabajos solistas de Gilmour, encontramos una eclosión musical catalizada por la habilidad de este compositor para seleccionar recursos y hacerlos propios. Se escuchan contrapuntos de tango, guiños al Waltz, arreglos corales, paisajes sonoros, compases marciales, en fin. Las influencias y detonantes de Gilmour son extensas y reflejan toda una vida dedicada a vivir y comprender la música mas allá del género.

Después de la onírica introducción de 5 am, Rattle That Lock irrumpe con toda la fuerza de una rítmica pulsante en medio de un magnífico despliegue instrumental que hace gala de la solvencia de Gilmour como músico y productor. Posteriormente, A Boat Lies Waiting crea una atmósfera creciente, interpretada por David Crosby, Graham Nash y el propio Gilmour, un estupendo homenaje al desaparecido Richard Wright. Right in Front Of Me propone una amalgama de rock, tango y algo más. In Any Tongue se constituye en el tema más introspectivo del disco, trémula musicalmente. The Girl in the Yellow Dress parte de la estructura Blues para crecer robustamente hacia una armonía sugerente que baja la intensidad como preámbulo para un final a dos tiempos. Today con una exuberante cadencia apoyada en un backbeat al mejor estilo The Wall, que se va diluyendo hasta culminar en la última pieza instrumental, And Then, una especie de coda a todo el derroche experimentado a lo largo de diez exquisitos temas. No se trata de un disco determinante en la carrera de Gilmour, no obstante, es un placer escucharlo de nuevo con un álbum tan robusto y meticulosamente trabajado.