Primavera: lo artificial, lo natural
Como varias veces se ha tratado de hacer patente en estas páginas, el cine boliviano vive un momento especial. No es en salas en donde se encuentran las buenas películas de nuestro país, sino más bien, en circuitos alternos y sobre todo, en el cortometraje. Así lo demuestran filmes como Primavera de Joaquín Tapia, que esta semana ganó el premio al mejor cortometraje latinoamericano en el Festival de Cine de Valdivia, el segundo más importante de la región.
Como varias veces se ha tratado de hacer patente en estas páginas, el cine boliviano vive un momento especial. No es en salas en donde se encuentran las buenas películas de nuestro país, sino más bien, en circuitos alternos y sobre todo, en el cortometraje. Así lo demuestran filmes como Primavera de Joaquín Tapia, que esta semana ganó el premio al mejor cortometraje latinoamericano en el Festival de Cine de Valdivia, el segundo más importante de la región.
A medio camino entre el documental y la ficción, Primavera cuenta la historia de Dayana, una niña que es escogida como Reina de la Primavera, en lo que se asume, un pueblo lejano del altiplano. El filme de 16 minutos comienza por una descripción de la vida de los niños en el campo, a partir de una cámara fija. De a poco, el paisaje altiplánico se ve remplazado por el espacio en donde va a darse un solemne baile, el coliseo del colegio del pueblo.
La película se basa en dos oposiciones que son tratadas por Tapia de una manera muy sutil. La primera, tiene que ver con el uso de los espacios. Hay una diferencia entre lo que pasa afuera del colegio de los niños, la vida tranquila del campo frente a lo que pasa adentro, en la fiesta. En este segundo espacio, los niños sufren una especie de transformación. La calma de las primeras secuencias, se ve abruptamente interrumpida por la entrada al coliseo, en donde los niños explotan de euforia. Es como si la vida cotidiana de los habitantes de esta película se interrumpiera abruptamente para dar paso a este curioso ritual.
Pero así como este ritual aparece muy solemne, como una fiesta de 15 años o incluso como un matrimonio, también tiene la marca de lo artificial. Ésta es la segunda oposición que trabaja Tapia en los 16 minutos que dura su cortometraje. Mientras la fiesta aparece como algo serio, propio del mundo de los adultos, la cámara consigue registrar momentos auténticamente lúdicos de los niños. Así, mientras que los pequeños personajes aparecen vestidos de adultos, con sus ternos y sus trajes de gala, bailando el vals, un poco aburridos, hay algunos gestos que aparecen en la película que rompen con la artificialidad, para devolver la naturalidad infantil. Un gesto hacia la cámara, un juego con la mixtura, el correr como locos.
Estas dos oposiciones parecen trabajar de la mano. Entre el afuera y el adentro del espacio en donde se da la elección de la pequeña Reina de la Primavera, hay un cambio de cualidad. El afuera es el espacio de lo cotidiano, la vida corriente, de cierta naturalidad. En cambio, el adentro, el colegio, la institución, el mundo de los adultos aparece con rituales que no pueden dejar de llamar la atención por su extrañeza (a menos, por supuesto, que uno habite en este mundo tanto tiempo que se olvide de la artificialidad de estos gestos). Y sin embargo, en este espacio cerrado, ritualizado, también aparecen momentos para escaparse hacia el afuera, hacia lo natural.