El frío exilio de los olivos andaluces en Alemania
Un olivo español muy viejo puede costar hasta 20.000 euros. Según Jablonski, "para algunos de mis clientes es un verdadero objeto santo" que cuidan como si fuera su hijo.
Para decorar sus casas, muchos invierten en arte, pero algunos alemanes han preferido gastar decenas de miles de euros en comprar olivos andaluces centenarios y transplantarlos en sus fríos jardines, lejos del sol de su tierra natal.
Algunos de estos olivos de troncos anchísimos y nudosos conocieron la conquista del Nuevo Mundo y la guerra civil española, las más terribles sequías y todos los parásitos de los últimos siglos. Pero nunca se habían visto transportados por helicóptero, con sus raíces envueltas en plástico negro a decenas de metros de altura.
Provenientes de Andalucía, estos prodigios de 300, 500 años o incluso un milenio de antigüedad emprenden ahora una nueva vida en los jardines alemanes, rodeados de rosas y geranios, y donde se corta puntualmente el césped los fines de semana. Lejos de la aridez del sur de España, y sobre todo, de su sol.
Si el terreno es de difícil acceso, se necesita una grúa o un helicóptero para trasplantar estos olivos «engordados» por los años, que pueden pesar hasta cinco toneladas y media. Su objetivo es ornamental, ya que hace mucho tiempo que dejaron de producir aceitunas.
«Ya no necesito subirme a un avión, puedo quedarme en casa y disfrutar de mis olivos. íY contamina menos el planeta!», cuenta a la AFP Karl Heinz Maier, feliz propietario de dos especímenes en Willsbach, poblado vitícola situado al norte de Stuttgart (sur).
Uno de estos árboles, de 400 años, custodia la entrada de la elegante mansión de Maier, donde ahora goza de un estatuto excepcional: al llegar la noche, un sistema de iluminación con miles de lucecillas da luz a su cabellera de hojas plateadas.
Su compañero de exilio, de «sólo» 120 años, encontró su lugar rodeado de un banano, limoneros y naranjales, y ahí se le propicia calor cuando la temporada veraniega y de los asados termina.
«íEs un muchacho magnífico!», dice con entusiasmo Torsten Jablonski, mientras acaricia el tronco nudoso de este árbol que vendió a Maier. –
Abrigo y calefacción
Cada año, este empresario de Löwenstein, en la región de Stuttgart, importa centenares de olivos que revende a sus acaudalados clientes de Alemania, Holanda, Austria o Suiza. «Son árboles extremadamente fuertes a los que no les afecta para nada el transporte», asegura.
Sin embargo, el olivo, símbolo de longevidad, no resiste bien al frío extremo, y puede incluso morir a causa de él. Un problema en medio de las nieves de Alemania.
«Hasta -10 grados (centígrados) no hay ningún problema, pero más allá de -15, tienen dificultades para resistir», dice Olivier Nasles, presidente de la Afidol (Asociación interprofesional de la oliva) con sede en Aix-en-Provence (sur de Francia).
Por eso los olivos alemanes están protegidos con un «abrigo» con calefacción incorporada. Cubiertos con una tela plástica espesa y un colchón de fibras, los árboles son calentados con un aparato de «30 vatios» en forma de espiral, precisa Jablonski.
El empresario asegura que desde que encontró esa solución no ha muerto ninguno de los 800 olivos que ha vuelto a plantar en Alemania.
Pero para Olivier Nasles, todo esto es un insulto a la razón, e incluso «una estafa». «Hay algunos listillos que se están haciendo de oro con este negocio».
Un olivo español muy viejo puede costar hasta 20.000 euros. Según Jablonski, «para algunos de mis clientes es un verdadero objeto santo» que cuidan como si fuera su hijo.
Tanto es así, que el amor a estos árboles puede degenerar en anécdotas de lo más insólito. Una mujer, por ejemplo, la tomó con el olivo de su marido para vengarse de su separación. «En pleno invierno se marchó con la calefacción» del árbol, cuenta Jablonski.