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Misión Imposible, la vida de un infiltrado

El checo Karel Koecher fue el único espía del bloque comunista que estuvo infiltrado —más de una década— en la estadounidense CIA y, cuando fue descubierto, logró la libertad con un intercambio de prisioneros. El 11 de febrero de 1986, Koecher cruza el puente Glienicke de Berlín hacia el sector oriental a cambio del activista soviético de los derechos humanos Nathan Sharansky.

Era el fin de una “misión imposible” que ningún agente del bloque comunista había logrado antes y en el que Koecher había invertido 20 años de su vida y que ha inspirado algunas películas.
Koecher explica en su casa que entró en el espionaje checoslovaco para “redimirse” después de haber sido acusado de injurias al régimen comunista y desobediencia pública.

Ese historial de acusaciones contra autoridades comunistas le ayudó para mostrarse como un disidente y facilitarle el asilo político cuando fue a EEUU, en 1965. Tiene 30 años y, no exento de cierto humor negro, dice que su vida se convierte en una “misión imposible”, en ver si consigue superar “semejante locura”.

Llega a EEUU junto con su mujer, Hana, con quien vive todavía en Praga, y con el objetivo de infiltrarse en el espionaje de la CIA, aliados de lo que consideraba la Alemania nazificada, aquella que no entrega a sus criminales de guerra y a la que, como tantos checoslovacos entonces, ve como una amenaza.

Con ciudadanía estadounidense y tras resonar su nombre en los círculos académicos neoyorquinos, en 1973 es contratado por la CIA (Agencia Central de Inteligencia, de EEUU) como traductor y analista. La “misión imposible” se hace realidad.

Durante una década, Koecher saboteó más de 12 operaciones de reclutamiento de espías rusos por la CIA, casi siempre personal de embajadas soviéticas en África. Aún no está claro quién fue el que le delató, si alguna fuente soviética o sus compañeros del servicio secreto en Praga.

Esa traición llevó a su captura en 1984 y encarcelamiento con cargos de espionaje. Tras sufrir un intento de asesinato en la cárcel, pidió ayuda al KGB (Comité para la Seguridad del Estado ruso) para formar parte de un intercambio de prisioneros.

Al final se declaró culpable, lo que le supuso una condena de cadena perpetua en EEUU, pero había pactado que esa inculpación sería la llave para su libertad. Y es en ese momento cuando tiene lugar el intercambio por Sharansky en el puente que une Berlín y Potsdam.

En el intercambio del 11 de febrero de 1986 se repitió lo sucedido en el mismo puente en 1962, cuando la URSS (Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas) liberó al piloto estadounidense Francis Gary Powers a cambio del soviético Rudolf Abel, algo que Steven Spielberg ha recreado en su película Puente de espías.