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Tuesday 23 Apr 2024 | Actualizado a 13:56 PM

A cinco años del desastre, Fukushima avanza en el control de fugas radioactivas

Los 6.800 empleados que trabajan cada día en Fukushima Daiichi pueden hacerlo ahora sin necesidad de llevar una máscara facial completa en el 90 por ciento del área de las instalaciones nucleares.

/ 7 de marzo de 2016 / 22:50

Cuando se cumplen cinco años de la catástrofe nuclear de Fukushima, la central nipona ha logrado mejoras visibles y avances en el control de las fugas radiactivas, aunque aún queda por delante un largo y complejo proceso de desmantelamiento.

Dentro de las instalaciones nucleares apenas quedan huellas de una de las perores crisis atómicas de la historia- causada por un terremoto y posterior tsunami el 11 de marzo de 2011- aparte de los obreros con trajes antirradiación y de las excepcionales medidas de seguridad para acceder al recinto.

Uno de los progresos más notables del último año es que gracias a las tareas de limpieza y descontaminación de la planta, los niveles de radiactividad ambiental han descendido de forma significativa.

Los 6.800 empleados que trabajan cada día en Fukushima Daiichi pueden hacerlo ahora sin necesidad de llevar una máscara facial completa en el 90 por ciento del área de las instalaciones nucleares, según datos de la propietaria, Tokyo Electric Power (TEPCO).

El hecho de llevar solo una mascarilla que cubre nariz y boca -además del obligatorio traje antirradiación- «les permite trabajar con menos calor, menos esfuerzo y comunicarse mejor entre ellos», según explica Juiichi Okamura, portavoz de la compañía eléctrica.

Cada empleado recibe una dosis mensual media de radiación de entre 0,5 y 0,6 milisieverts, según datos de TEPCO, y la empresa afirma que ningún trabajador ha alcanzado en los cuatro últimos años el límite anual de radiación acumulada de 50 milisieverts, fijado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA).

A unos 100 metros de los reactores 1, 2 y 3 -los que resultaron más dañados por el tsunami-, los medidores de radiactividad alcanzan entre 70 y 100 microsieverts por hora (entre 0,07 y 0,1 milisieverts), mientras que cerca de ellos asciende a 170 microsieverts.

Además, los trabajadores disponen de un nuevo edificio dentro de la planta con habitaciones y zonas comunes donde pueden descansar o dormir, y de una cantina que sirve alimentos «producidos y cocinados en Fukushima» con el objetivo de «disipar los rumores de que la comida originaria de la prefectura es peligrosa».

Incluso una conocida franquicia minorista nipona ha abierto dentro del recinto nuclear un «combini», un pequeño supermercado donde se vende desde comida precocinada hasta ropa interior u otros productos de uso diario.

Hace dos años, aún se veían montañas de escombros esparcidas por la central, además tuberías, cables y amasijos de vigas retorcidas colgando de los reactores como vestigios del tsunami de marzo de 2011, y de las explosiones que se produjeron por los daños causados.

En un edificio próximo a la unidad número 3, una marca en la fachada a unos 10 metros de altura sobre el nivel del mar aún muestra hasta donde llegó la ola gigante que puso en jaque a la central nipona y causó la peor crisis nuclear desde de la de Chernóbil (Ucrania) en 1986.

Entre las obras recién terminadas, destaca el flamante encementado de todo el terreno de la planta para hacerlo impermeable a la lluvia y evitar así que el agua arrastre elementos radiactivos, se filtre al subsuelo y pueda ir a parar al Océano Pacífico.

A ello se suman una barrera marina frente a la central y un sistema de drenaje subterráneo, medidas con las que TEPCO ha logrado así frenar la acumulación de agua contaminada en la planta.

Cada día, TEPCO bombea 150 toneladas de agua con baja radiación del subsuelo, y se generan otras 150 toneladas de agua altamente radiactiva tras su uso para refrigerar los reactores dañados.

En la central hay instalados cerca de 800.000 tanques (cada uno con una capacidad de mil metros cúbicos) donde se almacena el agua con diferentes niveles de radiactividad, y se estima que hay capacidad máxima para unos 950.000 recipientes de este tipo.

Esta acumulación de liquido radiactivo es todavía uno de los grandes retos para los responsables de la planta y las autoridades niponas que siguen sin definir qué hacer con esta enorme cantidad de agua a largo plazo.

Por otra parte, TEPCO prevé comenzar hacia 2017 la retirada de combustible de los reactores 1 a 3, una tarea de alto riesgo y de elevada complejidad técnica, debido a las dosis mortíferas de radiación que se registran dentro de estas unidades, y que hasta la fecha nunca se ha llevado a cabo en estas condiciones.

El desmantelamiento de la central se alargará entre 30 y 40 años, y su coste total -añadiendo compensaciones a los evacuados por el accidente y otros gastos relacionados- ascenderá a entre 8 y 13 billones de yenes (64.200/104.000 millones de euros), según diferentes estimaciones de TEPCO y de expertos nipones independientes.

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Japón lleva la energía solar espacial de la ciencia ficción a la realidad

El sistema cuenta con grandes ventajas como aprovechar diez veces más radiación solar de la que llega a la tierra.

/ 15 de mayo de 2015 / 14:31

Una descomunal planta solar que flota en el espacio y suministra energía a la tierra. Esta imagen, escenario de un relato de ciencia ficción de Isaac Asimov de 1941, es una realidad cada vez más cercana gracias al trabajo de un grupo de investigadores nipones.

La energía solar espacial es considerada una de las renovables más prometedoras desde que se planteó la idea hace medio siglo, aunque hasta ahora era inviable debido a una compleja cuestión: ¿Cómo trasladar hasta nuestro planeta la electricidad generada a 36.000 kilómetros de distancia?.

El pasado marzo, un equipo de investigadores de la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA) y varias empresas niponas, entre ellas Mitsubishi Electric, completó con éxito una prueba decisiva para responder a esta pregunta.

Los científicos lograron transformar 1,8 kilovatios de electricidad en ondas electromagnéticas, transmitirlas a continuación entre dos paneles-antena situados a 55 metros de distancia y finalmente convertirlas de nuevo en energía eléctrica.

«Es sólo un primer paso, pero es clave para la aplicación práctica de la energía solar espacial», dijo a Efe Daisuke Goto, uno de los científicos a cargo del proyecto SSPS (siglas en inglés de Sistemas de Energía Solar Espacial).

A partir de este método de transmisión por microondas, se podría generar energía con paneles solares situados en órbita y enviarla hasta la tierra, explicó el investigador en una entrevista telefónica.

El sistema cuenta con grandes ventajas como aprovechar diez veces más radiación solar de la que llega a la tierra -debido a su «filtrado» por la atmósfera-, o el suministro constante de energía sin verse afectado por la rotación terrestre ni las condiciones meteorológicas.

El reto de los científicos nipones ahora es perfeccionar la tecnología inalámbrica para transmitir a través de 36.000 kilómetros, la distancia entre la órbita geoestacionaria donde se situaría la planta solar espacial y nuestro planeta.

Para lograrlo contemplan construir paneles solares de hasta 2 kilómetros de diámetro y unas 10.000 toneladas, que serían lanzados al espacio por piezas a bordo de cohetes y luego ensamblados por sofisticados robots.

Cada panel solar tendría una capacidad de producción energética de un millón de kilovatios, equivalente a un reactor nuclear, y enviaría la electricidad hasta paneles receptores de un tamaño similar.

Pero antes de llegar a ese punto queda un largo camino por delante, repleto de desafíos técnicos y con un altísimo coste económico.

«Nuestro objetivo es que la energía solar espacial tenga uso comercial para 2030 o 2040, aunque algunos expertos hablan de un plazo más largo», señaló Goto.

Los principales obstáculos son lograr un mayor aprovechamiento de la energía generada (el sistema actual sólo permite enviar entre el 5 y el 10 por ciento) o conseguir que las transmisiones sean estables a tanta distancia, un proceso que los científicos comparan con «enhebrar un hilo en una aguja».

Otros problemas son dónde ubicar los enormes paneles receptores en la superficie terrestre, o los posibles efectos sobre la salud humana de las microondas de alta frecuencia, algo que aún no está lo suficientemente estudiado, según el científico nipón.

Las pruebas se han realizado con ondas electromagnéticas de intensidad muy superior a las empleadas en los microondas domésticos, las comunicaciones por radar o el wi-fi, aunque los científicos también prevén testar la transmisión por láser.

Con vistas a que la energía solar espacial fuera rentable a nivel comercial, la construcción y puesta en órbita de cada uno de los paneles solares debería costar 1,24 billones de yenes (8.850 millones de euros), según el presupuesto que maneja SSPS.

Más allá del ámbito espacial, los científicos nipones creen que esta tecnología de transmisión podría emplearse para el suministro energético a zonas afectadas por catástrofes naturales, la recarga inalámbrica de automóviles eléctricos o el envío de energía desde centrales eólicas ubicadas en altamar.

Japón es, junto a China, el único país que invierte actualmente fondos estatales en la investigación y desarrollo de la energía solar espacial.

El concepto fue acuñado en 1968 por el ingeniero aeroespacial estadounidense Peter Glaser, y aunque la NASA comenzó a estudiar su viabilidad, abandonó la idea una década después debido a su coste excesivo.

El proyecto nipón se puso en marcha en 1998, y ahora arroja un rayo de luz sobre el futuro energético del país ante su carencia de combustibles fósiles, el debate nuclear post-Fukushima y la dificultad de explotar otras energías renovables.

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Japón lleva la energía solar espacial de la ciencia ficción a la realidad

El sistema cuenta con grandes ventajas como aprovechar diez veces más radiación solar de la que llega a la tierra.

/ 15 de mayo de 2015 / 14:31

Una descomunal planta solar que flota en el espacio y suministra energía a la tierra. Esta imagen, escenario de un relato de ciencia ficción de Isaac Asimov de 1941, es una realidad cada vez más cercana gracias al trabajo de un grupo de investigadores nipones.

La energía solar espacial es considerada una de las renovables más prometedoras desde que se planteó la idea hace medio siglo, aunque hasta ahora era inviable debido a una compleja cuestión: ¿Cómo trasladar hasta nuestro planeta la electricidad generada a 36.000 kilómetros de distancia?.

El pasado marzo, un equipo de investigadores de la Agencia de Exploración Aeroespacial de Japón (JAXA) y varias empresas niponas, entre ellas Mitsubishi Electric, completó con éxito una prueba decisiva para responder a esta pregunta.

Los científicos lograron transformar 1,8 kilovatios de electricidad en ondas electromagnéticas, transmitirlas a continuación entre dos paneles-antena situados a 55 metros de distancia y finalmente convertirlas de nuevo en energía eléctrica.

«Es sólo un primer paso, pero es clave para la aplicación práctica de la energía solar espacial», dijo a Efe Daisuke Goto, uno de los científicos a cargo del proyecto SSPS (siglas en inglés de Sistemas de Energía Solar Espacial).

A partir de este método de transmisión por microondas, se podría generar energía con paneles solares situados en órbita y enviarla hasta la tierra, explicó el investigador en una entrevista telefónica.

El sistema cuenta con grandes ventajas como aprovechar diez veces más radiación solar de la que llega a la tierra -debido a su «filtrado» por la atmósfera-, o el suministro constante de energía sin verse afectado por la rotación terrestre ni las condiciones meteorológicas.

El reto de los científicos nipones ahora es perfeccionar la tecnología inalámbrica para transmitir a través de 36.000 kilómetros, la distancia entre la órbita geoestacionaria donde se situaría la planta solar espacial y nuestro planeta.

Para lograrlo contemplan construir paneles solares de hasta 2 kilómetros de diámetro y unas 10.000 toneladas, que serían lanzados al espacio por piezas a bordo de cohetes y luego ensamblados por sofisticados robots.

Cada panel solar tendría una capacidad de producción energética de un millón de kilovatios, equivalente a un reactor nuclear, y enviaría la electricidad hasta paneles receptores de un tamaño similar.

Pero antes de llegar a ese punto queda un largo camino por delante, repleto de desafíos técnicos y con un altísimo coste económico.

«Nuestro objetivo es que la energía solar espacial tenga uso comercial para 2030 o 2040, aunque algunos expertos hablan de un plazo más largo», señaló Goto.

Los principales obstáculos son lograr un mayor aprovechamiento de la energía generada (el sistema actual sólo permite enviar entre el 5 y el 10 por ciento) o conseguir que las transmisiones sean estables a tanta distancia, un proceso que los científicos comparan con «enhebrar un hilo en una aguja».

Otros problemas son dónde ubicar los enormes paneles receptores en la superficie terrestre, o los posibles efectos sobre la salud humana de las microondas de alta frecuencia, algo que aún no está lo suficientemente estudiado, según el científico nipón.

Las pruebas se han realizado con ondas electromagnéticas de intensidad muy superior a las empleadas en los microondas domésticos, las comunicaciones por radar o el wi-fi, aunque los científicos también prevén testar la transmisión por láser.

Con vistas a que la energía solar espacial fuera rentable a nivel comercial, la construcción y puesta en órbita de cada uno de los paneles solares debería costar 1,24 billones de yenes (8.850 millones de euros), según el presupuesto que maneja SSPS.

Más allá del ámbito espacial, los científicos nipones creen que esta tecnología de transmisión podría emplearse para el suministro energético a zonas afectadas por catástrofes naturales, la recarga inalámbrica de automóviles eléctricos o el envío de energía desde centrales eólicas ubicadas en altamar.

Japón es, junto a China, el único país que invierte actualmente fondos estatales en la investigación y desarrollo de la energía solar espacial.

El concepto fue acuñado en 1968 por el ingeniero aeroespacial estadounidense Peter Glaser, y aunque la NASA comenzó a estudiar su viabilidad, abandonó la idea una década después debido a su coste excesivo.

El proyecto nipón se puso en marcha en 1998, y ahora arroja un rayo de luz sobre el futuro energético del país ante su carencia de combustibles fósiles, el debate nuclear post-Fukushima y la dificultad de explotar otras energías renovables.

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El ‘ayuno de internet’, remedio pionero para una adicción creciente en Japón

Los participantes presentaban síntomas de adicción a internet, definida por el experto como "un uso excesivo o compulsivo" de dispositivos como ordenadores y "smartphones", y acompañado de consecuencias psicológicas, sociales o educativas.

/ 4 de octubre de 2014 / 22:49

Ocho días de acampada en el bosque sin tocar un ordenador ni un teléfono inteligente. Un «ayuno de internet» que sirve como tratamiento pionero en Japón para una adicción que afecta cada vez a más nipones, especialmente a los jóvenes.

Una decena de adolescentes participaron de forma voluntaria en el primer programa de este tipo puesto en marcha en el país asiático en agosto, y que antes solo se había probado en la vecina Corea del Sur, explica a Efe el coordinador del proyecto, el psiquiatra Susumu Higuchi.

Los jóvenes se alojaron en cabañas cerca del monte Fuji, practicaron senderismo y otras actividades al aire libre y prepararon sus propias comidas, todo ello acompañados de tres psicólogos y en el marco de una terapia de grupo cognitiva-conductual.

El método «mezcla el tratamiento con hacerles experimentar el mundo real, el trabajo en grupo y el contacto con la naturaleza», señala Higuchi, director del Centro Médico Nacional Kurihama para Adicciones de Japón.

Los participantes presentaban síntomas de adicción a internet, definida por el experto como «un uso excesivo o compulsivo» de dispositivos como ordenadores y «smartphones», y acompañado de consecuencias psicológicas, sociales o educativas.

A su llegada al campamento, los adolescentes «eran muy reacios a interactuar entre sí y con los psicólogos», pero al término del mismo «se mostraron habladores, extrovertidos y desarrollaron lazos íntimos entre ellos», destacó el coordinador.

Además, cada participante elaboró su propio plan para «convivir con los ordenadores e internet de forma saludable», relata Higuchi, quien no obstante considera que «aún es pronto» para evaluar los resultados del programa, «cuyos verdaderos efectos se verán a largo plazo».

El «campamento sin internet» se puso en marcha por iniciativa del Ministerio de Educación, Cultura, Deporte, Ciencia y Tecnología de Japón, a raíz de unas alarmantes estadísticas sobre la adicción a internet entre los jóvenes publicadas el año pasado.

Una consulta llevada a cabo entre más de 100.000 estudiantes de primaria y secundaria en 2012 -la más amplia en Japón hasta la fecha- reveló que el 6,5 por ciento de los chicos y el 9,9 por ciento de las chicas mostraba «una adicción severa» a internet.

Entre sus síntomas se encuentran los trastornos de sueño o alimentarios y el hábito de pasar cinco horas al día conectado a la red.

Otros trastornos habituales entre los adictos a internet son el déficit de atención, la hiperactividad, la ansiedad y la depresión, y en algunos casos extremos también se han diagnosticado fobia social o síndrome de Asperger.

En cuanto a los adultos, el fenómeno afectaba al 4,5 por ciento de los hombres y el 3,6 por ciento de las mujeres en 2013, lo que supone un aumento de casi 1,5 puntos en cada grupo desde 2008, según otra encuesta llevada a cabo por el antes citado centro estatal.

«La cantidad de pacientes ha aumentado de forma significativa y seguirá creciendo en el futuro, pero el número de clínicas que ofertan tratamientos específicos es por ahora muy limitado», señaló Higuchi, quien también es miembro del Comité sobre Alcoholismo y Drogodependencia de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

El centro que él dirige es, de hecho, el único en Japón que cuenta con una clínica especializada para tratar la adicción a internet, y desde su apertura en abril de 2011 han pasado por él unos 1.300 pacientes, la gran mayoría de ellos menores de edad.

«Todavía estamos en una fase muy inicial del tratamiento de este nuevo problema», admitió Higuchi, quien añadió que no hay consenso en la comunidad científica para considerar la adicción a internet como una patología «oficial», puesto que en muchos países aún no se ha medido su impacto.

A día de hoy este tipo de adicción no está reconocida por la Organización Mundial de la Salud ni por la Asociación de Psiquiatras de EE.UU. (APA), que elaboran los manuales de diagnóstico de referencia a nivel mundial.

En cualquier caso, el ministerio nipón planea repetir los «campamentos sin internet» el próximo año y a mayor escala, señaló el experto.

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