Huertos escolares alimentan y alejan de violencia a estudiantes salvadoreños
El Ministerio de Educación destina 1,3 millones de dólares anuales para apoyar los huertos escolares con capacitación técnica que proveen organizaciones como la UNES.
Alfredo, un joven salvadoreño de 17 años, estuvo a punto de abandonar la escuela para integrarse a las pandillas, pero su participación en un proyecto de huerta escolar, el último año, transformó por completo su perspectiva de vida.
Se ha apartado del camino de violencia que representan las pandillas, pone esfuerzo en sus estudios de bachillerato y ahora sueña con ir a la universidad y estudiar agronomía.
Alfredo es estudiante del décimo año -primero de bachillerato- en el Instituto Nacional de Ciudad Delgado (INCD), en la periferia norte de San Salvador, y cada día dedica parte de su tiempo libre a trabajar en la huerta de la institución, al igual que 175 de sus compañeros.
El joven vive en una barriada pobre influenciada por las pandillas, en un hogar compuesto por un padre albañil, una madre que vende refrescos en el mercado público de la ciudad y dos hermanas.
Recuerda que muchos de sus amigos con los que creció en la colonia terminaron integrándose a la pandilla, algunos de ellos murieron y «me di cuenta que ese no era el camino que deseaba tomar», asegura a la AFP mientras cosecha unos suculentos tomates.
«Antes de estar metido en el huerto, no le tenía amor al estudio, andaba en la calle perdiendo el tiempo, pero me he puesto a pensar que quiero estudiar y ser ingeniero agrónomo, y por eso me estoy esforzando», asegura.
Los huertos escolares se han convertido en una opción en muchas escuelas públicas salvadoreñas para que niños y jóvenes produzcan parte de su propia alimentación, se capaciten en labores agrícolas y eviten caer en las garras de las violentas pandillas.
Datos del ministerio de Educación señalan que 482 centros escolares públicos, en todo el país, tienen funcionando en sus instalaciones huertos escolares, que benefician a 153.000 estudiantes desde preescolar hasta secundaria.
Sueños de mejor vida
«Me gusta venir y recoger la cosecha de verduras, creo que estoy aprendiendo algo bueno», dice Denis, también de 17 años, mientras limpia de malezas -junto a otros treinta estudiantes- el huerto del INCD que han llamado «Semilla de Dios».
Llantas viejas sirven de macetas para el perejil y el cilantro y de las eras surgen plantas de chile dulce, tomate, berenjena o zanahoria, que se usan en la alimentación diaria de los estudiantes.
En esta huerta no se usan productos químicos. El abono es orgánico, producido por los mismos estudiantes, y el control de plagas se efectúa por medios naturales, con la asesoría de especialistas de la no gubernamental Unidad Ecológica Salvadoreña (UNES).
De acuerdo con datos del INCD, un 43% de sus 560 estudiantes provienen de hogares en condición económica muy baja y viven en zonas con asedio de pandillas, principales causantes de la ola de violencia que entre enero y agosto dejó 3.832 muertos en todo el país, según cifras oficiales.
Maricela Galicia, maestra de ese centro de estudios, considera que los huertos escolares además de alejar a los jóvenes de las calles y las pandillas, también tienen un componente «de mejor nutrición», pues les enseña a alimentarse sanamente.
«No solo evita que anden en malos pasos, con los huertos ellos aprenden a llevar una vida saludable comiendo alimentos sanos y eso redunda en una mejor nutrición que les permite un mayor rendimiento escolar», aseguró Galicia.
El Ministerio de Educación destina 1,3 millones de dólares anuales para apoyar los huertos escolares con capacitación técnica que proveen organizaciones como la UNES.
Matemáticas en el huerto
En los huertos escolares no solo participan jóvenes de secundaria, sino también niños, como ocurre en el Centro Escolar Mercedes Quintero en la capital, San Salvador.
En esa escuela, más de un centenar de inquietos niños aprenden los beneficios de la agricultura y obtienen beneficios análogos a los que reciben los adolescentes. Pero los maestros de la institución han ido más allá y ahora utilizan el huerto como un salón de clases para aprender jugando.
Daniel y Jimena, dos pequeños de primaria, desarrollan con su maestra una clase de matemáticas en el huerto, contando los tomates o las plantitas de lechuga, con lo cual aprenden a sumar y restar.
Lo mismo ocurre con otras materias: el huerto es bueno para practicar los nombres de las verduras en inglés e ideal para conocer el proceso de crecimiento de las plantas en ciencias.
«Los huertos escolares son una gran herramienta, a los niños les resulta amena una clase con elementos de su entorno y muchos de ellos ahora cosechan verduras en su casa», comentó a la AFP la coordinadora de huertos escolares de la UNES, Nidia Hidalgo. (29/09/2016)