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Un templo del aire limpio para purificar el cielo de Pekín

La ambición de Roosegaarde es que, pronto, este dispositivo forme parte del paisaje de Pekín y otras ciudades chinas y que contribuya a aliviar así los problemas de contaminación atmosférica que sufren.

/ 29 de septiembre de 2016 / 13:30

Es una torre de siete metros, con un diseño que mezcla una inspiración en las formas de la arquitectura clásica china con un toque futurista, y le aguarda una misión titánica: purificar el cielo de Pekín, uno de los más contaminados del mundo.

«Es el templo del aire limpio», proclamó este jueves su creador, el artista holandés Daan Roosegaarde, al presentar a la prensa el mayor purificador atmosférico del mundo, el llamado «Smog Free Project», durante la Semana Internacional del Diseño de la capital china.

La ambición de Roosegaarde es que, pronto, este dispositivo forme parte del paisaje de Pekín y otras ciudades chinas y que contribuya a aliviar así los problemas de contaminación atmosférica que sufren.

«El daño que la contaminación hace a una ciudad es gigantesco. Muere más gente por la contaminación que por el cáncer y la malaria juntos. Es una locura y no deberíamos aceptarlo», advirtió el artista holandés.

Con capacidad para limpiar, con un 75 % de efectividad, unos 30.000 metros cúbicos de aire por hora, la torre purificadora filtra en un día un volumen equivalente al que ocupa un estadio de fútbol, aunque su rendimiento depende de las condiciones meteorológicas, especialmente del viento, y del nivel de contaminación.

«Esta belleza no utiliza más electricidad que un calentador de agua y la próxima versión será energéticamente neutral, con paneles solares», explicó Roosegaarde.

En China, se está convirtiendo en habitual que haya purificadores de aire en espacios cerrados como oficinas, restaurantes, tiendas, escuelas o incluso viviendas, pero nunca antes se había intentado instalar uno en el exterior.

Hasta el próximo mes de noviembre, la creación del artista holandés, una enorme estructura metálica que absorbe el aire contaminado y lo libera sin las partículas contaminantes, limpiará el cielo del distrito artístico 798 de Pekín.

Después, visitará otras ciudades del gigante asiático para promocionar ante las autoridades locales un producto que, según su creador, tiene posibilidades de comercializarse.

«La provincia de Hebei está muy interesada, el área de Shenzhen también», avanzó el artista holandés.

A diferencia de los purificadores de aire que se venden en China, que hacen pasar el aire por un filtro antes de devolverlo limpio, el de Roosegaarde es mucho más grande, puesto que está pensado para el exterior, y también utiliza una tecnología distinta, llamada «ionización positiva».

«Hay iones positivos, muy pequeños, en una escala nano, que cargan positivamente las partículas (de contaminación) y hay una superficie de carga negativa que las atrae. Ésta es la única forma de crear grandes volúmenes de aire limpio de forma segura y sostenible», detalló el artista.

«Usa el mismo principio que un globo de aire que, al frotarlo, genera electricidad estática y atrae el pelo», resumió Roosegaarde.

Además, los residuos de las partículas de contaminación retiradas del aire se compactarán y se insertarán en anillos o pendientes que se pondrán a la venta para concienciar de la gravedad del problema y ayudar a financiar la fabricación de más purificadores.

«Un anillo está hecho del smog que cosechamos limpiando 1.000 metros cúbicos de aire», señaló el artista, quien añadió: «al regalar un anillo, donas 1.000 metros cúbicos de aire limpio».

Roosegaarde, quien ya creó en 2008 una «pista de baile sostenible» que se iluminaba con la energía generada por los pasos de quienes la pisaban, confesó que tuvo la idea del «Smog Free Project» durante una visita a Pekín en 2013, en un día de intensa contaminación.

«La idea era muy fácil, pero nos llevó dos años y medio convertir esa idea en un objeto», recordó el artista holandés.

Diseñadores, ingenieros y expertos en la fabricación de purificadores trabajaron en este proyecto que dio su primer fruto en Rotterdam el año pasado, pero siempre con vistas a devolver la idea a su lugar de origen, China, donde más se necesita.

«Al principio no había cliente, nadie estaba dispuesto a involucrarse, así que tuvimos que construir el primero nosotros mismos en Rotterdam y, como se hizo conocido, el Gobierno (chino) le prestó atención», señaló el responsable del «Smog Free Project».

El artista celebró la transformación en la forma de enfrentarse a la polución de las autoridades chinas: «China ha cambiado su mentalidad con respecto a la contaminación, hace cinco años no se podía hablar de ello».

Con Pekín detrás del proyecto, Roosegaarde confía en que sus torres purificadoras tengan un «impacto» en el gigante asiático, aunque tira de filosofía al ser preguntado por las opciones de rentabilizar su idea: «Eso depende. ¿Cuál es el precio de un aire limpio?». (29/09/2016)

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La base de Jiuquan, un oasis espacial en el desierto de Gobi

Jiuquan conserva cierta apariencia vetusta y soviética, y los carteles que anunciaban la Shenzhou-11, una misión en la que dos astronautas pasarán un mes en el espacio investigando para el desarrollo de la ciencia, eran telas sujetadas con chinchetas.

/ 18 de octubre de 2016 / 11:53

Rodeada de secretismo y sacudida por los vientos del desierto de Gobi, la base de Jiuquan, corazón del programa espacial chino y desde donde este lunes despegó la misión tripulada Shenzhou-11, es un oasis en medio de la nada.

El centro espacial más antiguo del gigante asiático, inaugurado en 1958, es un lugar prácticamente vetado para la prensa extranjera, aunque esta semana acudió allí un reducido grupo de corresponsales, entre ellos de Efe, para presenciar el lanzamiento de la Shenzhou-11, la sexta misión tripulada en la historia de China.

A pesar de tomar su nombre de la ciudad de Jiuquan, en la provincia de Gansu (norte), la base se encuentra a más de 200 kilómetros de ese núcleo urbano, dentro ya de la demarcación de la región autónoma de Mongolia Interior.

El viaje por carretera desde Jiuquan hasta el centro espacial lleva unas cuatro horas por caminos tortuosos, llenos de baches, con agujeros y no siempre asfaltados, por lo que las autoridades locales desaconsejan realizarlo cuando se pone el sol.

La base está mejor conectada por ferrocarril, el medio de transporte por el que llegan algunos de los componentes aeronáuticos de las naves espaciales o los satélites que desde allí despegan -otros vuelan en aviones de carga-.

Entre kilómetros y kilómetros de explanadas secas y yermas, sólo la presencia de un control militar avisa de la entrada al centro, porque gran parte de los terrenos dentro de este inmenso recinto vallado son desierto.

El aislamiento de este centro, al igual que el de los recintos espaciales de Taiyuan (fundado en 1966 y especializado en el envío de satélites para órbitas medias y bajas) y Xichang (que abrió en 1984 para lanzamientos a órbitas geoestacionarias), contribuye a su opacidad, pero supone un obstáculo para su funcionamiento.

Pekín buscó una zona más desarrollada y con más facilidades para el transporte para el nuevo centro espacial de Wenchang, el cuarto que ha construido, situado en la isla de Hainan (sureste) y que se estrenó el pasado mes de junio con el lanzamiento del cohete Larga Marcha-7.

Con todo, Jiuquan, una base bajo control militar pero dedicada sobre todo a operaciones civiles, sigue siendo el principal centro del programa espacial chino con varias plataformas de lanzamiento, de las que sólo una, la sur, se mantiene activa.

La vida del recinto se concentra en su complejo administrativo, que constituye, literalmente, un oasis artificial en pleno Gobi, con arboledas, campos de césped y canales.

El agua fluye a raudales, en claro contraste con la aridez del entorno, en esta especie de ciudad donde las calles -todas con nombre-, están adornadas con esculturas futuristas y referencias al programa espacial chino como réplicas de los cohetes Larga Marcha o carteles con la imagen de Yang Liwei, primer astronauta del país.

Edificios de oficinas, residencias de trabajadores -incluidos los astronautas-, restaurantes, escuelas, pistas deportivas, oficinas postales y hasta tiendas de plantas forman la geografía urbana de esta «ciudad espacial». Y se sigue construyendo.

Los soldados, que corren en sus ejercicios matinales o barren las hojas de la carretera, son casi la única presencia en las calles, ya que el lanzamiento de la Shenzhou-11 concentra toda la atención del complejo.

Al igual que en esta ocasión, las cinco misiones tripuladas previas de China partieron de Jiuquan, que también fue el sitio de lanzamiento del primer misil del país (en 1960) y del primer satélite (1970) o, más recientemente, de los laboratorios espaciales Tiangong-1, en 2011, y Tiangong-2, el pasado 15 de septiembre.

La sequedad del clima desértico del Gobi, con escasas lluvias y una baja humedad relativa, dan a la zona las condiciones ideales para el lanzamiento de cohetes espaciales.

Aunque albergue en su seno algunas de las tecnologías más avanzadas del mundo, esta base no es tan moderna como podría esperarse de una instalación espacial y, por ejemplo, sus hoteles sólo aceptan pago en efectivo, algo cada vez más raro de ver en ciudades como Pekín o Shanghái por la prevalencia del pago con teléfono móvil.

Jiuquan conserva cierta apariencia vetusta y soviética, y los carteles que anunciaban la Shenzhou-11, una misión en la que dos astronautas pasarán un mes en el espacio investigando para el desarrollo de la ciencia, eran telas sujetadas con chinchetas. (18/10/2016)

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China lanza al espacio su misión tripulada más larga

La larga duración de esta misión, más del doble que su predecesora Shenzhou-10 (15 días), obligó a modificar el entrenamiento de los astronautas y a alargar su periodo de adaptación al entorno sin gravedad que encontrarán en el espacio.

/ 17 de octubre de 2016 / 12:20

China lanzó este lunes al espacio una misión tripulada de 33 días, la más larga en la historia del país, con dos astronautas a bordo de la nave Shenzhou-11, que se acoplará al laboratorio Tiangong-2 para iniciar los preparativos para la futura estación orbital del gigante asiático alrededor de la Tierra.

A las 7.30 hora local (23.30 GMT del domingo), según lo previsto, la nave despegó impulsada por un cohete Larga Marcha-2F desde el centro de lanzamiento de Jiuquan (norte), en el desierto del Gobi, ante un reducido grupo de corresponsales extranjeros, entre ellos de Efe, como testigos.

La tradicional cuenta atrás desde diez dio paso al encendido de los propulsores y, tras provocar un ruido estruendoso, el cohete se elevó sobre del desierto rumbo a las estrellas, cuando todavía no terminaba de salir el sol y la luna estaba iluminada.

Los cuatro cohetes de apoyo se separaron a los tres minutos de vuelo del cuerpo principal, que se despegó de la nave, a su vez, poco antes de llegar a los diez minutos y, al desplegarse los paneles solares de la cápsula trece minutos después del lanzamiento, los responsables de la misión la declararon exitosa.

«El Shenzhou-11 está en su órbita determinada según el plan original. Por tanto, la puesta en órbita de la misión tripulada ha sido un éxito», anunció desde la base un oficial militar.

Con el lanzamiento de la undécima nave de la familia Shenzhou -que en mandarín significa, literalmente, «barco divino»-, China cierra un paréntesis de más de tres años sin enviar astronautas al espacio.

La Shenzhou-11 tiene previsto ahora volar fuera de la atmósfera hasta que alcance su próximo destino, la órbita del laboratorio espacial chino Tiangong-2 (a una altura de 393 kilómetros sobre la Tierra), dentro de dos días.

Está previsto que ambas plataformas se acoplen cuando lleguen a posiciones compatibles y será al completarse esa maniobra cuando comience propiamente la misión.

Los astronautas Jing Haipeng y Chen Dong, la tripulación de la Shenzhou-11, son los encargados de ejecutar las tareas de la sexta misión tripulada que el gigante asiático envía al espacio, tras las cinco que se lanzaron entre 2003 y 2013, y que será, si se cumplen los planes, la más larga.

Jing, un veterano de 50 años que ya participó en las misiones Shenzhou-7 (2008) y Shenzhou-9 (2012), comandará la nave con la ayuda de Chen, debutante en los viajes espaciales a los 37 años.

Ambos, ya vestidos con sus trajes espaciales, fueron despedidos tres horas antes del lanzamiento, en una ceremonia solemne en la que fueron jaleados por varias decenas de ciudadanos desplazadas a la desértica base de Jiuquan y al ritmo del himno nacional chino.

«Vais a viajar al espacio para perseguir el sueño espacial de la nación china», les dijo Fan Changlon, vicepresidente de la Comisión Militar Central, antes de que la pareja de astronautas subiera al autobús que les llevó a los pies de la Shenzhou-11.

Tras el acoplamiento entre la nave y el Tiangong-2, Jing y Chen tendrán por delante 30 días de vida y trabajo en el laboratorio espacial chino, con un régimen laboral de seis días por semana.

Su objetivo allí será poner a prueba el equipamiento de esa instalación, que fue lanzada el pasado 15 de agosto, y de garantizar que el laboratorio pueda desarrollar las operaciones automáticas para las que fue diseñado a su partida.

Se espera que el funcionamiento del Tiangong-2 sirva de preparativo para la futura estación espacial china, que las autoridades del país confían tener operativa hacia 2022.

Además, los astronautas llevarán a cabo investigación científica y experimentos para algunos proyectos conjuntos con instituciones académicas extranjeras y otros propuestos por estudiantes de secundaria de Hong Kong, en campos como la medicina, la física o la botánica, junto con observaciones astronómicas y mecánicas.

Su intenso programa de trabajo se complementará con actividades de divulgación científica y en el tiempo libre podrán comunicarse con familiares y amigos por videoconferencia y ejercitarse con los aparatos de que dispone el laboratorio, entre ellos una bicicleta estática.

Los responsables del programa espacial tripulado chino insisten en la importancia de que los astronautas realicen actividades físicas mientras estén en el espacio, por las exigencias de permanecer más de un mes fuera de la Tierra.

La larga duración de esta misión, más del doble que su predecesora Shenzhou-10 (15 días), obligó a modificar el entrenamiento de los astronautas y a alargar su periodo de adaptación al entorno sin gravedad que encontrarán en el espacio.

También forzó a introducir nuevos mecanismos de control médico en la nave, con un sistema mixto Tierra-espacio, para asegurarse que las posibles necesidades sanitarias de los astronautas queden cubiertas. (17/10/2016)

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