En lo alto de una colina de Hong Kong se levanta un centro de reciclaje donde miles de estatuas de divinidades abandonadas por sus propietarios -no siempre de buena gana- miran al mar, reparadas y pintadas.

Wong Wing-pong, un cooperante, se ocupa de las colecciones de figuras de colores chillones en la ladera de una montaña rocosa, en el sur de la excolonia británica.

Dos veces por día, barre las hojas caídas de los árboles y quema incienso en honor a estas divinidades abandonadas. Son personajes budistas, taoístas, de la religión tradicional china e incluso iconos cristianos.

Wong, un carnicero jubilado de 85 años, se ocupa de las estatuas desde que, hace 17 años, se encontró en este lugar con decenas de efigies abandonadas. Algunas estaban rotas.

Es el santuario de las estatuas «jubiladas», un «cielo lleno de dioses y budas».

Según Wong, cada mes llegan más. Vienen de restaurantes en vías de renovación, de domicilios de particulares que no tienen sitio para ellas. Él las arregla y a veces los antiguos propietarios las visitan y veneran.

«Nadie debe rebajar a los dioses. Si están aquí, tenemos que tratarlos bien», declaró Wong a la AFP. «Si las divinidades están rotas, las pego (…) No me atrevo a tirarlas. No me lo permite mi conciencia».

‘Obras de arte’

Los habitantes se lo agradecen. La señora Wan, una octogenaria, dejó allí hace cinco años dos estatuas: una efigie de Guan Yin, la diosa de la misericordia, y otra de Guan Yu, un dios inspirado en una figura histórica china.

«Este lugar está muy bien cuidado. Le doy las gracias» al señor Wong, dice la mujer, que tuvo que deshacerse de sus figuras tras la conversión al cristianismo de algunos familiares.

Tse Sum, de 65 años, también le está agradecido. «Si se tiran, se transforman en basura, pero si se cuidan entonces pueden convertirse en obras de arte», estima.

En Hong Kong la religión se mezcla con las costumbres locales. Abundan los templos budistas y taoístas, y algunas mezquitas e iglesias. El incienso arde delante de las puertas de los comercios y muchos habitantes tienen estatuas en casa.

En esta ciudad, en la que el precio del metro cuadrado está por las nubes, no faltan los cementerios de dioses abandonados.

‘Hong Kong es demasiado pequeño’

En un parque de Fanling, un barrio del norte de Hong Kong, cerca de la frontera con China continental, una treintena de estatuas anidan entre las raíces aéreas de un baniano (higuera de Bengala). A diferencia de Wah Fu, este templo improvisado carece de guardián, pero recibe visitas.

Yoyo Ng, de 54 años, llega para dejar una estatua que tuvo en casa durante más de 30 años.

«No quería dejarla marchar pero Hong Kong es demasiado pequeño. No tengo elección. La dejé a la sombra para protegerla del sol», explica. Seguirá venerándola en el lugar del que, según ella, se ocupan los habitantes locales.

En otros barrios, las estatuas desaparecen sin que nadie sepa por qué.

Wong no tiene la intención de abandonar su santuario. «Tengo la impresión de estar más sano. Duermo bien», explica. «Vendré mientras pueda caminar. Me importa poco a qué religión pertenecen las estatuas. Me ocuparé de cada una de ellas». (14/10/2016)