La casa ciclista de La Paz, referente latinoamericano por su filantropía
Una mezcla de llantas, pedales y pinturas que hace las delicias de los visitantes que llegan exhaustos tras cientos de kilómetros en sus piernas.
El que fuera hogar de la insigne poetisa boliviana Yolanda Bedregal en La Paz es ahora una de las casas de ciclistas más conocidas de Latinoamérica, gracias a la gestión filantrópica de su nieto Cristian Conitzer, quien desde 2009 acoge a amantes de la bici llegados de todo el mundo.
Este departamento, situado en el céntrico barrio paceño de Sopocachi, perteneció también al artista boliviano Juan Conitzer, hijo de Bedregal, cuya obra se puede ver repartida por las habitaciones de la casa.
Una mezcla de llantas, pedales y pinturas que hace las delicias de los visitantes que llegan exhaustos tras cientos de kilómetros en sus piernas.
«En 2009, con la ayuda de algunos ciclistas, rehabilitamos la casa y desde entonces el departamento es la casa de ciclistas», explicó Conitzer a Efe.
Por sus habitaciones han pasado ya más de 2.000 viajeros, que buscan una zona de descanso en un alto en el camino para recobrar fuerzas.
Es el caso de la francesa Cora Bourdon, que hace un año compró la bicicleta en Punta Arenas, en el sur de Chile, y siguió hasta Mendoza, en Argentina, donde se paró por unos meses en una granja como voluntaria.
«Es mi primera vez en una casa ciclista, una pareja de ciclistas franceses me hablaron de esto, que es un buen lugar para descansar y hacer otras cosas», señaló Bourdon a Efe.
La joven reconoce que se inició en el mundo de la bicicleta porque hospedó en su casa en Francia a una pareja de 60 años, que se fue hasta Senegal en bicicleta.
«Nunca había ido de mi pueblo a la ciudad y me empecé a preguntar ¿por qué no lo hago? Me sentí avergonzada de nunca haber pedaleado y ahí empezó», apuntó.
La filosofía del «cicloviajero» redunda en el cuidado y el respeto por la naturaleza, algo en lo que coinciden huésped y dueño.
«Considero que están en la misma onda, la misma política de vida, de cuidar las cosas, de reciclar, de arreglar las cosas y de conocer el mundo», subrayó Conitzer.
Del mismo modo, Bourdon destacó que gracias a la bicicleta «te puedes parar donde quieres, no hay ruido, puedes ver la naturaleza más tranquila, es muy bueno para parar entre las ciudades, acampar, para aprovechar la naturaleza».
En toda Latinoamérica existen alrededor de 35 casas ciclistas, según las webs que los propios viajeros gestionan, de las que la paceña y una peruana son de las más reconocidas y visitadas.
La contribución en estos hospedajes suele ser simbólica, aunque normalmente se puede saldar la deuda con algún trabajo de mantenimiento o de limpieza.
«Al principio la contribución era libre, pero me estaba yendo a la bancarrota. Quedé en una contribución equivalente a 3 dólares por día. A veces les descuento si me ayudan con otros temas», manifestó el dueño de la casa ciclista de La Paz.
Él mismo reconoció que «sólo ha habido dos incidentes en estos nueve años», gracias a las normas de seguridad que establecen estos espacios.
«Por seguridad no doy la dirección exacta, primero tienen que contactarme por mail», agregó Conitzer.
Su labor es una cuestión «social», como él mismo dice, ya que no recibe ningún beneficio económico por este servicio, sino que disfruta «conociendo a ciclistas de todo el mundo» y escuchando sus historias.
La casa ciclista respira arte por todos sus poros y se siente el pasado creativo de los antepasados de Conitzer mezclado con cientos de herramientas y neumáticos, lo que ha convertido en esta casa boliviana en una simbiosis de arte y ciclismo muy peculiar. (20/01/2018)