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La fiesta del bien y del mal

De hinojos ante la imagen de la Virgen del Socavón, un diablo se rinde en plegarias. Ha recorrido junto a su fraternidad cuatro horas saltando al ritmo de bombos y bronces, aupado por las multitudes durante su peregrinación. Llegó a los pies de la santa rendido de lágrimas, inundado de fe y luego de meses y meses entre novenas, ofrendas místicas y convites.

Es el encuentro del bien y del mal, la coronación de la simbiosis de la fe católica y la cosmovisión andina: la lucha intensa del mitológico Huari convertido en el Satanás bíblico y la Ñust’a, en María Candelaria… la relación fértil entre el Tío y la Pachamama, la razón de la Anata, de la algarabía por las cosechas, las tropas recién nacidas de ganado y las vetas de metal, y del desenfreno del Carnaval.

El Carnaval de Oruro es la fiesta mayor del país, declarado por la Unesco en 2001 como la Obra Maestra del Patrimonio Oral e Intangible de la Humanidad. Su origen se remonta a los mitos y las leyendas, y a las primeras peregrinaciones de 1789, cuando la antigua Villa de San Felipe de Austria, como se llamaba Oruro (Uru Uru), descubrió la imagen de la Virgen de la Candelaria pintada en una tapia de una casa abandonada a las faldas del cerro Pie de Gallo.

Devoción de los danzarines ante la virgen de la Candelaria Foto: Archivo-La Razón

Chiru Chiru era un mendigo y ladronzuelo, con una cabellera sucia que se asemejaba al nido de un pajarillo de del mismo nombre. A él se le atribuye aquel descubrimiento.

En una de esas noches de fechorías, Chiru Chiru había sido herido de muerte por custodios de un acaudalado minero cuya cena fue estropeada por el malhechor. Al día siguiente, éste yacía bajo la pintura de la Virgen, a quien solía prenderle cirios para ser bendecido en sus andanzas.

La gente de la villa se preguntaba cómo el hombre había llegado hasta la santa. Fue la intercesión de la Virgen, como cuando inexplicablemente Nina Nina había terminado malherido en el sanatorio luego de ser apuñalado por Sebastián Choquiamo, aquel tendero celoso de Conchupata a quien le había arrebatado a su hija, Lorenza.

Era la Virgen del Socavón, aquella Ñusta que con su espada de plata había terminado con las plagas del semidiós Huari, quien al no conseguir la pleitesía del pueblo uru lo sometió con una serie de plagas. La víbora fue petrificada y decapitada en Chiripujio, como el gigante lagarto en Cala Cala, cuya sangre es posible ver en los atardeceres en la laguna. Las millones de hormigas terminaron en dunas de arena en los alrededores de Oruro. El sapo quedó convertido en roca en San Pedro, que, sin embargo, al reunir a los feligreses los Miércoles de Ceniza fue dinamitada por un comando militar hace varias décadas. Y un cóndor guardián se suma a la catarsis ancestral.

Devoción de los danzarines ante la virgen de la Candelaria Foto: Archivo-La Razón

De víboras, lagartos, hormigas, sapos y cóndores, más el manto de la Virgen Morena, se visten los diablos, morenos, tobas, kullaguas, kallawayas, caporales, negritos de la saya, suri sicuris, tinkus, antawaras, wititis, pujllay, incas, potolos, tarqueadas, waca wacas o llameros. Danzan el Sábado de Peregrinación, el Domingo de Carnaval también; el lunes se unen al teatro de los siete pecados capitales, seguirá el Martes de Ch’alla y el Domingo de Tentación se entregan al albedrío de tres días de las comparsas, allí donde yacen las plagas.

Son los símbolos del bien y del mal, que se esconden detrás de máscaras multicolores y almas que buscan la redención o la ofrenda por tres años consecutivos. En honor de la Virgen Morena, la Pachamama. (02/02/2019)