Barones, mapas y más tesoros en el Archivo minero
El recinto de El Alto abre sus puertas a investigadores.
El Archivo de la Corporación Minera de Bolivia (Comibol) es un tesoro abierto en El Alto. Es un repositorio que alberga documentación con gran valor histórico para el mundo, como pocos. Este medio visitó el sitio y muestra algo de aquella riqueza.
Los barones del Estaño fueron los hombres más adinerados del país en aquel espacio de tiempo que va desde fines de 1800 hasta inicios de 1900. A los tres (Simón Iturri Patiño, Mauricio Hochschild y Carlos Víctor Aramayo) se los señala por haber monopolizado el dinero proveniente de la minería boliviana. Sus tratos con los gobiernos de turno fueron, por lo general, más beneficiosos para ellos que para el país.
Pero, esta es una parte de la historia, la cara más conocida. Hay otra mirada que va más allá de los negociantes (muchas veces ruines), ahí está por ejemplo Hochschild, quien fue comparado con Oskar Schindler, aquel alemán que salvó la vida a miles de judíos durante el Holocausto.
Édgar Ramírez —quien también fue parte de la historia minera sindical del país entre las décadas de los 80 y 90— es el guardián del tesoro en El Alto. Con él hay una treintena de personas que resguardan el Archivo; existen también otras oficinas del repositorio en Potosí y Oruro.
Liz Quiñones, quien trabaja más de una década en el recinto de El Alto, no duda al catalogar como “hazaña” lo hecho por Hochschild en aquellos años de mano dura alemana.
Este barón del estaño de sangre judía nació en el poblado de Biblis (Alemania) y llegó a Bolivia a comienzos del siglo XX. Luego de que se convirtió en parte de la trilogía millonaria, ya en el Holocausto, trajo desde Alemania hasta Bolivia a cientos (por no decir miles) de personas para trabajar. De esta manera, fueron salvados de una muerte segura.
Hay cientos de documentos que ayudan a entender qué es lo que ha pasado con la historia de Hochschild y de sus “colegas”. Estos papeles están conservados en el repositorio alteño y son fuente constante de investigación. Cuando La Razón estuvo en el Archivo hubo un par de franceses que justamente pedían información de los magnates del país.
Reliquias. Es un verdadero logro que hoy en día se puedan hojear estos papeles. Antes, a mediados de los años 80 (justo tras la promulgación del Decreto Supremo 21060, agosto de 1985, que dejó en el abandono a la familia minera) los papeles fueron olvidados y apilados a su suerte.
En 1999, Ramírez se ocupó de empezar a recuperar estos documentos. Él y un grupo de “rescatistas” consiguieron salvar estas piezas. Como un recuerdo de aquellas jornadas están las fotografías en las cuales los papeles están destrozados en las orillas o comidos por roedores.
El 14 de mayo de 2004, mediante Decreto Supremo 27490 —durante el gobierno de Carlos Mesa—, se dio luz verde al Archivo minero de la Comibol. Recuperar, custodiar, conservar y dar tratamiento técnico adecuado son las tareas principales del repositorio, bajo la batuta de Ramírez. El sitio, casualidad o no, está en la zona Ferropetrol, calle de los Archiveros, frente a la plazoleta Gunnar Mendoza (gran archivista, historiógrafo y bibliógrafo del país).
Los ambientes, aproximadamente dos hectáreas, en los cuales está el Archivo son únicos en el país. Los techos son más altos de lo normal y en cada locación reina el frío y la humedad es nula.
Se han construido armarios especiales para mantener y clasificar mejor los documentos. El Archivo consta de unos 42 kilómetros de información (si fuera posible poner tanta historia en una medida cuantitativa) y casi 70.000 mapas y planos.
Estos planos también son un tesoro, puesto que marcan los reservorios mineralógicos del país.
El cuidado de estas hojas es constante y hay un equipo especializado en su tratamiento. Lo mismo pasa con todos los documentos que allí están. Incluso están las joyas literarias que leían los mineros de antaño.
Y, cual si fuera una mina, en el Archivo también existen vetas que esconden joyas de investigación; como la vida de los barones del Estaño, quienes tenían también su lado solidario oculto.