Paz Soldán escribe un ‘Diario de la pandemia’
Literatura. El escritor cochabambino crea una pieza ficcionalizada
El escritor Edmundo Paz Soldán va tras una veta literaria. El autor de Días de papel narra una obra que relata los actuales días de confinamiento, pero usando un molde antiguo, la obra Cartucho, relatos de la lucha en el norte de México de Nellie Campobello.
En principio se trató de un “experimento” literario, actualmente es un proyecto que apasiona al ganador del Premio Nacional de Novela 2002.
“De Cartucho, de Nellie Campobello, siempre me gustó la estructura: el punto de vista de una niña en medio de la revolución mexicana, la construcción narrativa a partir de estampas de personajes o escenas. Me atraía escribir una versión contemporánea de Cartucho, lo intenté hace algunos años y no me fue bien”, explica Paz Soldán desde Estados Unidos, país donde radica hace ya bastante tiempo.
La obra mexicana en cuestión se encuentra armada con escenas de la gesta libertaria mexicana (que se inició a fines de 1800 y culminó hacia 1911) y es una referencia inmediata al narrador Juan Rulfo. Ahora, con la actual crisis sanitaria, el cochabambino volvió a Cartucho.
“En los primeros días de la pandemia se me ocurrió escribir un diario, dejar registro de cómo estaba viviendo la crisis. Luego vi un montón de diarios de escritores que estaban siendo publicados en los periódicos y revistas, y pensé que podría ser más interesante escribir un diario ficcionalizado.
Escribir algo todos los días, pero como si le estuviera ocurriendo a otra persona. Digamos, una niña. ¿Cómo vivía ella la crisis? De pronto, Cartucho volvió a mí, y pensé que podría ser un buen momento para usarla como punto de partida para el diario de esta niña”.
La obra de Paz Soldán titula Allá afuera hay monstruos. Especial: Diario de la pandemia y cuenta con el apoyo de la Revista de la Universidad de México.
Las primeras páginas están disponibles en el sitio electrónico www.revistadelauniversidad.mx/. (parte de este comienzo también acompaña a la actual nota).
“Es un trabajo experimental, escribo una sección del diario todas las mañanas a partir de una sección de Cartucho, a veces hay mucha correspondencia, otras puede que solo una palabra. Mi idea es escribir tres semanas más, y luego, ya con el primer manuscrito, dejar de lado Cartucho y reescribir tratando de responder a las preguntas que han surgido en la primera versión, desarrollar personajes, expandir la atmósfera, etcétera. No sé qué quedará de esto pero al menos el proyecto me entusiasma y eso por lo pronto es suficiente”.
Así, durante la época de encierro, el creador de Dochera se dedica a hacer volar las palabras en este diario ficcionalizado.
‘Allá afuera hay monstruos’
Mamá nos pedía que solo saliéramos a la calle cuando tocaba hacer las compras. Vicente se encerraba junto a los gatos en el cuarto que compartíamos y jugaba videojuegos o se perdía en teorías conspiratorias que circulaban en Internet. Para mí, en cambio, no era fácil. A veces me escapaba, otras no me quedaba más que el balcón. La nuestra era una de las primeras casas a la entrada de Los Confines, apenas se cruzaba el puente que nos separaba del bosque.
Las calles estaban vacías. En el puente la gente de Acosta le tomaba la temperatura a los que llegaban. Cruz iba y venía incapaz de quedarse tranquilo, al verme en el balcón me gritaba que me metiera a la casa. Luego reía: mentira, salga si quiere, pero no le diga nada a su madre. Alto y flaco y de sonrisa fácil, nunca llevaba barbijo, decían que por coqueto. Cuando mamá salía rumbo al hospital por la madrugada él se le acercaba con cualquier excusa.
Le chequeaba la temperatura y le preguntaba si los doctores eran buenos con ella. Mamá se incomodaba pero reconocía que al menos no sentía un tono agresivo. Una vez que iba a llegar tarde a su turno él se ofreció a llevarla. A cambio le pidió barbijos y guantes para su familia, y ella lo miró incrédula, como si él no supiera que en el mismo hospital estaban escasos de equipos y que ella misma debía fabricarse lo que podía a punta de pedazos de ropa vieja y una máquina de coser de su abuela.