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Cultivo en arena para contrarrestar la escasez de agua en Túnez

Las patatas, lechugas y cebollas crecen en parcelas arenosas a orillas del mar en un pueblo de Túnez, donde los agricultores intentan preservar una técnica de riego ancestral que despierta interés a medida que se intensifica la escasez de agua en el norte de África.

«No es una tierra que cultivemos por la rentabilidad, sino por el arte y el placer», clama Ali Garci, un profesor jubilado de 61 años, que explota una hectárea de tierra heredada de su familia, en Ghar el Melh, un pueblo de pescadores situado a unos 60 km de la capital de Túnez.

Los «ramlis», estas parcelas arenosas creadas en el siglo XVII por la diáspora andaluza para paliar la falta de tierras cultivadas y de agua dulce, alimentan a los habitantes de la zona.

Estos cultivos sobre arena, que abarcan unas 200 hectáreas, fueron inscritos el año pasado en el patrimonio agrícola mundial de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), que los considera «únicos en el mundo».

Una forma de incentivar a los aproximadamente 300 agricultores para que cuiden este patrimonio amenazado y por el que pocos jóvenes parecen interesados.

Medio ambiente

Entre mar y acantilados, la costa mediterránea de Ghar el Melh está bordeada por lagunas de agua salada. El agua de lluvia fluye desde las colinas hasta las tierras arenosas que rodean las lagunas, donde permanece atrapada sobre una capa de agua salada.

Las verduras plantadas hunden sus raíces hasta esta fina capa de agua dulce, que sube hacia la arena dos veces al día empujada por las mareas.

«Es como si el mar estuviera amamantando a sus hijos», explica Abdelkarim Gabarou, quien practica el cultivo en la arena desde hace 46 años.
Para preservarlas del viento y la erosión, las parcelas están protegidas por barreras de juncos y miden como mucho cuatro metros de ancho.

Este sistema permite cultivar todo el año sin riego artificial, produciendo hasta 20 toneladas por hectárea y sin recurrir a las reservas naturales.

Las verduras tienen un sabor peculiar y la demanda es bastante alta, pero carecen de una denominación de origen, lamentan los agricultores, que venden sus productos en la zona y en Túnez al mismo precio que los cultivados en la tierra.

«Dependemos totalmente del agua de lluvia, que nos permite vivir. Intentamos preservarla lo más naturalmente posible», explica Ali.

Los agricultores de Ghar el Melh viven con la preocupación constante de preservar este sistema «frágil», amenazado sobre todo por los cambios climáticos que acentúan la irregularidad de las precipitaciones y elevan el nivel del mar.

Para que las raíces de las cebollas, lechugas o remolachas lleguen al agua dulce pero no a la salada, la capa de arena debe tener exactamente 40 cm.

Por eso el aumento del nivel del mar corre el riesgo de alterar este sistema natural, explica Raoudha Gafrej, experta en recursos hídricos y cambio climático.