Una taza de té con historia en el corazón de Teherán
En un lugar tan pequeño, no se pueden poner mesas. Entonces Kazem instala sillas plegables para los clientes que quieran disfrutar de su bebida sentados.
Con su barba blanca, chaleco color bronce, bufanda roja y pantalones vaqueros color caqui, Kazem, propietario de la más pequeña y más antigua casa de té de Teherán, trabaja sin descanso en su establecimiento centenario, heredado de su padre.
Situado en un callejón de la capital iraní, entre una tienda de suéteres y la puerta de una mezquita, su chaikhaneh (casa de té) es casi invisible desde la calle principal del gran bazar.
Con una superficie no superior a 1,5 metros cuadrados es, sin embargo, la más famosa entre los conocedores de Teherán.
Entre dos clientes, Kazem Mabhutian, de 63 años, se rememora con orgullo los comienzos de su establecimiento. «Mi padre Haj Ali Mabhutian, apodado Derviche o Béhéchti (el que merece el paraíso) nació en Hamedan», en el oeste de Irán, cuenta a la AFP. «Vino a Teherán a los 15 años para ganarse la vida y compró este local que había abierto en 1918».
Alrededor de él hay diversos objetos heterogéneos: una radio muy antigua, un samovar, tazas, una lámpara de petróleo, estatuillas, tarros, cajas de té, azúcar de cebada perfumada con azafrán y, por supuesto, teteras diferentes.
En el muro, un certificado del ministerio de Turismo asegura que el lugar «está inscrito en el patrimonio inmaterial de la cultura nacional».
Además del tradicional té negro iraní, Kazem prepara todas las mañanas, a las 7H30, tés con cardamona, canela, menta, tomillo e hibisco -apodado en persa «torsh» (ácido)-. Pero su favorito es el que apoda «té de la amabilidad», una mezcla de menta, limón y azafrán, de color amarillo intenso.
Según los expertos, los iraníes consumen en promedio nueve tazas pequeñas de té al día y el jefe de la asociación del té en Irán habla de 100.000 toneladas de té al año.
«Hasta 2007, mi padre dirigía esta casa, conocida como la más pequeña del mundo», relata Kazem. «Luego se rompió una pierna y nunca volvió al trabajo. Permaneció en casa hasta su muerte en 2018, a los 92 años».
Preparado con amor
Kazem abandona entonces la agencia de publicidad donde trabajaba y toma el relevo. «No me arrepiento en absoluto», asegura. «La publicidad era un negocio, aquí es una cuestión de amor».
«Elegí este trabajo guiado por mi corazón, no para hacer dinero», añade con una sonrisa. «El precio del té afichado es de 100.000 rials (0,35 dólares), pero las tarifas no son fijas», confiesa. «Depende de la situación financiera de cada cliente».
Cada día, Kazem afirma que sirve a unas 200 personas, un promedio que le permite ganarse la vida. «La mayoría de ellos vienen de fuera del mercado porque nos conocen. También venían muchos turistas, ya que el salón figura en las guías, pero los extranjeros desaparecieron con la pandemia (de coronavirus)».
En un lugar tan pequeño, no se pueden poner mesas. Entonces Kazem instala sillas plegables para los clientes que quieran disfrutar de su bebida sentados.
Chafagh, diseñador gráfico de 32 años, acompaña a su amiga Forugh, que viene regularmente al mercado a buscar los ingredientes para su jabón artesanal. «Todo el mundo vende té, pero lo importante es saber hacerlo. Es como la cocina, cuando alguien prepara té con amor, el sabor es completamente diferente», comenta Chafagh, deleitándose con el «té de la amabilidad».
Cada día, Habibolá Sayadi, de 70 años, deja su tienda de ropa para disfrutar del té negro de Kazem. «Vengo aquí desde hace casi 50 años porque me encanta el sabor y porque Kazem respeta las medidas sanitarias e higiénicas», dice.
Pero el dueño del salón se está haciendo mayor y sigue soltero. Entonces, ¿dejará morir la chaikhaneh más antigua de Teherán si un día no puede trabajar?
«De ninguna manera», afirma, confiado. «Dios encontrará un sucesor. Un salón como éste no puede desaparecer».