Icono del sitio La Razón

El sueño roto de los burkineses enviados a estudiar a Cuba

Pensaban volver y construir un Burkina Faso nuevo. Enviados en 1986 a Cuba por el «padre de la revolución» de este país africano, Thomas Sankara, asesinado un año después, 600 jóvenes con pocos recursos, la mayoría huérfanos, se sintieron totalmente abandonados a su suerte tras su retorno.

Sankara llegó al poder en 1983 después de un golpe de Estado. Era un joven oficial del ejército de 33 años con ideas revolucionarias que quería erradicar la pobreza de su país y terminar con el «imperialismo mundial». Naturalmente, se orientó hacia Cuba, dirigida por Fidel Castro, que era un ejemplo para él.

«Thomas Sankara tuvo la idea de enviar un grupo de alumnos para que fueran formados en Cuba, política, ideológica y profesionalmente», explica a la AFP Stanislas Damiba, que formó parte de estos jóvenes y marchó a Cuba con 12 años.

El grupo estaba compuesto por 600 niños y adolescentes de entre 12 y 16 años, 135 de ellos niñas, «todos pertenecientes a familias con pocos recursos y la mayoría huérfanos», según Damiba, convertido en presidente de la asociación de exestudiantes formados en Cuba, más conocida como «los huérfanos de Sankara».

«Viajamos a Cuba en septiembre de 1986. Seis profesores vinieron con nosotros, para enseñarnos francés, historia, geografía y educación sexual», mientras que otras asignaturas, más especializadas, corrían a cargo de los cubanos.

En la isla de la Juventud, situada al suroeste de Cuba, y donde se reunieron estudiantes de 40 nacionalidades, la primera exigencia fue aprender español en seis meses.

Hoy con 46 años, Stanislas trabaja como técnico en ingeniería civil en el sector privado y lleva con orgullo una camisa con la imagen de Thomas Sankara, una especie de «padre espiritual» para él.

Thomas Sankara fue asesinado durante un golpe de Estado que llevó al poder a Blaise Compaoré, considerado su compañero de armas y amigo, que gobernó después durante 27 años, hasta que fue derrocado en 2014.

Estudien y vuelvan

Stanislas y otros dos compañeros que también se formaron en Cuba recuerdan, emocionados, cuando Sankara vino a Cuba a visitarles: «Nos dio la mano a todos, uno por uno y nos dijo: ‘estudien y vuelvan a construir el país’. Un mes después lo mataron».

Tras su muerte, todo cambió. «Nuestros profesores regresaron al país y fueron reemplazados por otros», recuerda Damiba, en un signo de que las políticas de Sankara comenzaban a ser «corregidas» por las nuevas autoridades.

«Compaoré quería destruir todo lo que pertenecía a Sankara», estima Florence Hien, que también se formó en Cuba.

Primero se decidió que sus estudios se recortarían y serían de un máximo de tres años después de terminar el bachillerato. Luego la beca mensual de 100 dólares al mes se esfumó.

Entre 1992 y 1996, la mayoría de los estudiantes volvió a Burkina Faso con la esperanza de incorporarse al servicio público en función de sus especialidades, tal y como les habían prometido antes de ir a Cuba.

Pero para la mayoría no pudo ser. «La revolución terminó, se terminó también para ustedes», les decían.

Los diplomas obtenidos en Cuba no tenían ningún valor en Burkina e incluso hoy, la asociación sigue batallando con el actual gobierno de Marc Christian Kabore para que sean reconocidos y convalidados.

«El Estado falló y tiene que compensarnos», recalca Stanislas Damiba. «Lo que nos asquea es que nos pidieron ir a Cuba y no entendemos por qué cuando regresamos se nos dio la espalda», agrega.

«En 2002, Compaoré fue a Cuba a decir a Castro que los exestudiantes habían sido todos contratados, lo que es totalmente falso. Él no hizo nada por nosotros», asegura.

De los 600 jóvenes, 240 fueron admitidos como funcionarios, pero como sus diplomas no se reconocieron todos tienen trabajos muy inferiores a su formación, explica.

Según Damiba, muchos viven en la pobreza y hay exestudiantes que sufren problemas psicológicos.

Otros, como él, Florence Hien, que es enfermera, o Inoussa Dankambary, ingeniero, presentes en esta entrevista, lograron encontrar su lugar en el sector privado.

«La bala que mató a Sankara también mató a otras personas, nosotros entre ellas», dice Dankambary.