La realidad de El Alto, ¿ficcionalizada? Autores dan una mirada crítica
La propuesta de dos escritores es cambiar el “chip” de las personas respecto a lo que se piensa de El Alto y de los alteños, mientras que un tercero asevera que se debe aprovechar la realidad desde y para la literatura.
Tres escritores dan una mirada a las letras de El Alto. Dos sugieren ficcionalizar la realidad alteña para construir un imaginario distinto al actual desde la producción literaria, mientras que un tercero prefiere dejarla como está, como existe.
Oscar Coaquira, Raimundo Quispe y Daniel Averanga opinan desde una visión crítica y realista. Para ello, se toma en cuenta su mirada respecto a criterios sobre las problemáticas en la literatura de “la ciudad más joven” del país.
En torno a la premisa de que El Alto es considerada peligrosa, violenta, con frecuentes convulsiones sociales, de comercio con precios baratos y que acoge a la feria 16 de Julio, se sugiere trabajar desde lo que creen las personas ajenas y el mismo alteño sobre su ciudad, para cambiar un imaginario.
El escritor Raimundo Quispe afirma que la literatura alteña era de panfleto, bastante política, de lamento por los 500 años de la conquista y la colonización, pero actualmente se encuentra en pleno movimiento. Se dilucida de otra manera, tal vez más optimista, respecto a la producción.
“Se debe ficcionalizar la realidad y apropiarse de un concepto. La ficción es estirar la realidad con criterio”, señala el autor de La equis, que trata sobre la reconstrucción del pasado de una familia desde el testimonio de un habitante de la segunda ciudad más poblada de Bolivia.
PRESENTACIÓN. A la vez, el autor que vive en la zona Oro Negro, adyacente a El Kenko, indica que en los inicios de la producción literaria las ediciones de libros en El Alto se mostraban como artesanía. Los mismos escritores elaboraban las tapas y los diseños de sus obras, para posteriormente presentarlas a los lectores.
Ahora hay editoriales que publican acertadamente sus obras, con tapas muy elaboradas, con papel atractivo y con un elocuente trabajo editorial. Sin embargo, siguen siendo “muy baratos”.
“Vivir del arte es un dilema existencial, y vivir de escribir en El Alto es lamentablemente peor. Los escritores que rondamos los 30 años de edad tuvimos que lidiar para escribir, para sacarnos tiempo, para leer, porque estábamos trabajando con el fin de poder instruirnos primero como lectores y luego como escritores”, dice Quispe. “No soy un genio, solo creo que tengo que decir algo más”.
El entrevistado, quien además es panadero —oficio de su negocio familiar que le da el sustento diario—, a la interrogante sobre la relación que puede tener esta labor milenaria con el arte de la literatura, se expresa respecto a lo espiritual y lo material, más allá de lo conflictivo.
“He reflexionado mucho en esto. La literatura para mí era muy etérea, era como si realizara todo por separado, pero en mi ciudad es necesario trabajar. Me pone en conflictos, porque como alteño soy materialista y debo trabajar. Si publico dos libros más tal vez nadie los llegue a leer, pero sé que si dejo de hacer panes los van a extrañar. Ahí va lo etéreo y lo material”, responde Quispe.
Por último, brinda su percepción de El Alto como “una ruta de paso (por el transporte) y el lugar de cambio (…). Es el lugar donde está mi casa, mi trabajo y donde vive mi familia”, concluye.
OTRA MIRADA. El conocido escritor Daniel Averanga utiliza en su obra literaria temáticas sobre la ciudad de El Alto. El autor de obras como La puerta y Emma y los cuadernos de investigación sugiere una aproximación, pero no una obstinación, al afirmar que reformar el imaginario de esta ciudad incrustada a 4.150 metros de altura no es necesario. “Para qué cambiar algo que ya está hecho”, dice.
“La literatura no nos debe llegar de lejos, de lugares que ni siquiera conocemos. Entonces nosotros debemos exportar nuestras ideas y sensibilidades. Es como la cumbia, el solo hecho de decir ‘desde El Alto para todo el mundo’, ya involucra un movimiento de pensamientos”.
Hay mucha conciencia de la realidad de la escritura por parte de Averanga, Raimundo Quispe y Óscar Coaquira, que opinaron al respecto. Sin embargo, hay un factor común entre estos: una preocupación sobre la lectura y la escritura. “Se puede escribir en El Alto, pero nos falta más escuela, más lectura, más protagonismo, más incursión de la educación para romper la consigna de que un escritor muere (de hambre) si quiere escribir”, sentencia.
Averanga complementa que no se puede cambiar paradigmas, porque se debe recordar que todos somos bolivianos y tenemos las mismas costumbres con sus respectivas variaciones.
“Es como Ciudad Juárez, en México, donde hay mucha violencia y tráfico de todo tipo. Aunque sea lamentable, esa es su identidad, pero no es nuestro caso. Claro que no”, agrega.
El indicador de las declaraciones de estos autores es de dejar de enfrascar a la urbe alteña —como se la piensa desde hace 37 años—, de gente de habla aymara inmigrante del campo, que llegó a las planicies cercanas a La Paz para conseguir trabajo, ya que en sus tierras podrían perderse en la pobreza. Se busca una alineación acorde a la realidad.
La propuesta de dos escritores es cambiar el “chip” de las personas respecto a lo que se piensa de El Alto y de los alteños, mientras que un tercero asevera que se debe aprovechar la realidad desde y para la literatura. Así es la ciudad y así se la debe respetar.
La ciudad de El Alto tiene un pasado de revolución y rebelión, de la cual ha surgido bastante escritura al respecto.