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Marcelo Lara tatúa la cultura boliviana en Europa

El orureño Marcelo Lara tatúa a un cliente en su estudio en Francia.

De empezar su camino de forma empírica con diseños simples, hasta llegar a tatuar en toda Europa, el orureño Marcelo Lara (43) plasma iconografías e imágenes de la cultura boliviana en el Viejo Mundo, en cuerpos de hombres y mujeres, con éxito y rédito.

El también músico y oriundo de Huanuni recorrió casi todos los países europeos gracias a ese oficio, elegido por el gusto y estética de ver cuerpos tatuados. Le llamó la atención la técnica y la dificultad de ese arte, ya que le brinda la libertad y posibilidad de conocer el mundo, a otros colegas y a aprender constantemente.

“Un artista plástico trabaja sobre un lienzo estático. Al realizar dibujos pintados en la piel, el tatuador trabaja en un lienzo viviente, algo que se mueve, que siente y también que transmite”, indica Lara sobre el oficio que eligió desde hace 22 años.

Lara —quien radicó en La Paz durante su niñez— mostró sus dotes de dibujante y gusto por los tattoos gracias a la influencia rockera de su familia. Con un lápiz recreaba tapas de discos de vinilo de Iron Maiden o Pink Floyd, plasmando en dibujos a los vocalistas y guitarristas de estas bandas.

“Me gustaba ver sus tatuajes, la estética y esa parte antisistema de los rockeros. Eso me motivó a hacerme mi primer tatuaje, el símbolo de los Decepticons (de la serie de televisión Transformers) en la pantorrilla derecha a los 16 años”, cuenta.

INICIO.

Con amigos que compartían los mismos gustos —y de forma artesanal y empírica— comenzó su recorrido en 2000. Posteriormente, en una convención de tatuajes (2003), Lara conoció al peruano Ramón Mendoza, quien lo invitó a su estudio (Dragón Perú) como aprendiz.

“Mi comienzo fue desde abajo. Antes era más complicado tatuar, necesitabas un maestro e ir al estudio a observar (los trabajos), pero también a limpiar las herramientas, soldar agujas, preparar la estación de trabajo y dibujar sobre todo. Con el tiempo se convirtió en mi profesión, fue como un flechazo”, agrega respecto a su acercamiento y gusto por el tatuaje.

Un cóndor, un jaguar y dos serpientes se lucen junto a la Chakana, la cruz andina. Fotos. Marcelo Lara

Cuerpo tatuado con rasgos de la cultura oriental, uno de los estilos de Lara. Foto. Marcelo Lara

El dios Wiracocha de la Puerta del Sol, plasmado en el brazo de un noruego.

Con el tiempo logró ser parte de Pepe’s Tattoo, un estudio ubicado en La Paz y bastante conocido en el rubro. Ya que en la convención pudo conocer a tatuadores de Argentina, Perú, Brasil y Chile, consiguió el “quiebre” necesario para dar un paso definitivo como artista.

“En Argentina conocí a un gran colega noruego, Kai Moller. Entonces surgió la posibilidad de radicar en ese país. No lo pensé dos veces y me fui a trabajar en su estudio en 2009”, relata. Allí también conoció a su pareja, Aurelie Plessis, una tatuadora francesa, con quien después de vivir unos años en Noruega finalmente decidieron establecerse en territorio francés, donde radican ahora.

El boliviano instaló su estudio, llamado Free Bird Tattoo en Cosne Sur Loire, población cercana a la capital París. Sin embargo, su labor no es estática, ya que para aprender técnicas asiáticas viajó a Hong Kong, China, y más recientemente, hace dos meses, estuvo en México, también en búsqueda de actualizarse.

“El tatuar es una experiencia que no acaba. Constantemente siento que no termino de aprender y eso me motiva a seguir viajando más y conocer nuevos lugares y culturas. Viajo como cinco veces al año e incluso regreso a Bolivia”, dice. En 2019 llegó para participar en una reunión de tatuadores y gestar un emprendimiento propio en Santa Cruz.

En sus 22 años tatuando cuerpos, Marcelo Lara asegura que supera los 10.000 trabajos. La cifra, no obstante, no le resulta improbable, ya que realiza entre dos y tres sesiones por jornada, de martes a sábado.

“Si quiero hacer el mejor trabajo posible, no me puedo pasar de las tres horas en una sesión. Por ejemplo, un trabajo de espalda completa o de cuerpo entero me demora más o menos 20 horas. Entonces son varias sesiones que se necesitan”, complementa.

CULTURA.

Los precios en Europa son elevados, 300 euros ($us 315) la hora es lo que cobra un tatuador top en el Viejo Continente. Marcelo, por su parte, trata de ofrecer precios accesibles, siendo el mínimo 80 euros ($us 84). “Cobro 150 euros ($us 157) por hora y por lo general son cuatro horas al día o hasta seis, porque hacer tatuajes es complicado mental y físicamente. Entonces no puedo excederme en el tiempo”.

Tanto la comunidad boliviana como la propia europea han solicitado al artista tatuajes con representación cultural boliviana. Desde cóndores, chakanas e iconografía andina, hasta imágenes del Carnaval de Oruro, como máscaras de diablo, fueron trabajados por Lara.

“Cuando llegué a Europa la moda era el estilo chicano (que es de origen mexicano y habita en Estados Unidos) y carcelario. En mi caso, impulsé la cultura boliviana con diseños tiwanakotas e iconografía inca. De hecho, recreé mucho al dios Inti, la iconografía del Carnaval de Oruro y el diablo. Esta máscara es muy linda para tatuar y se puede modificar y jugar con ella”, confiesa el orureño.

Para este artista, la fusión de culturas es parte de su aprendizaje, es por ello que busca perfeccionar sus técnicas asiáticas, que según su experiencia, se entrelazan con la cultura andina.

Lara tiene en su piel la obra de Filip Leu, un francés con estudios en Japón muy reconocido en Europa, donde radican otros exponentes como Grime, Ed Hardy o Severino da Souza, todos influencias del boliviano.

“Me fascina el tatuaje oriental, específicamente el japonés. Su iconografía y minimalismo se ve hermoso en la piel. Esta iconografía se parece mucho a la boliviana, la máscara de la diablada es similar a la máscara hannya de la cultura oriental. Se unen estéticamente”, señala.

En la actualidad trabaja diseños tanto de la cultura boliviana como la asiática, que es una tendencia en ese continente. “Ahora hago de todo, desde un hermoso infinito en la muñeca, hasta un dragón en toda la espalda”, complementa el boliviano.

Lara se considera un servidor, más que artista, ya que recibe una paga por algo que el cliente va a tener toda su vida y es una gran responsabilidad.