En Sudáfrica, la exigencia de un coro mixto de chicos
Lo que distingue a este coro, afirma, es su ‘sonido pleno muy africano’, que contrasta con el lado a veces endeble de los coros europeos.

Varios chicos participan en el ensayo del coro de Drakesnberg, en Sudáfrica, el 9 de diciembre de 2022. Foto: AFP.
El Coro de Drakensberg, que se presenta en todo el mundo, está enclavado en uno de los paisajes montañosos más bellos de Sudáfrica. Es un coro arco iris que hace las veces de internado para chicos de toda condición.
Su particularidad es que «utiliza la música como vehículo de movilidad social, de éxito académico, de construcción de la personalidad, en un país devastado por la cuestión racial». Así lo explicó el profesor Pitika Ntuli, de 80 años e historiador del arte.
A finales de año, estos chicos de 9 a 15 años en camisas planchadas, chorreras de encaje sobre chalecos azul real, ensayan el Gloria de Vivaldi. Y es que se preparan para sus primeros conciertos navideños desde la pandemia del covid-19.
La vista impresionante de la cordillera de Drakensberg, que marca la frontera con Lesotho, se funde en el horizonte en un mar de nubes.
«La escuela es mágica, su ubicación es hermosa. Cantar todos los días entre estas montaña es increíble», se maravilla Nicholas Robinson, de 14 años. Él está con una chaqueta negra sobre un césped bien cuidado.
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Gracias a la beca
Ethan Palagangwe, procedente de Mitchells Plain, un suburbio de Ciudad del Cabo infestado de pandillas, es otro alumno del internado, situado sobre una propiedad de 40 hectáreas.
El adolescente de 12 años obtuvo una beca, entre 1.600 aspirantes, gracias a que su madre contestó un anuncio en un periódico local.
Hijo de un policía y una cantante, el menor de rostro redondo sonríe al recordar sus inicios modestos en familia. A los ocho años, «yo cantaba todo el tiempo, me encantaba el karaoke».
Actualmente es uno de los músicos más destacados de la escuela. Su educación es financiada conjuntamente por sus padres y donantes a través de un mecanismo de financiamiento colectivo llamado «back-a-buddy».
«Hacerse hombres»
El repertorio también es particular: va de lo clásico al pop, pasando por los cantos tradicionales sudafricanos, tanto en afrikaans como en zulú.
«Es el único del mundo, de ese nivel, que canta todos los géneros», asegura el jefe de orquesta Vaughan van Zyl, secándose el sudor de la frente entre dos ensayos.
«Denle a estos chicos canciones africanas, de otros países, música sacra, profana, ellos pueden con todo».
Inspirada en los Niños Cantores de Viena, la institución, que cantó para Nelson Mandela, fue creada hace 55 años bajo el apartheid y hoy cuenta con 70 cantantes de todos los colores de piel.
«Allí escuchamos las voces del arco iris», expresó el profesor Ntuli en referencia al país mestizo y reconciliado al que aludió el fallecido arzobispo Desmond Tutu.
El recién llegado Lulo Dlulane, de 11 años, sueña con ser compositor.
«La música es un lenguaje que une», afirma. Su madre Lungwella, una médica de 39 años amante de la música, recuerda haber escuchado hablar del coro cuando estudiaba en el colegio y «rezó» para tener un hijo y enviarlo allí.
Una danza
Después de los cantos, el coro pasa con fluidez a una danza percusiva con botas de hule inventada en Sudáfrica por los mineros para escapar de la monotonía de su trabajo.
«Ese es nuestra faceta de ‘boys band'», bromea el jefe de la orquesta. «Pasamos de un canto clásico a esta coreografía».
Khwezilomso Msimang, de 15 años, practica la danza. Su madre, Bongi, estresada con la idea de enviar allí a su único hijo, ahora dice que «es un lugar donde los niños se vuelven hombres».
Combinar las clases académicas con dos horas diarias de música es exigente. «Es el desafío el que les enseña a volverse resistente», afirma el director Dave Cato. El barítono William Berger es un sudafricano blanco de 43 años que lleva una carrera internacional en la ópera. Lo que distingue a este coro, afirma, es su «sonido pleno muy africano», que contrasta con el lado a veces endeble de los coros europeos.