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ONG sale al rescate de caballos en Uruguay, donde la faena va en acelerado aumento

Un caballo rescatado por la ONG Santuarios Primitivo en una granja donde vive tras ser adoptado en Pan de Azúcar, 115 km al este de Montevideo, el 16 de septiembre de 2022. Foto: AFP.

Un caballo rescatado por la ONG Santuarios Primitivo en una granja donde vive tras ser adoptado en Pan de Azúcar, 115 km al este de Montevideo, el 16 de septiembre de 2022. Foto: AFP.

Entre una variopinta colección de animales, pastan con tranquilidad cuatro caballos que sin saberlo torcieron su fortuna. «No creo que cambiemos el planeta con esto, pero es la cuota parte que nos toca», dice a AFP Juan Pablo Pío en su casa de campo de Pan de Azúcar, 115 km al este de Montevideo.

La ONG Santuarios Primitivo los compró y bajó de un camión que marchaba rumbo a uno de los tres frigoríficos habilitados en Uruguay para faenar equinos. Esta actividad aumentó más de 60% en 2021 para exportar a países que consumen carne de caballo, con Bélgica, Francia y Japón entre los principales destinos.

«Le cambiamos la vida al animal, pero el animal también nos cambia la vida a nosotros», agrega Pío. Él es uno de los primeros adoptantes de caballos rescatados por la organización fundada por Pablo Amorín y Martín Erro.

Amigos con distintos lazos con el mundo ecuestre, en 2019 crearon la oenegé a través de la cual han salvado la vida de 250 caballos. Y los han reubicado en unas 70 chacras o estancias de particulares a nivel nacional.

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Salvar vidas

La primera intención de Primitivo fue comprar los caballos directamente a los frigoríficos. «Pero no nos abrieron las puertas, entonces fuimos al eslabón previo», cuenta Amorín en referencia a las figuras conocidas como «tropilleros». Ellos son intermediarios que recorren el país acopiando animales descartados para engordarlos y venderlos al matadero, que paga por kilo.

La oenegé iguala el precio del frigorífico para «bajar a los animales del camión» con dinero brindado por organizaciones budistas que militan la práctica de «salvar vidas».

«Ellos generan recursos que terminan destinando a diferentes proyectos a nivel internacional que rescatan animales: desde lombrices hasta cangrejos o caballos», cuenta Amorín.

Con los caballos a salvo, el segundo paso es reubicarlos en «santuarios» con adoptantes que cumplan las condiciones para cuidar a los animales.

El perfil de las voluntarios es variado, pero Erro señala que hay muchas personas «de ciudad», propietarios de campos pequeños no productivos, que buscan «conexión con la naturaleza».

La manutención del equino queda a cargo del adoptante, pero Primitivo les exige no comercializarlos ni sacar una renta basada en su explotación.

Se intenta además «hacer un buen match» entre la personalidad del caballo y el adoptante, ya que pueden tener casi dos décadas de vínculo. Los caballos rescatados tienen un promedio de 15 años, sobre 30 años de expectativa de vida.

Historia e hipocresía

En un país donde comer caballo podría considerarse un sacrilegio, que el destino final de la mayoría de los equinos sea el matadero es un secreto a voces.

«El caballo tiene un peso simbólico específico en nuestra cultura, desde que ‘la patria se hizo a caballo’ a que es un noble animal que ayuda al hombre de campo en sus tareas». Así lo afirma el antropólogo Gustavo Laborde, antes de señalar que «aunque se lo someta a toda clase de esfuerzos y sufrimientos, su carne está interdicta para el consumo».

No obstante, considera que hay una arista «muy hipócrita, porque aunque los uruguayos no comercializan ni comen su carne, la gran mayoría de los caballos terminan en el frigorífico».

Sin cría comercial para este fin, la producción de carne equina en Uruguay es una actividad residual de los diferentes usos de los animales, como el trabajo de campo o las competencias deportivas.

Cuando por distintas razones ya no son útiles para esas actividades, los dueños suelen venderlos a los frigoríficos o a los «tropilleros».

Pero Amorín y Erro destacan que a menudo éstos últimos se muestran agradecidos de poder salvar a algunos caballos. Muchos de ellos «estaban sensibilizados con que no querían» mandarlos al matadero e incluso en ocasiones les piden para bajar del camión a algún animal en particular al que le tienen cariño.

«Hay gente que quiere que le señalemos cuál es el enemigo. Y si hay un enemigo es el sistema», reflexiona Amorín.