Impactada por el ataque, Algeciras defiende la convivencia de culturas
La tarde del miércoles durante unos minutos la información era confusa y las llamadas a la policía se multiplicaban sembrando el desconcierto en el lugar.
La normalidad de Algeciras se quebró cuando un sacristán fue asesinado por un joven marroquí, según testigos. Foto: RTVE.
En el extremo sur de España, con África a solo unos kilómetros, Algeciras es una ciudad acostumbrada a la convivencia entre culturas. Sin embargo, su normalidad se quebró el miércoles cuando un sacristán fue asesinado por un joven marroquí, según testigos.
Pese al invierno, el sol luce sobre esta ciudad portuaria de 120.000 habitantes en el costado oriental de la punta en la que termina Europa; y con enlaces frecuentes en ferri hacia Tánger o Ceuta, en el continente africano.
Pero hoy no es un día normal y cuando suenan las campanas del mediodía en la iglesia de La Palma, la Plaza Alta se queda en silencio.
Rodeando el lugar donde Diego Valencia, el sacristán de este céntrico templo, se desplomó muerto acuchillado unas horas antes. Centenares de vecinos muestran su repulsa por un acto que nunca pensaron que verían en Algeciras.
«Aquí hemos vivido muy a gusto, muy bien, esto lo hemos visto fuera, pero en Algeciras es la primera vez», lamenta Rosa Amado. Ella es una jubilada de 73 años que acude a homenajear a Diego, con el que se cruzaba todos los domingos en misa.
El sospechoso, un marroquí de 25 años, atacó a Valencia tras haber herido previamente a un sacerdote en otro templo cercano y de provocar destrozos en la propia iglesia de La Palma.
También puede leer: Los viajes del Papa Francisco a África
Tarde convulsa
La tarde del miércoles durante unos minutos la información era confusa y las llamadas a la policía se multiplicaban sembrando el desconcierto en Algeciras.
«En esos momentos te crees que estás viviendo una película porque muchas veces estas cosas las ves en la tele… Pero cuando te llega, no te lo crees». Así trata de explicar Juan José Marina, el párroco de la iglesia de La Palma, con los ojos hinchados y el gesto agotado.
Este hombre alto apenas ha conseguido dormir. La voz se le quiebra cuando recuerda al sacristán con el que compartía la vida de la iglesia, y de quien piensa que se encontró con una muerte que era para él.
«Si yo estoy vivo es porque Diego ha muerto. Mi sitio era ese», cuenta con la voz quebrada.
El sacerdote estaba oficiando una confirmación en otro templo cuando le informaron de lo que había ocurrido.
Todavía sin poder asimilarlo, pide que la tragedia no sirva para sembrar divisiones. «Lo que intento por todos los medios es que esto no sirva ahora para resaltar estas divisiones que muchas veces hay, porque aquí no las ha habido», pide a las puertas de su iglesia, ahora cerrada.
Retos
Entre los vecinos que han querido recordar a Diego y mostrar su repulsa por los ataques también hay varios musulmanes, como Saida Laroussi. Y es que lleva casi tres décadas en la ciudad y teme que se identifique a la comunidad con un ataque aislado.
«Este chico no tiene que matar a nadie porque el Islam es la paz. Venimos aquí para decir a la gente que estamos con ustedes, estamos contra eso». Así afirma en referencia al sospechoso esta profesora de árabe de 50 años y que porta velo color beige.
Pero en esta ciudad donde, según su alcalde, cohabitan 129 nacionalidades, algunos ven la convivencia como un gran desafío.
«Nos hemos quedado todos impactados, pero eso ya se veía…», indica Carmen, una ama de casa de 67 años que prefiere no dar su apellido.
«Yo vivo en una barriada, hay árabes, hay musulmanes y no se integran», lamenta sin dar más detalles.
Contra esa imagen es la que quiere luchar Hicham Ayoubi. Él ha acudido a la plaza para mostrar su «vergüenza» por los ataques supuestamente cometidos por un joven nacido también en Marruecos.
«Tenemos un gran temor de que esto salpique a la integración que tenemos en este pueblo; porque nos sentimos españoles y nos sentimos algecireños y no queremos que esto vuelva a suceder», asegura este transportista de 41 años que hace 22 que llegó de Tánger. «Ningún verso del Corán incita a la violencia o a matar a otra persona», reitera.