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Aprender a convivir con las focas en la costa belga

focas belga

Foto Referencial

Poco acostumbrados a la presencia de focas, en la ciudad belga de Ostende, frente al mar del Norte, Inge de Bruycker y otros voluntarios vigilan en la playa el comportamiento de los paseantes.

Desde la pandemia de covid, no es raro encontrarse cara a cara con estos mamíferos marinos en la costa belga. Confiantes por la escasa presencia humana durante el primer confinamiento en 2020, adquirieron sus hábitos.

Una decena de personas, mantenidas a distancia por cuerdas, observan asombradas a dos focas descansando.

Los perros deben ser mantenidos con correa, recuerdan voluntarios con chaquetas naranja fluorescente.

«Nos turnamos desde las siete de la mañana hasta las diez, once de la noche», cuenta Inge de Bruycker, fundadora de la asociación North Seal Team, que no duda en interrumpir el diàlogo para reprender a transeúntes demasiado ruidosos.

Una Foca tomando el sol

El regreso de los humanos al final de la pandemia demostró que la convivencia es complicada.

«Las focas mordieron a perros y viceversa. No queremos que algo similar ocurra con la gente, especialmente con niños», resume.

Creada poco después del primer confinamiento, su asociación negoció con el municipio para establecer zonas reservadas a las focas y estableció reglas: treinta metros de distancia mínima con los animales y prohibición de darles de comer o beber.

«Al comienzo de sus vidas, las crías deben permanecer unos días en la playa hasta que tengan hambre. Si se les da de comer, no irán al mar y no aprenderán a cazar», explica Kelle Moreau, biólogo marino y portavoz del Instituto Real de Ciencias Naturales de Bélgica.

Cambio en legislación para pesca recreativa por focas en la costa belga

Desde la pandemia, «las focas se acostumbraron a venir a descansar en estas playas y las personas están generalmente felices de verlas. Quieren acariciarlas y tomar selfies», indica el experto.

Algunos, creyendo erróneamente que los mamíferos están varados, intentan devolverlos al agua. «Pero son animales salvajes», advierte.

Kelle Moreau estima que en la costa belga hay entre 100 y 200 focas, de dos especies: las grises y las comunes.

A unos 20 km de Ostende, el Centro Acuático de Blankenberge acoge a las focas heridas.

El centro recibe cada vez más llamadas de voluntarios de la asociación de Inge de Bruycker y de paseantes, a través de grupos de WhatsApp. «Nos envían imágenes de los animales y decidimos si intervenimos o no», explica Steve Vermote, director general de ese centro.

Si bien la mayoría de las focas son liberadas al cabo de dos meses, algunas, como Lily -una hembra ciega-, permanecen allí por un período indeterminado. 

En 2022, Sea Life cuidó doce focas grises y tres comunes. También atendió a ejemplares con cicatrices en el cuello, probablemente causadas por una red de pesca. Poco visibles y estáticas, esas redes provocaron un aumento de la mortalidad en las focas y marsopas.

«En 2021, este tipo de captura accidental resultó ser la causa de la muerte de varias decenas de focas», subrayó el Instituto Real de Ciencias Naturales de Bélgica en un informe publicado el jueves.

Esto dio lugar a un cambio en la legislación belga, que ahora prohíbe esa técnica en la pesca recreativa.

En 2022, el mar arrojó a la playa 54 focas muertas, según el informe del Instituto. La mitad que en 2021.

La prueba, según Moreau, de que el cambio de legislación funcionó y que la convivencia con los humanos también puede mejorar.