China utiliza robots y cámaras para hacer respetar el confinamiento
En Pekín, todas las personas procedentes de Hubei, provincia cuya capital es Wuhan, el epicentro de la epidemia, así como las zonas de China consideradas todavía de alto riesgo, deben permanecer en cuarentena durante 14 días en sus domicilios o en lugares designados.
Robots para entregar las comidas y cámaras para vigilar las entradas y salidas del domicilio. China no escatima recursos tecnológicos para hacer respetar estrictamente las medidas de confinamiento y evitar una nueva ola de contagios.
El país, donde surgió el nuevo coronavirus en diciembre, ha controlado en su suelo la enfermedad covid-19. Pero las autoridades temen que los casos «importados» por viajeros llegados del extranjero, mayoritariamente chinos, puedan hacer resurgir la epidemia.
En Pekín, todas las personas procedentes de Hubei, provincia cuya capital es Wuhan, el epicentro de la epidemia, así como las zonas de China consideradas todavía de alto riesgo, deben permanecer en cuarentena durante 14 días en sus domicilios o en lugares designados.
Esta medida se aplica también a los que llegan del extranjero.
En un hotel de cuarentena en el centro de la capital china, un guardia se asegura de que nadie salga de su cuarto.
Los únicos movimientos que se permiten en los pasillos son los de un robot cilíndrico de un metro de altura que distribuye botellas de agua, comida y paquetes a las personas confinadas.
La máquina puede tomar el ascensor sola y marca, una vez llegada a su destino, el número de teléfono de la habitación para informar de su presencia.
«Buenos días, es su robot de servicio. Vuestro pedido está frente a la puerta de su habitación», avisa una misteriosa voz infantil.
El vientre del robot se abre, el confinado recupera los artículos y el autómata se va.
Alarmas, cámaras y delaciones
Este sistema tiene la ventaja de limitar al máximo los contactos entre el personal y los clientes, potencialmente infectados.
Los médicos cubiertos íntegramente que vienen cada día a tomar la temperatura, son los únicos humanos con los que los confinados, entre ellos una periodista de la AFP de regreso a Hubei, tienen contacto físico.
Joy Zhong, de 25 años, ha pasado tres semanas de confinamiento en un cuarto exiguo de un hotel de Pekín, donde no podía ni siquiera pedir comida al exterior.
Pero los paquetes pueden ser entregados en la recepción.
«Veintiún días sin ver a nadie, el tiempo se hace realmente muy largo», se lamenta la joven, que trabaja en prensa y regresaba de una misión a Wuhan.
A los que realizan su cuarentena en casa les colocan en la puerta de su domicilio una alarma electrónica silenciosa para pillar a alguien in fragantti.
Asismismo, un aviso pide a los vecinos que echen un ojo a los confinados, que pueden ser multados en caso de violación de la cuarentena.
En un complejo residencial de Pekín, las personas en cuarentena deben señalar sistemáticamente a los responsables del barrio cuándo abren sus puertas.
‘Seguir el juego’
En algunos casos, una cámara instalada en la puerta de entrada del domicilio es la encargada de vigilar cualquier movimiento sospechoso.
«Es aterrador ver cómo uno se habitúa a estas cosas», dice Friederike Boege, periodista alemana en cuarentena a su regreso de Hubei y que ha pasado por esta amarga experiencia.
«Yo creo que los vigilantes (del edificio) y la persona encargada del mantenimiento me denunciarían si saliera», dice a la AFP.
Durante una cuarentena anterior en marzo, de regreso de un viaje a Tailandia, Boege fue denunciada por sacar la basura.
Esta ligera infracción le valió una reprimenda, pero algunos extranjeros han sido expulsados del país por violar deliberadamente las reglas.
No obstante, las medidas de vigilancia no se aplican en todos los lugares con el mismo celo.
Charlotte Poirot, que enseña francés, pasó a finales de marzo dos semanas de cuarentena en Cantón (sur) antes de que China cerrase sus fronteras a la práctica totalidad de los extranjeros.
Confinada sola en un cuarto de dos camas, le dejaban la comida frente a su puerta y el personal médico le tomaba la temperatura varias veces al día.
«La puerta de la habitación nunca estaba cerrada con llave. Todo recaía en la confianza», afirma la joven a la AFP.
«Y todo el mundo siguió el juego», asegura.