Las puertas de la Capilla Sixtina se cerraron este martes por la tarde tras los 115 cardenales que vivirán aislados del mundo en el Vaticano hasta elegir al sucesor del papa Benedicto XVI, en el primer cónclave en siete siglos con un pontífice vivo.

Vestidos con sus paramentos rojos y el birrete cardenalicio, los «príncipes de la Iglesia», procedentes de 51 países, juraron guardar, so pena de excomunión, el secreto de lo que ocurra en sus deliberaciones.

Bajo los magníficos frescos de Miguel Angel, juraron primero de forma colectiva, con un texto leído por Giovanni Battista Re, decano de la asamblea. Y luego de forma individual, cuando cada uno de los cardenales pronunció su fórmula en latín sobre un Evangelio, colocado sobre un atril frente al altar.

Al término de una ceremonia que duró cerca de una hora y fue transmitida en directo por televisión, el maestro de ceremonias Guido Marini pronunció el secular «Extra omnes» («Fuera todos»), ordenando salir a todas las personas ajenas a la elección del 266º pontífice de la historia, y cerró las pesadas puertas de madera de la capilla con un sonoro golpe.

El ritual del segundo cónclave del siglo XXI se había iniciado por la mañana en la basílica de San Pedro con la misa «Pro eligendo Pontifice» en la que el decano del colegio cardenalicio, Angelo Sodano, hizo un llamamiento a la «unidad » de los católicos en un momento crucial para la Iglesia.

En su homilía, Sodano exhortó a los cardenales a «cooperar con el sucesor de Pedro», en presencia de miles de fieles y autoridades.

«Los exhorto a comportarse de manera digna, con toda humildad, mansedumbre y paciencia, tolerándose recíprocamente con amor, tratando de conservar la unidad del espíritu a través del vínculo de la paz», agregó Sodano, citando la Carta a los Efesios del apóstol Pablo.

El influyente cardenal, que no participará en el cónclave por haber superado la edad límite de 80 años, desencadenó una atronadora ovación entre los presentes al rendir homenaje al «luminoso pontificado» del ahora emérito Benedicto XVI, que el 28 de febrero renunció a su pontificado, tras anunciar pocos días antes su inesperada decisión.

En la ceremonia, retransmitida en directo por televisión a numerosos países desde la basílica de San Pedro, también exhortó a sus pares a que el amor por la Iglesia les empuje «a ofrecer la misma vida por los hermanos».

Un cónclave sin favorito  

El cónclave comienza sin ningún favorito claro, aunque se barajan una decena de nombres de cardenales, todos ellos conservadores, como el italiano Angelo Scola o el brasileño Odilo Scherer, considerado el candidato de la curia y que podría convertirse en el primer papa de América.

Como en cada ocasión, su duración es incierta, aunque si la historia del último siglo sirve de referencia, no debería prolongarse más de cinco días.

En este lapso, la única indicación que tendrá el resto del mundo de lo que ocurre dentro del cónclave será el humo que desprenda la chimenea situada a la derecha de la Basílica de San Pedro.

Los cardenales votarán cuatro veces al día a partir del miércoles, aunque pueden decidir efectuar una primera ronda en la tarde del martes, como ocurrió en el último cónclave hace casi ocho años.

«Después de la meditación, es posible que los cardenales electores lleven a cabo una primera votación, que difícilmente es exitosa por ser la primera», adelantó el lunes el portavoz del Vaticano, Federico Lombardi.

En ese caso, la fumata que se verá hacia las 20H00 locales (19H00 GMT) será negra. Pero cuando un candidato alcance los 77 votos necesarios para ser elegido y acepte asumir la responsabilidad, el humo será blanco y estará acompañado por el repique de las campanas de San Pedro.

El nuevo pontífice elegirá entonces el nombre con el cual quiere gobernar y vestirá por primera vez la sotana blanca, para ser presentado a Roma y al mundo y pronunciar su primer mensaje «urbi et orbi» desde el balcón del Palacio Apostólico.

Sea quien fuera el elegido, el nuevo papa deberá hacer frente a importantes retos, empezando por la situación inédita de vivir a escasos metros del ahora papa emérito Benedicto XVI, que alegó «falta de fuerzas» para seguir cumpliendo con su misión.

También deberá llevar a cabo importantes reformas después de los escándalos que estallaron durante el último pontificado, como el de los abusos sexuales a menores o «VatiLeaks», la filtración de documentos confidenciales del pontífice que reveló una trama de abuso de poder en la Curia Romana, el gobierno central del Vaticano.

 A estos problemas, se suma una pérdida de influencia de la Iglesia debido a la disminución de fieles y a las críticas de una parte de los católicos por hacer oídos sordos a los pedidos de cambios del mundo moderno en temas como el papel de la mujer en la Iglesia y los métodos anticonceptivos.

 Todos los cardenales, incluso los más ancianos, dedicaron la última semana a esbozar el perfil del próximo líder de los 1.200 millones católicos bautizados del mundo, a partir de los desafíos que deberá encarar en un mundo cada vez más secularizado.

 Durante toda la duración del cónclave, los purpurados se alojarán en la Casa de Santa Marta, dentro del recinto vaticano, sin acceso a ningún tipo de comunicación moderna.

 Algunos de ellos se despidieron de sus seguidores a través de Twitter. «Un gran silencio», tuiteó el portavoz del cardenal francés Philippe Barbarin, al anunciar su entrada en el Vaticano.