El 1 de agosto de 2011 comenzó el proceso en su contra en El Cairo y desde entonces, Mubarak, que proclamó continuamente su inocencia, compareció en camilla ante el juez. El 2 de junio, fue sentenciado a cadena perpetua por la muerte de más de 800 manifestantes durante las protestas que llevaron a su destitución en febrero de 2011.

Como presidente desde 1981 del país árabe, Mubarak entendió rápidamente la necesidad de solucionar conflictos regionales y se convirtió durante décadas en mediador en el contencioso palestino-israelí, un papel alabado por muchos gobiernos occidentales que después lo dejaron caer.

Durante 20 años, fue el jefe de Estado más influyente de la región. Recién en sus últimos años le disputó ese lugar el aún más anciano monarca Abdullah de Arabia Saudita, que aprovechó su título de “guardián de los lugares santos” para perfilarse como “personalidad islámica influyente”.

En sus visitas a El Cairo, los representantes de gobiernos occidentales solían callar sobre violaciones a los derechos humanos, aunque el presidente estadounidense, Barack Obama, tras su llegada al poder de Washington, intentó en varias ocasiones sin éxito convencerlo de la necesidad de iniciar reformas políticas.