Líder indiscutido de la Iglesia Católica en Cuba, el cardenal Jaime Ortega, de 73 años, guarda tras su sonrisa permanente y modales suaves una mano firme y paciencia de Job, que lo hicieron acreedor de la llave de las prisiones políticas de la isla.

Sacerdote a los 28 años, obispo a los 34, investido con el capelo cardenalicio a los 58 por el papa Juan Pablo II, el segundo cardenal en la historia de Cuba instaló un inédito diálogo con el presiente Raúl Castro el 19 de mayo, sobre presos políticos y asuntos internos.

Ortega enfatiza que el diálogo es «entre cubanos». Declaraciones suyas en abril, en la que desaprobaba el asedio de seguidores del gobierno a las Damas de Blanco, familiares de presos políticos, le abrieron la puerta como interlocutor con las autoridades, que terminó el hostigamiento a las marchas públicas de las mujeres.

Como éxito contundente de su mediación, el cardenal logró el miércoles el compromiso de Raúl Castro de liberar gradualmente a 52 presos políticos, los que restan en prisión de un grupo de 75 disidentes condenados el 2003, cinco en «las próximas horas» y los restantes 47 en tres o cuatro meses.

Ese puente es un reconocimiento a la paciente labor de Ortega, que llevó a la Iglesia a cambiar la confrontación por el diálogo y el enclaustramiento en los templos por ir ganando espacios en el periodo de fuerte liderazgo de Fidel Castro. Se le atribuye un gran sentido del equilibrio, «mano de derecha y mano izquierda», para unir a una Iglesia dividida.